Sigue la racha sangrienta en la Feria de San Isidro con la cogida a Salvador Cortés
BARQUERITO
Viernes, 29 de mayo 2009, 02:04
De los seis toros de Cebada Gago previstos sólo tres pasaron la aduana. Media corrida. Frustrada, por tanto, la reaparición del hierro a San Isidro al cabo de dieciocho años. Un jarro de agua fría. Distintos los tres toros: de mansa condición un primero bizco, que acabó rajado; tan solo manejable un descarado segundo que echó las manos por delante y peleó muy poco; de codicia destartalada, de abrirse y no humillar el tercero, que, finísimas las palas y las puntas, se dejó torear más que sus hermanos. Ninguno de los tres fue toro de especial trapío, ninguno hizo en el caballo nada memorable.
Para completar corrida se echó mano de tres toros de Guardiola del encaste Villamaría. El tercero de los tres cebadas le pegó una cornada menor pero muy aparatosa a Salvador Cortés, Encabo mató al toro de la cornada y dos de los villamartas cayeron en manos de Fernando Cruz. Cuarto y sexto. Se corrieron turnos según costumbre. El cuarto, cinqueño, fue de hondura sobresaliente: enmorrillado, prieto de carnes, cuello espectacular, encajada la cabeza, inmensa, como a tuerca en cuello mínimo. Cornialto, cenicientas la cuerna y las puntas. Se empleó en el caballo muy en serio y pagó las secuelas de un primer puyazo casi letal. Noble, tardo, suave, algo encogido y agarradito al piso, el toro se vino a aplomar.
Un largo y alto quinto fue de otra línea: amplio el porte, negro lucero, ligeramente zancudo. Casi la misma nobleza que el cuarto de corrida, no tan zurrado en el caballo, pero apagado y rebrincado, tardo.