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Dani Gimeno golpea la bola con su revés a dos manos durante un entrenamiento en la academia Lozano Altur de Silla (Valencia). RODRIGO MÁRQUEZ
El revés del tenis

El revés del tenis

Dani Gimeno llegó al top 50 y pisó templos como la central de Wimbledon. Pero una lesión le hundió en el ranking y ahora se ve obligado a jugar torneos menores sin recogepelotas donde se lleva la toalla de casa

FERNANDO MIÑANA

Lunes, 5 de marzo 2018, 08:55

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Yel campeón del torneo de Santa Margherita es... ¡Dani Gimeno!». Tras la frase, gritada desde el centro de la pista, el tenista español se levanta, saluda a un lado y a otro, y recoge el trofeo.

Dani Gimeno (Nules, Castellón; 1985) fue uno de esos tenistas que deslumbró en su adolescencia. Con 15 años ganó su primer punto ATP y con 16 se proclamó campeón de España dejando en el camino a un chaval llamado Rafa Nadal. «Él tenía un año menos, pero a los 15 ya había ganado un partido ATP y se veía que subía lanzado», rememora. A los 18, campeón de Europa. Ya entonces estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio por el tenis. Se levantaba en Nules, iba a entrenarse a Valencia, a mediodía asistía a clase en los Salesianos de Burriana, por la tarde volvía a Valencia a dar más raquetazos y, ya de noche, otra vez en Nules, caía rendido en la cama. Listo para dormir y empezar otro día de locos. «Sin la ayuda de mi familia, y hablo de toda mi familia, hubiera sido inviable».

TRAYECTORIA

  • Los inicios Su padre, aficionado al tenis y al frontón, lo apunta al CT Nules con dos años porque había inscrito también al hermano mayor, de cinco. De los 12 a los 25 se entrenó con Borja Uribe. Ahora su técnico es José Altur, de la academia Lozano Altur.

  • 806 fue el ranking más bajo al que llegó después de la lesión en el codo. Tocó fondo el 28 de agosto de 2017. Estuvo desde septiembre de 2016 hasta ese mes de agosto sin sumar ningún punto ATP. Después comenzó a disputar torneos menores para ir mejorando su ranking y, de momento, va por el puesto 300.

  • Contra los grandes. En 14 años como profesional, Dani Gimeno se ha medido con los cuatro grandes del circuito: Roger Federer (le ganó un set en Estambul), Rafa Nadal (le derrotó en categorías inferiores), Novak Djokovic (sobre estas líneas), a quien venció en Roland Garros júnior; y Andy Murray (foto de arriba), que cedió un set en la central de Wimbledon. :: R. C.

  • 48 fue el ranking ATP más alto que alcanzó. Hace casi cinco años de aquel hito. Presenta un balance de 97 victorias y 172 derrotas en torneos de la ATP. Desde su debut en el circuito, que se produjo en 2004, acumula unas ganancias de 3.165.000 dólares (unos 2,6 millones de euros). Ha ganado 14 torneos Challenger.

  • Sus apoyos A Dani Gimeno nunca le gustó tener gente adulándole. «Siempre he querido pasar desapercibido». Por eso cuando tocó fondo no echó de menos a demasiada gente y sintió el apoyo de familiares, amigos, su entrendor, José Altur, o su preparador, Alberto Pardo. Tampoco le han abandonado sus patrocinadores: Sergio Tacchini y Babolat.

A los 21 años ya estaba entre los cien mejores del mundo. Se iba haciendo un nombre pese a que las lesiones siempre han minado el camino. Con 17 se produjo la primera de las dos de muñeca. Era su último año de júnior y, al poco de recuperarse, optó por jugar torneos de esta categoría para no dañarse ante rivales más mayores y más potentes. Ganó cinco seguidos y se metió en Roland Garros júnior. Allí, sobre la tierra roja de París, reafirmó su fama venciendo a Djokovic y cayendo en cuartos de final, pese a tener una bola de partido, ante Tsonga. «Al año siguiente empecé con cinco puntos ATP, que supone estar el mil y pico en el ranking, y acabé la temporada el 170. Eso se dice rápido pero es una barbaridad».

Antes: «Te recogían en el aeropuerto, el hotel estaba fenomenal, te pagaban las comidas...»

Ahora: «Te pagas tú todo, para entrenar te dan bolas viejas de una caja, te tienes que llevar tu toalla...»

El año siguiente fue parecido y al otro, ya con 21, se volvió a romper la muñeca izquierda. «Esa vez estoy seis meses parado y vuelvo a caer por debajo del puesto 300, pero me recupero y acabo por el 150. Ahí se produjo un punto de inflexión. Hice la pretemporada con David Ferrer y me conjuré: 'O me meto este año entre los cien primeros o lo dejo'. En Roland Garros ya había superado mi reto».

Ya casi ningún año llegó a bajar del top 100 y su techo fue un notable puesto 48. La primera mitad de 2015 fue excelente. En Casablanca jugó su primera final de un torneo ATP, después alcanzó las semifinales en Bucarest y la semana siguiente, en Estambul, cayó en cuartos de final ante Roger Federer, al que consiguió, eso sí, ganarle un set, un set para toda una vida. «Ahí sí que me emocioné. Quería que me tocara porque iban pasando los años y no sabía si iba a tener ya la posibilidad de jugar contra él. Cuando lo vi en la red, delante de mí, me tembló todo».

En un mes y medio había sumado 300 puntos, prácticamente la mitad de lo que se necesita para acabar en el top 100. Fueron los meses, los años, que vivió el tenis de los ricos. «Cuando estás arriba te van a buscar al aeropuerto, juegas en grandes ciudades, el hotel está fenomenal, te pagan las comidas...». Pero aquello se truncó.

La segunda mitad de aquel año de éxitos fue nefasta. Solo dos victorias después de semanas y más semanas de torneos, incluida una convocatoria fallida de Copa Davis en la que le señalaron como culpable cuando, en realidad, solo se negó a ir como 'sparring' después de que le prometieran llevarlo como jugador.

Sentirse tenista

Gimeno volvió a hundirse y, luchando una vez más por regresar a su hábitat natural, los cien primeros, se lesionó en el codo. Cuatro meses sin tenis. En el partido de su reaparición, otro infortunio. Se rompió el tendón. Vinieron otros cinco meses de rehabilitación y, sumados a los cuatro primeros, rebasó el bloque de seis durante los que la ATP te congela el ranking, una medida de gracia para los jugadores lesionados.

Le operaron el codo en marzo, pero en la previa de Roland Garros, a finales de mayo, harto de tantos meses sin adrenalina, se presentó sin el consentimiento médico. «No podía más, necesitaba jugar. El doctor se pensaba que estaba de broma». Pero de broma, nada. Gimeno, como muchos otros profesionales, llevaba desde los 18 años viajando unas 30 semanas al año y no soportaba esa nueva vida. En casa, además, rompió con su mujer. Nada ayudaba. Por eso necesitaba desempolvar la maleta, salir de casa, volver a estar en su ambiente, sentirse tenista.

Tras nueve meses sin prácticamente ejercitar su servicio, sufrió muchísimo de los lumbares. El saque era un martirio y, después de la previa de Wimbledon, tomó la decisión de apurar los Challenger -la penúltima categoría de los torneos de tenis, por debajo de los Grand Slam, los Masters 1000, los ATP 500 y los ATP 250- que aún le permitía su ranking.

Pero apenas gana partidos y decide adentrarse en las catacumbas del tenis, los torneo Future, el escalón más bajo, por donde él, como todos, pasó cuando era un chaval. Gimeno, que había jugado en la pista central de Wimbledon ante el escocés Andy Murray y le había ganado el primer set, que se había medido a Djokovic en el segundo mayor estadio del Abierto de Australia, apostó por torneos de pueblo o de pequeñas ciudades antes que rendirse.

Nunca lo ha hecho. Su mejor recuerdo así lo atestigua. Se medía a Pablo Andújar, en 2013, por una plaza en los cuartos de final de todo un Masters 1000 como el de Madrid. «Con 1-1 me rompí el isquiotibial y no me retiré hasta que íbamos 5-5. Me fui llorando: era una oportunidad única y me había roto un centímetro y medio. En dos semanas me planté en Roland Garros. Estuve pegando a la bola sentado en una silla para no perder el tono. Soy muy cabezón y el fisioterapeuta acabó por darme las llaves de la clínica porque yo quería ir cuatro veces al día a ponerme la máquina de calor que reabsorbe el líquido y regenera antes el músculo».

Así, desafiando al cuerpo, llegó a París. En la primera ronda le esperaba Juan Mónaco, que estaba en el top 10, y el argentino se anotó los dos primeros sets. Encima, los cuádriceps compensaban el trabajo del isquiotibial maltrecho y muy pronto comenzó a tener calambres. Ante ese panorama, Alex Corretja, entonces capitán español de la Copa Davis, le dio una voz de ánimo y se marchó a ver otro partido. «Luego me dijo que no daba un duro por mí porque había bolas que ni iba a por ellas».

Pero ni aún así se rindió. Siguió luchando, igualó el partido y, al final, en el quinto set, tumbó a Mónaco. «Esa victoria me produjo una satisfacción tremenda».

Por eso, quizá, cuando vino la lesión en el codo tampoco se planteó abandonar. «Jamás he pensado en dejarlo. Y eso que caí hasta el 800 y pico del ranking. Paré a finales de septiembre de 2016 y hasta agosto de 2017 no gané ni un punto ATP. Siempre que me ha pasado algo así me lo he planteado como un reto». Y se aferró a los Future, su última baza.

En agosto, en Santander, logró su primer punto. «Gané 7-5 en el tercer set, acabé vomitando... Llegué al vestuario y dije: 'madre mía, todo esto para ganar un punto'. En un torneo ATP pasas una ronda y son 20 puntos; dos, 45. Mentalmente es muy duro. Llevas diez o doce años acostumbrado a otra cosa, a otro tenis. Si lo piensas, te deprimes».

Pistas sin separación

Pero, de repente, el tenista de Nules con cara de sueco se vuelve a ver donde jugaba con 16 o 17 años. «Son torneos semiprofesionales. En Santander es un club fenomenal y puedes hacer tu rutina más o menos normal, pero luego vas a otros en los que no hay gimnasio ni se le espera. Calientas con lo que puedes y como puedes. Vas a entrenar y, en vez de darte bolas nuevas, te dan unas de una caja que no se las tirarías ni a tu perro. Te tienes que llevar tú la toalla...».

Todo cambia de golpe. En San Sebastián y en Santander había recogepelotas, pero en otros escenarios tenía que ir él a por ellas. Y entre set y set, rastrillar él la pista. «Ya no es tanto por pijerío como por el tiempo que pasa entre punto y punto. Los juegos se hacen eternos». Otro día le tocó una pista separada de la de al lado por una línea y en mitad de un punto había que parar para devolver la bola del otro partido. Y todo ante chicos que ven el nombre de su oponente, su puesto 48 del pasado, y se dejan la vida por vencerle.

En Mallorca, donde se limpiaba él la pista, se encontró con Toni Nadal. El entrenador de la leyenda, extrañado, le soltó: «Dani, ¿qué sientes al entrar en la pista para jugar por un punto ATP?». Gimeno, siempre educado, de buenos modales, le miró a los ojos y le replicó: «Pues que es una mierda, qué quieres que te diga».

Por suerte nunca voló demasiado alto. Ni en sus días de más éxito. «Nunca he sido caprichoso. Aún tengo el mismo Golf que me compré hace nueve años». Y le molesta que la ATP exhiba las cifras por las que todos preguntan, las ganancias a lo largo de su carrera, que, en su caso, se elevan por encima de los tres millones de dólares. «Están falseadas. No cuentan las tasas que dejas en el país, lo que se lleva Hacienda, lo que cobra tu equipo, los viajes... Ahora me voy a Uruguay y Chile y palmo el viaje, el hotel, lo que coma por allí... además del vuelo y los gastos de mi entrenador a medias con un compañero».

Pero los Future le han devuelto la confianza. Nuevos triunfos, nuevos puntos, una escalera que sube en el ranking. Aunque algunas victorias sean como en Santa Margherita de Pula, en Cerdeña, donde solo estaban él, su rival, sus entrenadores y el juez de silla. Por eso, sin perder el buen humor, cuando un organizador gritó su nombre para darle el trofeo, saludó hacia las gradas... vacías.

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