Ucrania y la gran lección de 1914
EL ZURDO ·
Mark Twain afirmaba que «la historia no se repite pero a veces rima». Y «es ya casi un tópico decir que el mundo en el ... que vivimos se parece cada vez más al de 1914», como sostiene Christopher Clark en un artículo publicado en 'El País' en 2014 titulado 'Las lecciones de 1914'. Coincidiendo con el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, el historiador australiano acababa de publicar 'Sonámbulos', ensayo en el que intenta desentrañar cómo Europa acaba metida en una conflagración que nadie quería y que provocó 20 millones de muertos, 21 millones de heridos, la destrucción de tres imperios, el surgimiento del nazismo y el fascismo y, como colofón, la Segunda Guerra Mundial.
Clark explica que, tras el fin de la estabilidad bipolar de la Guerra Fría, estamos sumidos en un sistema cada vez más multipolar e impredecible, e igual que en 1914, hay potencias emergentes, una superpotencia cansada, imperios en declive y surgen crisis descontroladas en zonas con gran importancia geoestratégica. Ucrania es una, en ella colisionan los intereses de una cansada EE UU y una declinante Rusia, que se resiste a ser el nuevo enfermo de Europa.
«Los protagonistas de 1914 eran como sonámbulos, vigilantes pero ciegos, angustiados por los sueños, pero inconscientes ante la realidad del horror que estaban a punto de traer al mundo», escribe Clark en su obra, en la que trata de dejar claro que la Gran Guerra no fue algo inevitable, sino que, como todas, «fue elegida por los hombres de Estado que la desencadenaron». Es más, se veía lejos, improbable, como cuenta el escritor austriaco Stefan Zweig en sus memorias, 'El mundo de ayer', en las que recuerda que la generación de sus padres creía que pensar en la guerra era como pensar en cosas de brujas. Me temo que hoy en día sucede algo parecido en el Viejo Continente pese a los vientos de guerra que soplan del Este.
Cinco décadas antes que Clark, la historiadora estadounidense Barbara Tuchman ganó el Pulitzer con otro ensayo ya clásico, 'Los cañones de agosto', en el que analiza las decisiones erróneas de los líderes europeos que condujeron a la Primera Guerra Mundial. Este 'best seller', publicado en 1962, fue leído por John F. Kennedy e influyó decisivamente en su gestión de la crisis de los misiles de Cuba que ese mismo año estuvo a punto de arrastrar al mundo a un conflicto nuclear. El presidente estadounidense le regaló un ejemplar al entonces primer ministro británico, Harold Macmillan, como caso práctico de lo que los dirigentes mundiales no deberían hacer. Tuchman finaliza su libro con este aviso: «Las naciones cayeron en una trampa (...), una trampa de la que no había, y no hubo, escapatoria posible».
Con sus obras, Tuchman y Clark son «avisadores de fuego». Walter Benjamin designaba así a quienes alertan de catástrofes inminentes para impedir que se cumplan. «Hay que apagar la mecha encendida antes de que la chispa active la dinamita», advirtió el pensador judeoalemán.
La gran lección de 1914 que Biden y Putin deberían repasar es, según Clark, «que nos enseña hasta qué punto las cosas pueden ir mal cuando la gente deja de hablar, cuando el compromiso es imposible. 1914 también nos recuerda que las guerras pueden llegar como consecuencia de decisiones rápidas y de cambios súbitos e imprevisibles en el sistema». El filósofo Kierkegaard decía que «la historia vive hacia delante pero es comprendida marcha atrás».
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