Todos somos Ucrania
Putin quiere recomponer la antigua URSS o lo que pueda de ella contando con la debilidad y desunión del mundo occidental
FELIPE GUTIÉRREZ LLERENA
Lunes, 7 de marzo 2022, 08:57
Es fácil escribir a distancia sobre la guerra, sin ver la sangre derramada y los cuerpos rotos. Bertholt Brecht en uno de sus poemas describió ... la indiferencia hasta que fueron a por él. Eso puede pasarnos en Europa, que tiene sobrada experiencia en cesiones y terminó pagando con sangre derramada y cuerpos rotos las componendas de la Conferencia de Munich que contemporizó con la política expansionista de Hitler. Primero fueron los Sudetes, después Austria (Inglaterra llegó a ofrecer el imperio colonial portugués a Hitler), pero nada le satisfacía tanto como expandir el espacio vital de la nación alemana en suelo europeo y terminó invadiendo Polonia en septiembre de 1939 y, entonces, ante la evidencia no quedó otra alternativa que declarar la guerra a Alemania. ¿Y ahora qué? Putin, seguidor no tanto de los Romanov rusos que terminaron asesinados en Ekaterimburgo, sino de la política de Stalin y Brézhnev, pretende recomponer territorios de la antigua URSS bajo una nueva Gran Rusia. Cambiemos los nombres, pero que las realidades continúen siendo las mismas.
Vladimir Putin llevado de su ego ha invadido Ucrania bajo pretextos que no tienen justificación alguna. Nadie invade una nación, nadie avasalla la soberanía de un país bajo acusación de pronazis o toxicómanos hacia sus dirigentes. Esto es un trágala que solo sus fieles y paniaguados pueden digerir. Es tan zafio el argumento sobre todo cuando parte de un sujeto y de una superestructura estatal que no ha perdido los vicios que caracterizaron a la antigua URSS, cuando una nación, de su propio entorno (Pacto de Varsovia) se «desviaba» era invadida. Primero fueron Checoslovaquia y la Alemania Democrática en 1953 tras las huelgas de albañiles y obreros del sector del automóvil cuando se les exigieron aumentos en las cuotas de producción y la capacidad adquisitiva de sus salarios disminuía. Fue «la rebelión de los plebeyos». Después vendría la invasión de Hungría en 1956 donde no faltó la matanza de manifestantes desarmados, el asesinato de numerosos ciudadanos y el exilio de más de 200.000 húngaros (los aficionados al fútbol recordarán a Puskás y Kubala, figuras de aquella diáspora). En 1968 fue la Primavera de Praga, llamada así, aunque tuvo lugar en la segunda mitad del mes de agosto. Frente a la liberalización dirigida por Dubcek, el Pacto de Varsovia respondió con la invasión de Checoslovaquia. Aún recuerdo las imágenes de los tanques por las calles de Praga, pues la televisión ya era parte de nuestras vidas.
Con las invasiones terminaron aquellas esperanzas de libertad. La historia más reciente, aunque ya han pasado unos años, está relacionada con la caída del Muro de Berlín, que es la imagen icónica de la crisis económica, social y política de todo el bloque del Este (el Telón de Acero) dirigido por la URSS. En 1989 las movilizaciones populares y la salida masiva de ciudadanos hacia el Oeste terminaron derribando el Muro y el sistema político. Curioso paraíso aquel del que sus ciudadanos huyen.
Putin llevado de su ego ha invadido Ucrania bajo pretextos que no tienen justificación alguna
Todos pensábamos que la «broma había concluído». Incluso, hubo quien pensó que la historia había terminado (Fukuyama, 1992,) pues la dialéctica, el conflicto, entre la sociedad liberal y el comunismo se daban por finiquitados con la Guerra Fría, por lo que se auguraba la continuidad sin lucha.
Cuán equivocados estábamos. Pasados unos años vinieron otros conflictos, otras guerras y otras potencias a discutir la hegemonía política y militar. Los abandonos del mundo Occidental de posiciones estratégicas se han entendido como debilidades, y, parece, están en lo cierto. Los EE UU y la OTAN no son lo que eran o parecían ser. A los EE UU ser los gendarmes del mundo occidental les cuesta muy caro, y así lo expresó el presidente Trump cuando exigió el aumento de la contribución de los miembros de la OTAN en la defensa común en sus presupuestos nacionales. Cuesta tanto cambiar la dinámica en que se habían instalado los países europeos, que pocos son los que atienden debidamente su defensa, salvo Francia que ya con De Gaulle sentó las bases de una suficiente autodefensa (tenían muy recientes las experiencias negativas del siglo XX). Algunos países europeos, actualmente, dudo sean capaces de defender ni sus fronteras ni sus territorios, a pesar de los mandatos constitucionales.
Ya lo dijeron los romanos «si vis pacem, para bellum» («si quieres la paz, prepara la guerra»). No es una llamada al militarismo ni al belicismo, sino inversión preventiva para que te respeten tus vecinos que es con quienes puedes tener un problema. Nadie desea la guerra, el peor de los males que puede azotar a la humanidad, aunque, aún, peor es que te avasallen y pierdas tu libertad.
Así estamos, Putin quiere recomponer la antigua URSS o lo que pueda de ella contando con la debilidad y desunión del mundo occidental. Europa y EE UU cada uno por su lado y entre ellos, pues sus intereses económicos priman sobre los principios de libertad, justicia y solidaridad, que fueron importantes en otras épocas o así parecieron. Hoy quien tiene la fuerza como la tiene Putin, además de convencional, también la nuclear, hace alarde de su posesión y no ha teniendo inconveniente de invadir un país (Ucrania) y de amenazar a otros (Suecia y Finlandia) si osan entrar en la OTAN, metiéndonos a los demás el miedo en el cuerpo. Y lo sabe. El respeto a la legalidad internacional y a la libre decisión de los pueblos para Putin es una cuestión muy secundaria. Y a los demás poco más o menos, pues las sanciones económicas, dudo, no tendrán la efectividad suficiente ni serán revulsivo para que el pueblo ruso se levante contra el «tirano», como pretendió Napoleón con el Edicto de Berlín (1806) por el que decretó el bloqueo continental europeo a los barcos ingleses y así estrangular la economía de las Islas Británicas. No lo consiguió, como ahora, me temo, tampoco se conseguirá, pues la unidad de acción de las naciones no está garantizada y se impondrá la posición del sálvese quien pueda. Mientras, el pueblo de Ucrania, que somos todos, seguirá olvidado sufriendo y muriendo por su libertad como en tantos sitios, pues la historia no ha terminado. Y Putin buscará el reconocimiento del concierto de propiedad internacional de la península de Crimea donde de inquilino pasó a okupa, de las repúblicas del Donbas y a la Federación Rusa sometidas Georgia, Bielorusia y Ucrania. Una nueva URSS. ¡Dios no lo quiera!
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