La huella de los hombres que incomodan
Con León XIV comienza una nueva página de la historia. Confiemos en que su apuesta siga siendo la del pastor de una Iglesia en la que caben todos
Toni Barquero
Sábado, 17 de mayo 2025, 22:53
Hay hombres que, sin importar si se les ama o se les discute, dejan una huella en el corazón de los pueblos. No porque sean ... infalibles ni porque acierten siempre. Son figuras que se sitúan por encima de la trinchera, que rompen el molde, que incomodan a los suyos y desarman a sus adversarios. Traspasan ideologías, partidos, iglesias o culturas; sembrando directamente en la conciencia colectiva. Hombres como el Papa Francisco o José Mujica que, desde trincheras muy distintas, han marcado una época no por el poder que ejercieron, sino por la humanidad que encarnaron.
Pero, ¿cuánto dura el calado de sus legados? ¿Pueden sembrarse raíces tan profundas que resistan el viento de los cambios?
El Papa Francisco fue y será la imagen de una Iglesia que no mira desde el púlpito sino desde el dolor. Abrió grietas en aquellos muros infranqueables y así habló de migración, del drama ecológico, de la economía con rostro humano, de la homosexualidad sin condena. Sin cambiar el dogma, cambió el tono. Y eso, probablemente, fue más revolucionario que cualquier encíclica.
Hoy, con la mirada en la entronización del Papa León XIV, los ojos traspasan los símbolos y buscan pistas que descubran si se asiste a la continuidad del Buen Pastor, o si perderá el olor a cualquier oveja.
Mirar quienes se sientan en el auditorio es sumamente importante, porque no solo marcan las voluntades, sino que dibujan expectativas, más o menos fundamentadas. Y así, tan significativo como que Trump o Milei acudieran a los funerales de Francisco, y se ausenten ahora, lo es la anunciada presencia de Isaac Herzog, J. D. Vance o de Von der Leyen.
Lo cierto es que el Vaticano es la única institución capaz de reunir, bajo un mismo techo, a líderes tan diversos como contradictorios. Y cuando algunos acuden y otros deciden no hacerlo, el gesto es tan elocuente como cualquier solemne declaración.
Probablemente, desde su primera aparición papal, la vestimenta de León XIV ya marcó su impronta, nos habló de tradiciones y de búsqueda de consenso entre lo clásico y lo nuevo. El rojo y el dorado tienen su propio lenguaje, y, aunque no hacen falta zapatos negros, sí es imprescindible que el alma siga calzando las sandalias de pescador de San Pedro.
Miedo dan las equivocaciones, porque evidente es que un papa, con su palabra, no solo guía la fe de más de 1.500 millones de católicos, sino que influye en leyes, agendas sociales, debates éticos, acuerdos internacionales y economías.
Y así, despista que el Papa les cuente a mandatarios políticos que «el camino para construir sociedades civiles armoniosas y pacíficas es la inversión en la familia fundada en la unión estable entre el hombre y la mujer». Y miedo da que esta recomendación pueda servir de combustible para discursos y políticas que atentan contra otras uniones y, con ellas, contra los propios derechos humanos.
Con León XIV comienza una nueva página de la historia. Confiemos en que su apuesta siga siendo la del pastor de una Iglesia en la que caben todos, que cuestiona el poder, que no mira de lado a las injusticias, que tiende la mano al último, que no se traiciona a sí misma. Confiemos en que su humanidad también nos dejará huella.
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