Qué nervios. Los 'maduritos' –que diría nuestro consejero Vergeles– estamos en la parrilla de salida, pero no esperamos a que se encienda la luz verde ... que da comienzo a la carrera, sino a que llegue nuestro turno: 1963, 1964, 1965, 1966, 1967... La lista de los llamados a vacunarse por Sanidad va rápido –ahora andamos bien provistos de dosis– y se acerca a mi año de nacimiento. A partir de la semana que viene cada vez que suene el móvil miraré para ver si me llaman de un «número largo» porque tiene muchas papeletas de que sea del SES. Espero que después de haber pasado la covid hace más de un año, por fin pueda acabar de ahuyentar al bicho cuando me inyecten mi dosis. Pfizer, Moderna, Janssen, AstraZeneca... farmacéuticas que apenas conocía las menciono ahora más que las series de la tele. Estamos pendientes de si vacunan ya a nuestros conocidos, preguntamos qué marca les han puesto, y aunque hasta ahora no teníamos ni idea de que era eso del ARN mensajero, ahora vamos de entendidos.
La pandemia ha hecho que tenga un poco de claustrofobia en los espacios cerrados y no sé por qué mecanismo inconsciente pienso que la vacuna me ayudará porque me sentiré más segura frente a la covid. Y podré ir así en busca de «un centro de gravedad permanente, que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente...», como cantaba el recientemente fallecido Franco Battiato.
Me imagino ya que en la espera me encontraré con la gente de mi edad y me entretendré observándolos y pensando: fíjate qué tipazo tiene la del bolso de piel de cocodrilo, seguro que no ha probado un croissant en años; lo que ha cambiado Fulanito, con lo que presumía de palmito cuando era asiduo del Mercantil, no le debieron sentar bien los gin tonics que se bebía como si fueran agua; qué bien se conserva el morenito de las gafas; la del vestido azul es la de la tienda a la que tanto iba hace quince años, parece que se ha hecho unos retoquitos en la cara porque no tiene patas de gallo ni arrugas en la frente, que es lo único que se ve con la mascarilla... No me malinterpreten, no es que quiera ir a cotillear mientras espero para vacunarme, es que tengo la intención de hacer una observación sociológica de la gente de mi quinta. Y no me sentiré culpable, porque los que me rodean estarán observándome también a mí, y pensarán: a esta lo único que no le ha cambiado es el pelo.
Me voy a vacunar en cuanto me digan y con la vacuna que estimen conveniente. Soy facilona para esto y no me tienen que convencer ni regalarme cosas como hacen en Estados Unidos con los escépticos, a los que incentivan con cerveza gratis (soy más de vino), donuts (ni loca, que se acerca la 'operación bikini') y hasta porros (no fumo) para que acudan a vacunarse. Están haciendo casi de todo para convencerlos, solo les falta cazarlos a lazo, como en los rodeos.
En Extremadura hay menos recelo con la vacunación, pero no sé si habrá muchos con tantas ganas de hacerlo como el magistrado que iba a juzgar el martes el tiroteo mortal de Las 800 de Badajoz en la Audiencia Provincial, al que llamaron para vacunarse justo una hora antes del juicio y salió pitando. Hubo que aplazar el juicio para el día siguiente y dejó con un palmo de narices a los cinco acusados, el fiscal, los abogados defensores, los testigos y hasta los ocho agentes antidisturbios de la Policía Nacional que habían acudido para garantizar la seguridad.
Yo también lo tengo claro y, adaptando la famosa canción de Los Panchos: «No detengas el momento por las indecisiones (...). Si el SES me dice ven, lo dejo todo...».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión