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Opinión

Un humanista al servicio de Extremadura

Rafael Lemus Rubiales

Senador y exjefe de Gabinete de Presidencia

Domingo, 5 de octubre 2025, 09:43

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Fue en octubre del año 2006 cuando Guillermo Fernández Vara me citó en su despacho de consejero de Sanidad y me dijo que quería contar conmigo para su equipo de precampaña electoral. El Partido Socialista le había encomendado la responsabilidad de sustituir a su padre político, al padre de todos, Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Aquella campaña fue la más intensa que he vivido en mi vida. Guillermo recorrió Extremadura sin hora y sin descanso, y lo que más me impactó de aquellos días emocionantes fue la evidencia de una lucha interna que le acompañaría hasta el final: cómo ejercer el poder sin dejar de ser él mismo, sin tener que renunciar a unos valores y sin perder el contacto directo con la gente a la que tanto quería. Y es que cada vez que veo la película Las sandalias del pescador, recuerdo esa escena en la que el nuevo papa, protagonizado por Anthony Quinn, acepta el papado y, en ese momento, donde debería saborear la gloria, se dibuja en su cara una contrariedad y un espanto ante el riesgo de ser otra persona. Guillermo, Guille, como lo conocían en Olivenza, practicó la cercanía con la gente como una disciplina, con método y, especialmente, con corazón.

Tuve el inmenso honor de compartir miles de momentos con alguien que ha sido muy importante para la historia de Extremadura y de España, y en todos ellos se adivinaba en Guillermo una visión humanista de la vida, visión que complementaba perfectamente con su fe cristiana. A pesar de haber sido atacado, insultado e incluso humillado por algunos oponentes políticos, de dentro y de fuera del PSOE, nunca le oí un insulto, nunca fue vengativo ni cruel con ningún adversario. Ha sido la persona que he conocido que mejor encarna la frase de San Agustín: 'Vence al mal con el bien y tendrás al enemigo como amigo'. Y es que cuando alguien le atacaba o le criticaba, no descansaba hasta que conseguía ganarse el cariño de esa persona.

Los duelos con José Antonio Monago fueron míticos y, a pesar de la dureza de sus envites, consiguieron forjar un cariño y un respeto del que deberían aprender las nuevas hornadas de políticos y políticas. La última vez que vi a Guillermo reír a carcajadas fue en un encuentro con Monago, en el que el expresidente popular le contaba alguna anécdota de quien fue alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán. Y es que Guillermo, cuando reía, lo hacía desde el corazón, a cielo abierto, como los grandes vitalistas.

Esa manera de entender la vida se apoyaba en valores de justicia y responsabilidad que, posiblemente, le transmitió su padre, Julio Fernández Santamaría, prestigioso magistrado del Tribunal Supremo e integrante de la primera Junta Electoral Central de la democracia. También le venía de su madre, María Lourdes Vara Mira, mujer culta y poeta, que le inculcó un vitalismo contagioso y una fina sensibilidad. Ante todo, Guillermo se sostenía en su familia, en el amor firme de su esposa, María Luisa, que fue hasta el último momento su edecán afectiva: la persona capaz de sosegarlo en mitad de las tormentas y de ofrecerle, junto con su Olivenza querida y con sus hijos, Teresa y Guillermo, el equilibrio y la ternura necesarios en los momentos más convulsos de sus responsabilidades políticas.

Fue un presidente que, desde el primer día, sintió que formaba parte de cada hogar extremeño; por eso celebraba las alegrías y sufría las penas de su gente como propias. La crisis del Covid dejó grabada en su rostro una tristeza profunda, fruto de las muchas llamadas que hizo a muchos familiares de quienes fallecieron en Extremadura. En cada conversación volcaba su espíritu entero y, con cada palabra, cargaba sobre sus espaldas el dolor y la desolación de aquellas familias. Algunos le escucharon con emoción, otros con sorpresa, otros incluso le contestaban con la rabia inevitable de la pérdida de su familiar. Aquel fue un gesto profundamente humano, con un alto coste personal y anímico, nacido de quien entendía el servicio público no como un privilegio, sino como un acto de entrega personal y de compasión verdadera.

Hoy Extremadura llora la pérdida de uno de sus hijos más ilustres, y el PSOE despide a la brújula que supo guiarnos en los momentos de mayor incertidumbre. Fue nuestra fortuna contar con su ejemplo y con su palabra porque, con ellas, sembró una semilla humanista que germinó en el corazón de cientos de socialistas extremeños. Hoy nos embarga la tristeza de su ausencia y sabemos que tardaremos en reponernos. Pero también sabemos que, cuando el dolor dé paso a la memoria serena, alzaremos con orgullo su legado y lo mantendremos vivo, porque su ejemplo seguirá iluminando el camino de todos los que creemos en una Extremadura más justa, más fraterna y más humana.

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