Hace unos días me sorprendió un comentario que creía que nunca escucharía porque formaba parte del pasado y aquellos capaces de hacerlos se habían extinguido, ... como los dinosaurios. Me equivocaba. Estaba intentando aparcar el coche en línea en un hueco estrecho, pero dada mi escasa pericia al volante estaba maniobrando bastante para colocarlo porque se quedaba demasiado alejado de la acera. Centrada en ello andaba cuando un señor –no demasiado mayor, por cierto– que estaba observando mi 'soltura' al volante, me dio un golpe en el cristal de la puerta, bajé la ventanilla pensando que iba a preguntarme algo y me espetó: «Mujer tenías que ser», para acto seguido explicarme la maniobra que tenía que hacer para aparcar. Me quedé estupefacta, no daba crédito a lo que acababa de escuchar. No es que le estuviera estorbando como ocurre en ocasiones cuando hay un coche detrás y su conductor se pone nervioso porque tardas mucho en aparcar y no puede pasar. No, el buen hombre estaba en la acera y bien podría haber pasado de largo porque a él no le afectaba que yo tardase mucho o poco y que aparcase bien, mal o regular. No entiendo que con el tremendo calor que hacía en la calle no tuviera otra cosa mejor que hacer que pararse a mirar como estaba aparcando. Me cuesta aparcar, lo sé, pero no creo que el 'espectáculo' mereciera tanto la pena como para aguantar el bochorno del mediodía a pie parado.
No me gusta conducir y soy consciente de que no se me da bien aparcar, pero no por ser mujer –no es cierto ese falso mito del que se hacen eco algunos listillos que repiten que «mujer al volante peligro constante» y los datos lo avalan porque las mujeres solemos ser bastante prudentes conduciendo– sino porque no tengo habilidad para ello. Mis compañeros de trabajo dan fe porque a pesar de que suelo aparcar en batería, que es más fácil, casi siempre coloco el coche un poco 'escorado' hacia un lado, e incluso en alguna ocasión me han gastado una broma y me han mandado fotos de mi 'aparcamiento sui generis' para y que sea consciente de que mi coche no está precisamente bien aparcado. Tienen razón y me parece graciosa porque no lo hacen porque sea una fémina, sino porque mi destreza a la hora de aparcar, independientemente de mi género, es manifiestamente mejorable, pero como la de algunos hombres a los que también he visto aparcar –a veces lo hacen mucho peor que yo– y no se me ha ocurrido decirles que no tenían ni idea y que «hombre tenías que ser».
A lo que iba, después del comentario tan machista que acababa de escuchar del 'galante' caballero desconocido y la disquisición posterior sobre la forma en la que debía aparcar, me dieron ganas de levantar gracilmente mi brazo derecho hacia el buen señor, con la palma de la mano hacia mí y el puño cerrado y muy sutilmente estirar poco a poco el dedo corazón sin dejar de sonreír. Vamos, hacerle una peineta en toda regla y mandarlo... a freír espárragos trigueros. Pero en lugar de eso, como una está bien educada, opté por seguir el consejo de la Pantoja en los tiempos en los que se paseaba por Marbella con Julián Muñoz rodeada de paparazzi –«dientes, dientes, que eso es lo que les jode»– y decidí ser un poco hipócrita, continuar con las maniobras para intentar aparcar bien, hacer oídos sordos al comentario tan prejuicioso de aquel señor tan 'atento' y dedicarle la mejor de mis sonrisas.
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