Memoria versus olvido
Frente a quienes prefieren una España desmemoriada y gritan que ya es hora de superar con el olvido las heridas de la guerra y los traumas de la posguerra, somos muchos los que decimos que sí, que hay que superar de una vez por todas las viejas heridas, pero que el medicamento no se llama olvido, sino conocimiento histórico
Justo Vila
Escritor
Lunes, 12 de febrero 2024
En el preámbulo de la declaración contra las desapariciones forzadas, aprobada por la Asamblea General de la Naciones Unidas en diciembre de 1992, se afirma ... que estas afectan los valores más profundos de toda sociedad respetuosa de la primacía del derecho, de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y su práctica sistemática representa un crimen de lesa humanidad.
Cuando hoy se habla de «memoria histórica» es para poner de manifiesto que algo de nuestra historia cercana, o relativamente cercana, aún no se ha cerrado, aún sigue pendiente de algún tipo de restitución y, por eso, todavía sigue doliendo su evocación. Cuando hoy se habla de «memoria histórica», o mejor, se reivindica la «recuperación de la memoria», lo que se está haciendo, en realidad, es un alegato contra el olvido.
El olvido representa el paradigma de lo injusto. El olvido dificulta el ejercicio de una democracia completa y la asunción de una fraternal reconciliación (sobre el olvido no puede construirse una sociedad justa, libre, fraternal).
Sin memoria no hay verdad histórica, no hay justicia. Cuando hablamos de justicia, hablamos de reconocimiento y reparación, en ningún caso de actitudes revanchistas. No es lo mismo buscar la justicia y la verdad que la revancha. Hay que profundizar en la historia. Lo hacemos sin resentimientos ni rencores, sin revanchismos, sin avivar tensiones ni odios.
Sin memoria no hay verdad histórica, no hay justicia. Cuando hablamos de justicia, hablamos de reconocimiento y reparación, en ningún caso de actitudes revanchistas
No siempre fue así. Durante la larga noche del franquismo, la machacona propaganda de aquel régimen dictatorial deformó la verdad histórica e hizo creer a buena parte de la población cosas como que las masacres de mediados de agosto de 1936 en Badajoz eran solo un invento republicano; que la revuelta militar estaba justificada por la violencia que precedió al 18 de julio; o que los militares se alzaron solo unas horas antes de un levantamiento izquierdista ya preparado.
Estas y otras falsedades las repitió millones de veces la propaganda franquista durante cuarenta años, las copiaron algunos supuestos historiadores durante las décadas siguientes y las recopian aún hoy en día quienes confunden la ciencia histórica con el adoctrinamiento y la propaganda neofranquista.
El franquismo tuvo su «comisión de la verdad» con la instrucción de la 'Causa General', nada más terminar la Guerra Civil. Es más: el régimen franquista mantuvo hasta el final toda una serie de símbolos: banderas, himnos, las listas de caídos por Dios y por España en los edificios públicos, el nombre de José Antonio Primo de Rivera en las fachadas de los templos, las fiestas que mantenían vivo el recuerdo de la guerra y la división de los españoles (el alzamiento del 18 de julio, la victoria del 1 de abril, el día de los caídos…).
En fin, durante los cuarenta años que duró la dictadura, para unos hubo honores, funerales, monumentos, un lugar adonde los familiares pudieran ir a depositar unas flores, encontrando en esa cercanía el bálsamo para consolar las ausencias. Para otros solo hubo desprecio y olvido, y la angustia sin medida de ignorar el paradero de sus familiares asesinados: desigualdad ante los tribunales de justicia, desigualdad ante las instituciones del Estado, lo que ha impedido hasta hoy aclarar, no solo las circunstancias de miles de muertes, sino la localización de incontables desaparecidos, así como la posibilidad para sus familiares de darles digna sepultura…
En Extremadura aún son muchos los cuerpos no identificados que permanecen en fosas comunes. En algunas, los restos de los represaliados no identificados son incontables. Otras, a veces individuales, en su mayor parte colectivas, diseminadas por cada una de las comarcas de la región, están a la espera de averiguar debajo de qué olivos, al pie de qué cuneta, en qué descampado, al lado de qué tapia de cementerio se encuentran.
Por eso, frente a quienes prefieren una España desmemoriada, frente a quienes gritan que ya es hora de superar con el olvido las heridas de la guerra y los traumas de la posguerra, somos muchos los que decimos que sí, que hay que superar de una vez por todas las viejas heridas, pero que el medicamento no se llama olvido, sino conocimiento histórico, memoria histórica. Porque, para olvidar, antes es necesario conocer la verdad, toda la verdad.
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