Adversario y amigo
José Antonio Monago Terraza
Expresidente de la Junta de Extremadura
Domingo, 5 de octubre 2025, 11:14
Hoy Extremadura se despierta triste. Ha fallecido Guillermo Fernández Vara, y con él se va una parte importante de nuestra historia reciente, de nuestra vida política y, también, de nuestra vida humana.
Guillermo fue mi adversario político, pero ante todo fue mi amigo. Compartimos muchos años de debates intensos en el Parlamento de Extremadura, defendiendo ideas distintas, pero movidos por una misma pasión: el bien de nuestra tierra. En aquellos plenos donde el calor de la palabra se mezclaba con la responsabilidad del cargo, siempre supe que enfrente tenía a alguien honesto, coherente, profundamente comprometido con los extremeños. Ahí queda el Diario de Sesiones, guardián y fedatario silencioso de cuanto aquí les expreso.
Ambos tuvimos el honor de presidir esta tierra, y ese lazo invisible que une a quienes han sentido el peso y el privilegio de representar a Extremadura nos acercó siempre, incluso cuando las circunstancias políticas parecían distanciarnos. Sabíamos lo que entraña esa tarea: las decisiones difíciles, las noches sin descanso y la certeza de que nunca se llega del todo, por mucho corazón que se ponga en el intento. Porque Extremadura es una tierra que necesita mucho —mucho de todo—, y sólo puede ser servida desde el amor profundo que despierta en quienes la llevan dentro. Ni cuando fue presidente, ni cuando lo fui yo, ni cuando volvió a serlo, nuestras líneas de teléfono estuvieron jamás comunicando ni fuera de cobertura.
Con el paso de los años, la vida volvió a cruzarnos en el Senado. Y allí, lejos ya de la tensión del día a día autonómico, pudimos recuperar algo más valioso que cualquier acuerdo político: la conversación pausada. Teníamos siempre un rato para charlar, para hablar de nuestras familias, de los hijos, de los proyectos personales, de la vida. De lo importante.
Más de una vez alguien, al vernos hablando animadamente, nos decía con sorpresa: «¿Pero vosotros os lleváis bien?». Y nosotros sonreíamos. Quienes nos conocen, y nos quieren, de uno y otro signo político, saben que siempre fue así. Porque el respeto no entiende de colores, y la amistad no necesita permiso.
Nos unía una visión compartida del servicio público: la de quien cree que la política, bien entendida, es una forma de cuidar a los demás. Guillermo lo hizo con elegancia, con serenidad y con esa templanza que siempre le caracterizó, incluso en los momentos difíciles. Era un hombre de convicciones firmes, pero también de afectos sinceros, de palabra amable y de mirada limpia.
Hoy me quedo con mil conversaciones que ya forman parte de mi memoria. Con las confidencias, con las bromas, con el tono cordial de quien sabía escuchar y discrepar sin perder la humanidad. Esa es la huella que deja Guillermo: la de un político respetado, un extremeño ejemplar y, sobre todo, una buena persona.
Su familia puede sentirse orgullosa, como lo estamos también los extremeños que lo conocimos, lo acompañamos y aprendimos de él. Porque Guillermo Fernández Vara sirvió a su tierra con dignidad, y eso, al final, es lo que perdura.
Descansa en paz, querido Guillermo.