
Atasco, cerveza y fin del mundo
Javier Cruces
Viernes, 9 de mayo 2025, 07:23
Secciones
Servicios
Destacamos
Javier Cruces
Viernes, 9 de mayo 2025, 07:23
El mundo se fue a negro a las 12.31. Para las 12.32 ya había gente reiniciando el router. A las 12.33, algunos ... empezaron a hablar entre ellos. A las 12.34, se dieron cuenta de que eso era peor. Entonces, ocurrió: muchos salieron a bailar y beber como si el apagón fuese una verbena. Como si Pedro Sánchez nos hubiera apagado la luz para cantarnos el cumpleaños feliz.
A las cuatro de la tarde, mi jefe ejercía la sutileza para no asustar a nadie: «Vete cagando leches a casa. Han cerrado la M30». Que en Madrid se cierre la M30 es como si en Extremadura se cerrara la matanza: una tragedia logística y media familia en paro hasta el año que viene, algo importante, infrecuente, preponderante, cataclísmico. Y hablando de cataclismos, me estoy empezando a parecer a esos escritores que meten palabras como oprobio, ignominia, estólido o íncola para disimular que no tienen nada que decir. Pero no las voy a borrar, porque entonces no llego al mínimo de palabras y encima se notaría que todo esto es relleno sin ideas.
En las seis horas que pasé atrapado en la carretera tuve tiempo para mirar muchas cosas. Vi, por ejemplo, como Santi –el encargado de mantenimiento de un ambulatorio que había conocido 600 metros más atrás y que se dirigía a recoger a su mujer– se bajaba la bragueta como quien entiende que el colapso empieza por no poder ir al baño cuando toca. Ahí me pregunté si lo más importante en un atasco era realmente tener agua, paciencia o gasolina porque el haber ido al baño antes de salir parecía ser lo único que marcaba la diferencia. Todo lo demás –los consejos de Alsina en la radio, la planificación o incluso la dignidad– queda bonito en el manual, pero a pie de coche uno entiende que el ser humano es básicamente un animal que no quiere mearse encima.
Mientras algunos bebían en las terrazas y bailaban en las calles para jolgorio de Pedro, los demás, en la carretera, entre cigarro y kilómetro, hilvanábamos los desastres de los últimos cinco años: el volcán de Canarias, la dana de Valencia, el gran apagón y alguno, con la risa floja, propuso añadir una tormenta de langostas y ninguno sabíamos si bromeaba o estaba adelantando el parte del año que viene.
No se engañen: si no me hubiera pillado en el atasco, yo me hubiera ido a una terraza con una caña y el libro 'Donosti Sound', del excelente poeta Azuagüeño Antonio Javier Fuentes Soria, sobre la mesa, como si leer poesía hubiera salvado a alguien alguna vez. Porque ver con horror cómo el progreso se nos está volviendo incurable siempre se disfruta más en buena compañía.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.