La fragilidad
La Brecha ·
Jacinto J.Marabel
Lunes, 29 de julio 2024, 07:36
Parece que han pasado siglos, pero hace apenas cuatro años tomábamos el pulso al primer verano de la pandemia. Nos quedamos sin San Fermines y ... sin fiestas en los pueblos, pero al menos pudimos salir del confinamiento, abandonar los balcones y correr a las playas. Limitaron los aforos y nos obligaron a extender la toalla dentro de la parcela asignada, pero los chiringuitos y las discotecas se desbordaron con una renovada alegría de vivir, por lo que, cuando nos las prometíamos felices, los contagios aumentaron. Con la vuelta al cole regresó la pesadilla, porque el bicho había venido para quedarse, como se empeña en recordarnos estos días, en los que casi nadie ha escapado al exótico gripazo veraniego. Y aún así, son muy pocos los que se atreven a evocar los funestos meses del covid.
Una profunda amnesia se ha adueñado de la sociedad. Es evidente que existe un pacto tácito y universal para tratar de ocultar el dolor, el sufrimiento y la muerte que se extendieron a lo largo y ancho del planeta durante aquellos días. Han pasado cuatro años de uno de los episodios más trágicos de la historia de la humanidad y aún no se ha escrito la gran novela, no se ha rodado la gran película ni se ha compuesto la gran sinfonía, que cuente a las generaciones venideras lo que ocurrió. En realidad, ni nosotros sabemos muy bien lo que ocurrió. Quizás evitamos saberlo, conscientes de la fragilidad de nuestra existencia.
Acabo de escuchar una serie de podcast de seis capítulos titulada 'La quiebra'. Se trata de una distopía ideada por José Antonio Pérez Ledo y dirigida por Teo Rodríguez, que parte de un supuesto nada descabellado y perfectamente plausible. Una mañana, de forma sincronizada, todos los bancos del mundo advierten comportamientos anómalos en sus sistemas informáticos. Segundos más tarde, los saldos de las cuentas de ahorro, las inversiones y los productos financieros quedan a cero. No hay transferencias a paraísos fiscales, no hay virus, no hay hackers. El dinero simplemente se ha desvanecido. De Estados Unidos a Japón, de Siberia a Tierra del Fuego, los bancos quiebran y, en una suerte de justicia poética, el jeque y el currito quedan igualados en la miseria. Los gobiernos colapsan y el conflicto social está servido.
La historia, que le animo a continuar descubriendo, pone de manifiesto la fragilidad del mundo que nos rodea, la inconsistencia de la sociedad que hemos creado. Fiamos nuestros ahorros, nuestra salud e incluso las relaciones familiares a un golpe de clic, a una contraseña guardada en un servidor a miles de kilómetros que creemos infalible y luego entramos en pánico cuando nos quedamos unos minutos sin guasap. Sin embargo, no queremos creer que un fallo informático pueda hacer llover aviones sobre nuestras cabezas. Erigimos gigantescos sistemas tecnológicos sobre bases de barro y nos engañamos pensado que estamos a salvo, que nunca ocurrirá nada. Pero nunca creímos que un día pudiera llegar a confinarse el mundo y ocurrió. Siempre ocurre.
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