Ibáñez
Aún estamos a tiempo de dignificar el humor y honrar su figura. Lo merece nuestra infancia, que ha quedado huérfana y desdibujada sin Ibáñez
Jacinto J. Marabel
Domingo, 30 de julio 2023, 22:52
Permítame que hoy escriba sobre mi infancia, que tal vez no difiera mucho de la suya. No quiero ponerme nostálgico, pero si, como decía Rilke, ... la verdadera patria del hombre está en la infancia, es muy probable que gran parte de la mía (y quizás también de la suya) se haya ido para siempre con Francisco Ibáñez Talavera. El padre de Mortadelo y Filemón murió el 15 de julio, pero la noticia apenas trascendió la vorágine electoral que acabó tragándoselo todo.
Hay quienes se jactan de las páginas que han escrito y quienes, como Borges, se enorgullecen de las que han leído; quienes presumen de que aprendieron a juntar las letras con Faulkner y quienes pasábamos las horas, especialmente las de la siesta, absortos en las viñetas de Ibáñez. Porque cuando no había móviles, tabletas ni consolas, los padres pactaban la tregua de la sobremesa dándonos veinte duros para que corriéramos a comprar tebeos al quiosco de la esquina, literalmente forrado con los álbumes del genial Ibáñez.
En lo suyo, sin duda fue el más grande. Nacido en Barcelona cuatro meses antes del estallido de la Guerra Civil, estaba llamado a unir a todos los niños españoles bajo una misma sonrisa. Andaluces, vascos y gallegos unidos por el humor imperecedero de este catalán universal, que parecía destinado a las finanzas. Con catorce años empezó a trabajar como botones en el Banco Español de Crédito, donde hizo carrera como asesor de riesgos mientras iba publicando historietas. En 1958 dejó el banco para dedicarse de lleno a su pasión. Fichó por Bruguera y trabajó a destajo, de lunes a domingo, nada menos que cuarenta páginas semanales, para sacar adelante a Mortadelo y Filemón, la Familia Trapisonda, 13 Rue del Percebe, el Botones Sacarino, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio y Tete Cohete. Vendió millones de ejemplares en todo el mundo, que no le reportaron beneficio alguno porque la editorial retuvo los derechos sobre sus personajes. Cuando quebró, se fue a Grijalbo para dar lo mejor de sí en la revista 'Guai!': las historietas de Chicha, Tato y Clodoveo, con 7 Rebolling Street, fueron antológicas. Conservo todos los números como oro en paño.
Ibáñez aunó dibujo y narrativa, fue un creador con mayúsculas que siempre tuvo el cariño del público y al que faltó sin embargo un reconocimiento oficial. En 2021 Arturo Pérez Reverte encabezó una larga lista de autores que solicitaban que se le concediese el Premio Princesa de Asturias. La petición cayó en saco roto, como también lo haría la que firmaron el pasado año 68 europarlamentarios de quince países. El tiempo para que lo recibiera en vida apremiaba, porque tenía 86 años y la muerte de su hija mayor había dado la puntilla a su ya deteriorada salud, quebrada por el covid. Aunque finalmente no pudo ser, puede que aún estemos a tiempo de dignificar el humor y honrar su figura. Lo merece nuestra infancia, la patria chica del hombre, que ha quedado huérfana y desdibujada sin Francisco Ibáñez.
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