Un festín de cuero
La brecha ·
Jacinto. J. Marabel
Lunes, 30 de junio 2025, 08:21
Hace cien años que Talcott Parsons desarrolló la teoría de los roles, según la cual las personas nos relacionamos a través de convencionalismos preestablecidos. El ... rol es el conjunto de expectativas que los demás asocian a una determinada función o posición social. Hay roles familiares, amistosos o profesionales, a los que asignamos comportamientos que nos permiten interactuar de distinta manera según nos encontremos en un entorno íntimo, distendido o laboral. De algún modo, el rol ayuda a preservar la verdadera identidad, que en ocasiones se muestra deforme y aberrante, como magistralmente expuso Stevenson con Jekyll y Hyde.
Y aunque la actualidad nos recuerda que la política resulta proclive a esta discordancia entre identidad y convencionalismos, sin duda no es el único ámbito público abonado a los alter ego. En todas las épocas hubo pintores, cantantes o actores que sublimaron el arte a pesar de ostentar una personalidad verdaderamente monstruosa. Charles Chaplin, por ejemplo, no tenía nada que ver con el entrañable Charlot. Marlon Brandon dijo que se trataba del hombre más sádico que jamás había conocido. Era un mujeriego irascible y un maltratador de libro. Pasada la treintena acumulaba un amplio historial y ya se había separado de su primera esposa, a la que consideraba un ser inferior, cuando conoció a Lita Gray, una niña de 12 años que dejó embarazada a los 15. Intentó que abortara, pero finalmente se vio obligado a casarse con ella para evitar una condena por violación. Con el tiempo, las palizas se volvieron habituales y, aunque tuvieron otro hijo, Lita acabó solicitando el divorcio, acusándolo de prácticas sexuales denigrantes.
Nadie se explica aún cómo pudo desatar el infierno sobre aquella infeliz, a la vez que gestaba su gran obra maestra: 'La quimera del oro'. La teoría de los roles no alcanza a explicar que el monstruo Chaplin y el adorable Charlot fueran la misma persona. Como en tantas ocasiones, el aura pública eclipsó las perversiones privadas, las actuaciones ilícitas que siempre acaban emergiendo. Ninguno estamos a salvo de tener un monstruo cerca, basta leer los periódicos para convencerse de ello, pero al menos en el caso de Chaplin nos queda el consuelo de poder volver una y otra vez a Charlot.
El genial vagabundo ha regresado a los cines con 'La quimera del oro' remasterizada, para conmemorar el centenario de su estreno en el Teatro Egipcio de Los Ángeles. Tenemos por tanto la ocasión de disfrutar de nuevo con una de sus escenas más icónicas, aquella en la que, aislado en una cabaña y en medio de una ventisca de nieve, desesperado y hambriento, a Charlot no se le ocurre otra cosa que cocer una bota para darse un festín de cuero y engullir los cordones como si se tratasen de sabrosos espaguetis. La imagen tiene cien años, pero se encuentra plenamente vigente y me parece muy oportuna para ilustrar la hemeroteca de quienes ejercen el sacrosanto rol de todólogos y que estos días deberán estar sopesando comerse sus propias palabras.
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