Ante las elecciones europeas
En las elecciones europeas nos jugamos mucho, pues es mucha la soberanía cedida o compartida con las instituciones comunitarias donde la burocracia de Bruselas termina a veces haciendo de su capa un sayo incluso de telas no cedidas
Felipe Gutiérrez Llerena
Lunes, 27 de mayo 2024, 07:48
La Constitución española establece en su artículo 23.1: «Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de ... representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal». Conforme a esto votamos en elecciones municipales, autonómicas, europeas y generales. Cuando coinciden en un corto espacio de tiempo el personal termina saturado, sobre todo, porque ni conocemos los programas ni los candidatos.
Es evidente que no siempre se cumplen los programas y no porque los programas de los partidos políticos estén para no cumplirse (Tierno Galván), sino porque la realidad termina imponiéndose y la política termina en el mundo de lo posible (Cánovas). Y en ocasiones, incluso, termina saliendo algún conejo de la chistera, que ni estaba en el programa ni se le esperaba, como ha sido el caso de la amnistía. Así hemos visto algunos gazapos en los últimos años donde han terminado imponiéndose el juego de alianzas por encima del compromiso y la ideología. Amén de abrazos (Sánchez e Iglesias), alianzas de última hora cuando el rechazo era expreso (nacionalistas y EH Bildu-PSOE), tal vez, el caso de la amnistía sea el caso de fraude más flagrante que se haya dado tras un proceso electoral. Pues fue más que un cambio en el programa. Lo que no valía hasta la fecha electoral, pero tras el recuento se defendió lo no amparado en la Constitución española. Se vistió la 'mona' para dejarla más 'mona' en aras de la «convivencia», se nos dijo, cuando era simplemente por unos votos necesarios para la investidura: para seguir en el poder Pedro Sánchez y otros muchos más. No por convivencia, sino por conveniencia, como se ha apuntado.
La figura del indulto está recogida en la Constitución, y en la ley, mediando siempre el arrepentimiento y el compromiso de no volver hacerlo, pero los protagonistas de la «ensoñación» de «golpe de Estado» en Cataluña (2017) fueron indultados a pesar de manifestar que lo volverían hacer. Se violentaron los procedimientos, como dijo el Tribunal Supremo. Pero se dieron.
Tras las elecciones del 23-J (2023) se necesitaban unos votos para lograr la investidura de Sánchez y se accedió a la petición de los partidos del «golpe» (Junts y ERC). Se acordó un relato en que se vende la amnistía como positiva, y dentro de unos días diputados que juraron o prometieron defender la Constitución aprobarán la ley de amnistía y así cambian la Constitución sin dar audiencia al pueblo soberano y los españoles dejarán de ser iguales ante la ley (artículo 14 CE). No estaremos en la situación del que ejerce la gracia del perdón y olvidar, sino de quienes tienen que pedir perdón a los que ofenden.
Y todo por seguir en el machito, se dice entre el pueblo. Lo demás es relato y embuste.
Pensaba que en los partidos había más sesera y algunas cosas se tenían claras como la igualdad, la solidaridad y la libertad entre los españoles, pero parece que en esto también estoy equivocado como en tantas cosas. Por lo pronto, ya ni la igualdad ni la libertad son tales, pues hay padres que no la tiene para matricular a sus hijos en español, en su propia tierra. Curioso, ¿verdad?
El problema no lo tiene quien requiere los votos para su continuidad, sino los que no exigimos algunos cambios en el sistema electoral, para hacerlo más justo y atractivo: una ley electoral más justa, no basada directamente en la ley D'Hont, para que la representación de los ciudadanos de todos los territorios sea equivalente. No puede ser que el voto de unos valga más que el de otros por la dispersión o la concentración, preocupación que no han hecho suya ni el PP ni el PSOE, que pudiendo hacerlo se apoyaron en partidos periféricos sobrevalorados en su representación. Algunos monstruos se han engordado recientemente. En segundo lugar, es la concurrencia a las elecciones con listas abiertas, salvo en las elecciones europeas, por su especificidad. Así, se establecería un verdadero contrato entre electores y elegidos. En muchos países es norma. En alguna ocasión he hecho referencia al triste final de Rodrigo de Tordesillas, procurador de Segovia en las Cortes de Santiago de Compostela y La Coruña (1520) que cambió de opinión con respecto al mandato de la ciudad y recibió por ello una gratificación de 300 ducados, parece ser. A la vuelta a su ciudad, Segovia, el pueblo lo estranguló. En la actualidad las gratificaciones son mayores: cargos y, en algunos casos, destinos posteriores, pues las puertas giratorias no son solo hacia el mundo empresarial, sino dentro del mismo Estado.
Nadie va a defender a estas alturas aquel proceder justiciero, pero tampoco que amparados en unas siglas engañen al pueblo con alteraciones unilaterales en el contrato de representación, como es el voto. No es conveniente que no conozcamos a nuestros representantes. ¿Qué presencia pública tienen?, ¿qué actividad se les reconoce?, ¿qué méritos les adornan?, que sin duda tendrán muchos, pero... ¿cómo les vamos a pedir cuentas? Llevamos muchos años votando y con cierta experiencia democrática como para que no actualicemos los procedimientos.
Aquí solo se piden cuentas a los partidos, y de qué manera, pues la propaganda y la fanfarria resultan más convincentes que sus propuestas; por otra parte, la gente no siempre lee los programas electorales, porque ni tiene costumbre ni tiempo para ello. Bastante tienen con sobrevivir. Así la democracia en España se reduce a la actuación de las ejecutivas, lo llaman partitocracia. Todo ello son explicaciones a la abstención electoral. No hay motivaciones suficientes, aunque se repita mil veces que las elecciones son la fiesta de la democracia, que lo son, y que nuestra forma de participar es mediante el voto. Es lo que tiene el ciudadano, el poder de su voto y después la aceptación democrática de los resultados, sean cuales sean.
Aquí el voto es un derecho y un deber democrático, pero no una obligación como en otros muchos lugares, por tanto, debe ser de la convicción de donde debe surgir el que vayamos a votar. Siempre hay razones suficientes a favor o en contra para ello.
En las elecciones europeas nos jugamos mucho, pues es mucha la soberanía cedida o compartida con las instituciones europeas donde la burocracia de Bruselas termina a veces haciendo de su capa un sayo incluso de telas no cedidas o en espacios que se han encargado de modificar a través de resoluciones que terminan cambiando los principios originarios de la Unión. Que se lo pregunten a los agricultores y ganaderos que de la protección de la agricultura para garantizar la subsistencia se ha pasado al abandono de explotaciones como consecuencia de las trabas establecidas y la competencia desleal de terceros países. Las manifestaciones del sector primario en todas nuestras ciudades españolas han señalado que la crisis es real y que sus expectativas se ven frustradas.
Para estar en Europa hay que votar.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión