Un Cervantes en Cáceres
Sergio Ramírez mantuvo una charla en abierto ante el público, que me parece la mejor manera de comunicar. Frente a las redes sociales, donde se lanza ¿información? sin necesidad de interlocutor, el diálogo en vivo con otros permite contrastar los mensajes
Eugenio Fuentes
Sábado, 17 de mayo 2025, 22:53
Estuvo por aquí Sergio Ramírez, como jurado de los premios literarios de la Diputación de Cáceres, que por segunda vez tiene la buena iniciativa de ... no limitar el acto a una gala centrada en la vida socioliteraria y aprovechar la presencia de escritores para hablar también de literatura, que es lo que de verdad importa, para reunirlos con grupos de lectura, con el público, con alumnos de los institutos.
Unas horas antes de presidir el jurado del premio Cáceres de Novela corta, Sergio Ramírez mantuvo una charla en abierto ante el público, que me parece la mejor manera de comunicar. Frente a los tejemanejes de las redes sociales, donde se lanza ¿información? sin necesidad de interlocutor, como una sucesión interminable de monólogos de sordos, el diálogo en vivo con otros permite contrastar los mensajes, dificultar los bulos, escuchar y respetar las opiniones ajenas y, en su caso, dirimir discrepancias y hasta llegar a acuerdos.
La biografía de Sergio Ramírez es apasionante. Después de haber dedicado media vida a luchar contra la dictadura de Somoza (aquel siniestro «mariscal de letrinas» que tanto empobreció y torturó a su país), ejerció de vicepresidente de Nicaragua entre 1984 y 1990, antes de abandonar la actividad política para regresar a su primera dedicación, la literatura. Sergio Ramírez contó que había apartado temporalmente la escritura para ayudar a la revolución sandinista, que no es lo mismo que abandonar la literatura por la política. Ni la persona más dotada puede compatibilizar dos actividades tan absorbentes, que exigen una dedicación exclusiva.
Tras su vuelta, ha ido escribiendo una amplia obra de libros de relatos, novelas y ensayos que le valieron el Premio Cervantes en 2017.
Y al mismo tiempo que crecía su obra literaria, se le condenaba en su país, se le confiscaban sus bienes, se le anulaba el título de abogado para que ni siquiera pudiera defenderse a sí mismo y se le despojaba de la nacionalidad nicaragüense por haber denunciado la nueva dictadura de su antiguo compañero, Daniel Ortega.
Las revoluciones son muy útiles para emprender la lucha contra las tiranías, pero tienen muchas dificultades para administrar la paz en las democracias. Y si denuncias la pesadilla en que a menudo degeneran los viejos sueños, puede que los tuyos te envíen a alguien con un piolet.
De un personaje sin escrúpulos que medra en ambos regímenes escribe Ramírez: «Convirtió la vieja lealtad a la ideología en lealtad al poder […], ya sin apellidos. Cualquiera que fuera ese poder».
Sergio Ramírez tiene una memoria prodigiosa y lo bueno de una conversación con él es que no reduce su trayectoria vital a un anecdotario de batallas y peripecias. También analiza el pasado y la historia con lucidez y con la experiencia de haberla vivido en primera fila, en primera persona.
Demasiado joven para pertenecer al boom latinoamericano, que a muchos nos hizo lectores para siempre, su obra tiene una cualidad imprescindible para cualquier persona que escriba: la exigencia de no mentirse a sí mismo y de rendir cuentas únicamente a la propia conciencia. Y esa integridad le ha hecho ganarse el respeto y el aprecio de todos los lectores.
A partir de ese principio, su escritura avanza sobre dos raíles principales, con todas las ramificaciones que se quiera. Por un lado, la riqueza del estilo, fruto de un bien asimilado aprendizaje de los escritores del boom que le precedieron en unos años. Sergio Ramírez asimila e incorpora a sus relatos la variedad de recursos sintácticos y la oralidad de la gente de la calle, su acontecer cotidiano, de una forma tan suelta y tan natural que ni siquiera nos damos cuenta de la riqueza de vocabulario y de expresiones, en la que no falta el sentido del humor.
Por otro lado, toda su obra está impregnada de la historia de su país, de la dictadura de Somoza, del sandinismo que la combatió hasta degenerar en sus mismos abusos, en la actual dictadura de Daniel Ortega y de su mujer, Rosario Murillo.
Dicho de otra manera, ha sabido aunar en sus historias lo que ocurre en las calles con lo que ocurre en los libros. Y esa unión la consigue de forma ejemplar en su novela 'Margarita, está linda la mar', donde el primer Somoza y Rubén Darío se vinculan de una manera magistral sin que el lector tenga que esforzarse en los saltos temporales.
En cambio, que yo sepa, en España no hemos sabido convertir en personajes creíbles ni a los presidentes de gobierno ni a nuestros escritores. No hay buenas novelas protagonizadas por Azaña, Franco o Suárez; ni por Cervantes, Bécquer, Pardo Bazán, Galdós, Machado, Lorca o Carmen Laforet.
En un diálogo de 'El cielo llora por mí', un personaje le pregunta a otro:
«–¿A quién le importan las novelas?
–A usted, que las vive leyendo».
Y en efecto, vivir una novela mientras la leemos es uno de los prodigios de la mejor literatura, la que multiplica el tiempo, la que nos permite vivir dos veces y nos regala otra vida, la de los libros. Y por ese regalo le damos las gracias a Sergio Ramírez.
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