La prensa
César Rina Simón
Sábado, 1 de noviembre 2025, 01:00
Hay oficios que llevan aparejada desde su creación la narrativa de la decadencia, una especie de harakiri cíclico que idealiza una supuesta edad de oro ... confrontada con un estado actual de crisis. El ejemplo paradigmático sería la educación. Se cuentan con los dedos de una mano los docentes que consideran que sus alumnos son hoy mejores que antes. La mayoría siente vivir en un progreso invertido que arrastra la educación al borde del colapso. Cuando el cenizo que llevamos dentro repite estos mantras, tan difíciles de contrarrestar como el terraplanismo, yo le invito a volver a los orígenes, a los diálogos de Platón, donde está enunciado todo nuestro mundo con suma precisión. En 'República', escrito hace dos mil quinientos años, Platón denuncia la decadencia de los sistemas educativos comparados con su experiencia. Ojo, se formó con Sócrates. Según el filósofo, en su infancia se educaba en la virtud y la justicia, pero sólo unos años después la educación había empeorado sustancialmente porque se centraba en la oratoria y el arte de convencer, no en la búsqueda de la verdad. Desde hace veinticinco siglos los docentes han interiorizado esta imagen: vamos cuesta abajo y sin frenos. Me pregunto si la cuesta es tan larga, ¡una cuesta de milenios!, o es que esta autopercepción tiene que ver más con motivos generacionales. Siempre envejecemos a la defensiva.
El periodismo no se libra de esta nostalgia. Desde la irrupción de la prensa moderna, allá por el siglo XVIII, se han repetido cíclicamente teorías sobre la deriva catastrofista del oficio. Reconozco que el panorama actual invita a ello: miles de periodistas han tenido que dejar su trabajo a raíz de la crisis de 2008 –que sigue vivita y coleando en los medios de comunicación– y muchos más viven en la incertidumbre del ecosistema del capital: freelances, becarios, colaboradores y falsos autónomos. Tampoco es halagüeño el formato empresarial, que los medios funcionen en ocasiones como reproductores de ruedas de prensa, que se redacten noticias y titulares pensando en los lectores-cuñados, ni la adaptación al mundo digital de la gratuidad –nos atiborramos a chóped creyendo que es jamón–.
Sin embargo, la prensa, al menos a nivel extremeño, mantiene intactas sus funciones medulares, como un cuarto poder, un servicio ciudadano con el que presionar y supervisar a nuestros gestores, sean del color que sean. O qué se piensan, ¿que los bomberos del Infoex hubieran sido recontratados –no sé si es el eufemismo que utiliza el DOE– si no hubiera salido la noticia en este periódico? ¿Creen que se habría solucionado el transporte escolar si no hubiera un periodista contando que hay alumnos tirados en las paradas? Todos sabemos que no, que no hay lectores más atentos a estas páginas que nuestros gestores –por eso presionan y compran con publicidad– y que sin este oficio viviríamos inmensamente peor.
El periodismo profesional, libre de toda injerencia económica y política, es un acuerdo de ciudadanía, una barrera, un seguro ante posibles arbitrariedades. Y por esto mismo hay que cuidarlo, respetarlo –también aquellos que se llenan la boca de la palabra 'libertadddddd'– y pagarlo.
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