Máscaras
Con el auge de la IA y el bombardeo diario de fake news nos hemos vuelto escépticos
Carmen Clara Balmaseda
Miércoles, 14 de mayo 2025, 22:54
La mañana del martes, Fran Cuesta hizo estallar de nuevo las redes sociales al subir un vídeo en el que confesaba ser un fraude. El ... aluvión de comentarios se sucedió casi de inmediato. Detractores y defensores, como siempre, exponían opiniones radicalmente opuestas pero que, por una vez, tenían un elemento en común: las dudas.
Dudas razonables, la verdad, no solo porque esta confesión no cuadra con la imagen que tenemos de él, sino porque todo el vídeo irradia un aura de desconfianza. De todos modos, no creo que deba entrar a debatir sobre la legitimidad de las palabras de Fran Cuesta, pero sí que me gustaría poner el foco en un asunto que este episodio ha puesto de manifiesto y que estamos obviando: ya no podemos fiarnos de nada de lo que vemos, oímos o leemos. Resulta mucho más significativo de lo que parece el que la primera reacción tras el comunicado haya sido la de preguntarse si Fran Cuesta estaría o no diciendo la verdad; si el vídeo habrá sido generado con inteligencia artificial o si se habrá grabado bajo coacción. La verdad, no sé cuál de las posibilidades da más miedo.
La información es más accesible que nunca, pero cada vez menos fiable. Tenemos internet en la palma de la mano y es fácil caer en la falsa creencia de que estamos informados. Con el auge de la IA y el bombardeo diario de fake news, sin embargo, nos hemos vuelto escépticos, pero no piensen ustedes que por estar sobre aviso están también a salvo. La lluvia de bulos es torrencial y, tarde o temprano, acaba cayendo sobre alguien porque, la mayoría de las veces, uno prefiere creer una mentira por ser más atractiva que la verdad. La prueba la tenemos en lo acontecido este martes. Cuesta asumir que alguien finja rescatar animales, o que mienta sobre su enfermedad, con el único fin de lucrarse. Cuesta, porque supone asumir que cualquiera puede engañarnos. Supone aceptar el declive de la honestidad.
Por si no fuera suficiente, solo unas horas después del primer comunicado, apareció un segundo. Al parecer, Fran Cuesta solo había aceptado grabarlo para intentar poner fin al acoso cibernético que venía sufriendo desde hace un tiempo. Una justificación plausible, la verdad, pues el acoso en redes sociales al socaire del anonimato es un tema al que algún día me gustaría dedicar un artículo. En cualquier caso, me siento incapaz de asegurar si la imagen del Fran animalista que todos conocemos es o no real. Sí estoy, sin embargo, convencida de que a nuestro alrededor cada vez hay menos personas y más personajes. Hace mucho tiempo que no me creo nada de lo que veo en la tele. Ni en las redes. Ni en el día a día. Porque las apariencias se pueden rentabilizar. Porque es más cómodo representar un papel que mostrarse vulnerable. Porque, como decía Larra «en el mundo todo son máscaras» y nos estamos acostumbrando de tal manera a sentir su tacto sobre el rostro que pronto no seremos capaces de quitárnoslas.
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