Salud mental, un cajón desastre
Ángulo inverso ·
Candelaria Carrera Asturiano
Miércoles, 24 de enero 2024, 07:33
¿Gripe A o Covid? Con esta pregunta nos hemos felicitado el año en Extremadura. Pocos se han librado de algún virus. Este panorama ha ... abierto el debate sobre el uso obligatorio de mascarillas en centros de salud y hospitales y se nos ha anunciado, por una ministra que no es competente en la materia, el asunto de las 'autobajas' laborales. Distracciones. El verdadero telón de fondo es un sistema sanitario que necesita recursos de forma urgente. Así lo han venido manifestando tanto profesionales como usuarios ya antes de la pandemia. Por tanto, no se puede sacar pecho de la sanidad pública, a costa de obtener el máximo rendimiento con lo mínimo imprescindible.
Afortunadamente, nuestros sanitarios cuentan con una cualificación profesional envidiable, y curan a miles de personas diariamente. Quien ha tenido que recurrir a sus servicios, lo sabe. Pero esta fortaleza de nuestro sistema puede morir de inanición si no se le suministra lo que necesita. Y debe ser prioritario. Sanidad y educación pública son pilares que eliminan desigualdades y ofrecen las mismas oportunidades a todo el que lo necesita.
Desmontado el cuento, la salud mental se lleva la peor parte. Es el área más olvidada y descuidada, eclipsada por la atención centrada en las enfermedades físicas. A pesar de la creciente preocupación por los trastornos psicológicos y psiquiátricos, falta especialización en los tratamientos y en las unidades hospitalarias. No es lo mismo tener una depresión, que un brote psicótico o un trastorno alimentario, por lo que ingresar a pacientes afectados por diferentes patologías en un espacio único, a modo cajón desastre, dista mucho de ser la mejor terapia.
Las enfermedades mentales han subido como la espuma en los últimos años por causas dispares, y mucho más tras la pandemia. ¿Quién no tiene cerca a alguien que esté sufriendo algún tipo de problema psíquico y sienta que la atención que recibe no es la adecuada? Es precisamente este triste motivo el que ha provocado que la sociedad esté más sensibilizada y se reivindiquen mejoras.
Pero queda un largo camino por recorrer. Los recursos son escasos comparados con la media europea y es fundamental implementar tratamientos innovadores, porque quien las padece, además, se enfrenta al aislamiento y la soledad. Aún existen muchos tabúes.
En nuestra región, las personas afectadas exigen coordinación entre la atención primaria y la especializada, porque la interdisciplinariedad es imprescindible. No hay criterios claros para determinar qué trastornos deben ser tratados en uno u otro servicio y los específicos, brillan por su ausencia. El caos está servido.
Una buena gestión, requiere de una responsabilidad compartida, con la participación de la administración autonómica y la local, incluyendo a educadores, personal sanitario y otros profesionales. Todos deberían trabajar de manera coordinada para poder desarrollar e impulsar programas efectivos, accesibles y humanizados. Y por supuesto, mejorar la inversión en recursos humanos y técnicos.
Nadie hablaría de «estigma» si creciera en un entorno sensible y comprometido. Seguimos en obras.
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