El pasado domingo, les decía que podría ser un gran día. Y lo fue, con el histórico triunfo de la selección española en el Mundial ... femenino de fútbol... Hasta que llegó Luis Rubiales y nos aguó la fiesta con el obsceno toque de sus partes pudendas, dedicado con testosterónico amor al cuestionado seleccionador, Jorge Vilda, y con el posterior beso en la boca no consentido a la jugadora Jennifer Hermoso.
Los impresentables y simiescos gestos del ya es expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), tras ser suspendido el sábado por la FIFA de forma provisional, han empañado la gesta deportiva de la Roja femenina. No obstante, han recibido tal reprobación social e institucional que ello supone otra victoria de las futbolistas de España en particular y del feminismo en general, del que ellas se han convertido en un referente al poner en marcha lo que ya se ha bautizado como el 'Me Too' español.
Hace no tantos años, el indecoroso e indignante comportamiento de Rubiales habría sido minimizado por el machismo hegemónico. Es más, se le hubiera reído las gracias en la inmensa mayoría de las tertulias de radio, televisión y barras de bar.
Hoy, salvo un puñado de casposos, aunque algunos incluso con poder y altavoz, que no se han enterado aún en qué mundo viven, la mayoría de la ciudadanía rechaza de plano actitudes machistas y abusos de autoridad como los del todavía capo del balompié patrio. Y es que Rubiales y los de su ralea son un espécimen en extinción, el arquetipo de machirulo que tan bien caricaturizó Bigas Luna en la película 'Huevos de oro' a través del personaje de Benito González, interpretado por Javier Bardem, un arribista sin escrúpulos y «con un par», que denigra, cosifica y utiliza a las mujeres para sus chanchullos, que hace y toma sin pedir permiso lo que se le antoja, al que le gusta Julio Iglesias y Dalí porque «hacía lo que le salía de los huevos», un gañán, en definitiva, más listillo que inteligente, más bravucón que valiente y con más testosterona que neuronas en su cerebro reptiliano.
Sin embargo, los Benito González y Luis Rubiales están dispuestos a morir matando y han encontrado voz y voto en la extrema derecha rampante, esa que exalta al hombre como Dios manda, duro, viril, cojonudo, como el Fary o Chuck Norris. De hecho, Rubiales hizo un Trump el pasado viernes durante la asamblea de la RFEF en la que, contumaz, anunció que no dimitiría cuando todos esperaban lo contrario. Le dio la vuelta a la polémica presentándose como víctima de un «asesinato social», endosó la carga de la culpa a Hermoso, arremetió contra el «falso feminismo», amenazó con emprender acciones legales contra Yolanda Díaz, Irene Montero y todo bicho rojo viviente por acusarlo de agresión sexual... y, en un gesto caciquil, botón de muestra de la prepotencia con la que ha manejado la federación, ofreció a Vilda cuatro años más de contrato y con el triple de sueldo. Lo triste es que fue ovacionado por la inmensa mayoría de los presentes, la inmensa mayoría de los cuales eran hombres y paniaguados.
Mas no basta con no aplaudir a tipos como Rubiales, hay que señalarlos y denunciarlos. El que calla otorga, es cómplice por omisión, como está siendo, lamentablemente, el grueso del fútbol masculino español (jugadores, entrenadores, clubes...) y lo ha sido el Gobierno de Pedro Sánchez hasta ahora, cuando se ha apresurado, a través del Consejo Superior de Deportes, a actuar contra Rubiales para que sea inhabilitado, si bien ha tenido motivos de sobra para hacerlo antes, mucho antes, pues lo de Sídney solo ha sido la gota que ha colmado el vaso.
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