El francés Michel Pastoureau, quien ha dedicado los últimos años a trazar una historia de los colores, sostiene en una reciente entrevista con El ... País que «nuestro tiempo es gris», porque «el porvenir es sombrío, el estado del mundo es bastante inquietante, y la sociedad no demasiado alegre».
Antonio Gramsci diría que estamos en uno de esos momentos claroscuros en que el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y surgen los monstruos.
Los monstruos más visibles que amenazan nuestro viejo mundo vienen de Oriente. En el próximo, se alza como un enorme viejo oso pardo herido en su orgullo patrio Vladímir Putin, simbiosis de lo peor del zarismo y el estalinismo. Cuando Putin llegó al Kremlin, Rusia era una democracia en ciernes y ahora es una autocracia en ciernes. A los opositores como Alexéi Navalni los liquida sin contemplaciones y las elecciones son una farsa en la que los rivales de Putin son meras comparsas. Más que elecciones son una coronación.
Cada día más envilecido y ensoberbecido, el autócrata ruso se ha lanzado a recuperar el imperio rojo perdido. Ucrania es el primer objetivo, pero se engaña quien piense que es el único. Ucrania es la primera línea de defensa de nuestro viejo mundo democrático. Si cae, Putin se lanzará por otras presas de lo que considera su 'Lebensraum', su espacio vital, como Georgia, los países bálticos y hasta Polonia. Ha olido la debilidad de Occidente y considera que es el momento propicio para disputarle la hegemonía mundial a EE UU de la mano de su particular primo de Zumosol, otro monstruo que se despereza en el Lejano Oriente, el gran dragon chino, el padre de las autocracias, un extraño híbrido de lo peor del capitalismo, el comunismo y el confucionismo que mira con ojos cada vez más libidinosos a su oscuro objeto del deseo, Taiwán.
Por si fuera poco, ha vuelto a estallar ese polvorín que es Oriente Medio, donde Gaza sufre la enésima matanza de los inocentes, víctimas colaterales de una guerra que enfrenta a otros dos monstruos: un grupo terrorista, Hamás, y un Estado terrorista, Israel. A pocos kilómetros, los hutíes yemeníes atacan barcos en el mar Rojo, cordón umbilical que une Oriente y Occidente.
Sin embargo, no es casualidad la coincidencia de los conflictos de Ucrania, Gaza y Yemen. Como explica Michael Ignatieff, expolítico canadiense y profesor de Historia, la alianza autocrática entre Rusia y China «trabaja junto con un grupo de renegados infractores de derechos, encabezado por Irán y Corea del Norte. Los norcoreanos proporcionan municiones de artillería a Putin mientras traman para invadir el resto de su península y los iraníes fabrican los drones que aterrorizan a los ucranianos en las trincheras. Mientras tanto, los agentes de Irán —Hamás, Hezbolá y los hutíes— ayudan a Rusia y China maniatando a EE UU e Israel».
Tiene razón el papa, estamos viviendo una Tercera Guerra Mundial «a pedacitos».
Pero los monstruos también los tenemos dentro de nuestro viejo mundo. Las elecciones europeas de junio medirán su actual fuerza, que no ha dejado de crecer desde el triunfo del 'brexit' y Trump en 2016. Han llegado hasta Portugal, hasta ahora inmune a sus venenosos cantos de sirena.
El panorama pinta mal. El verde esperanza ha dado paso al verde caqui y el color del futuro me temo que sea el rojo sangre. Como dice Ignatieff, «en épocas normales puede parecer que el pesimismo es una moda intelectual; en épocas como esta, se convierte en una forma de realismo más descarnada».
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