Paradojas coincidentes
Ya apenas sabemos llegar a ningún sitio sin un dispositivo que nos guíe ni relacionarnos sin depender de unas teclas
Ana Zafra
Lunes, 5 de febrero 2024, 12:36
Escribir a mano conecta el cerebro y mejora la memoria y el aprendizaje, dicen los estudiosos justo la misma semana en que Elon Musk, el ... hombre más rico del mundo (que ahora podría pasar a ser el tercero tras perder, por una demanda, unos cincuenta mil millones de dólares como quien pierde cincuenta céntimos en el sofá) anuncia que ha instalado su chip Telepathy en un cerebro humano.
El chisme, del tamaño de una moneda de dos euros, es un sistema que «permite controlar tu teléfono u ordenador y, a través de ellos, casi cualquier dispositivo solo con la mente».
Y esto coincidiendo con el momento en que las autoridades españolas avalan lo que los docentes ya sabíamos: que las aulas no es lugar para móviles. Si ya era difícil saber dónde anda un cerebro adolescente en las horas de clase, imagínense cómo controlar si los muchachos, mientras tú explicas a Platón y su Mundo de las Ideas, no estarán en su propio mundo virtual chateando con su primo.
Otra paradoja coincidente es que este transhumanismo aparece en la semana en que hemos visto manifestarse cientos de tractores trashumantes recordándonos que, si bien la tecnología nos eleva a las nubes, es la tierra la que mantiene nuestra máquina biológica. El contraste entre los céntimos que se pagan a un agricultor deslomándose para sacar un kilo de patatas y lo que Mark Zuckerberg factura sentado ante su ordenador es la metáfora de esta sociedad que, aspirando a convertirse en etérea sustancia inteligente, pretende olvidar que somos carne corruptible.
Pero volvamos al chip cerebral que, en menos de una década, podría convertirse en algo tan habitual como llevar gafas. Instalado entre nuestras neuronas, abre la posibilidad no solo de arreglar lo que tengamos averiado –como las gafas–, sino de mejorarnos. Ser más rápidos, más fuertes, más listos, hasta convertirnos en híbridos entre maquinas y humanos, cual injertos sobre el original. Igual ya no haría falta ir al colegio. Solo con un aparato minúsculo te implantan los conocimientos de años de estudio o un doctorado completo en Astrofísica y para la Primera Comunión del niño le regalaríamos un biochip de juegos en lugar de la Play de ahora.
Claro que esto implicaría que alguien podría piratear el dispositivo y acceder a nuestro cerebro, controlarlo, manipularlo, cambiar nuestro comportamiento y personalidad y terminar sometiéndonos a una esclavitud digital. Sin olvidar que los poseedores del chip serán, exclusivamente, los afortunados que puedan pagarlo. Los demás tendremos que seguir pensando solitos.
Todo esto podría parecer ciencia ficción, pero, sin darnos cuenta, ya apenas sabemos llegar a ningún sitio sin un dispositivo que nos guíe ni relacionarnos sin depender de unas teclas.
Igualmente, esta semana, hemos visto al tal Zuckerberg pidiendo perdón a padres por tanto maltrato –incluso suicido– adolescente causado por Internet. Y es que, tristemente, también coincide que, a mayor desarrollo de la inteligencia artificial, más parecemos ir cultivando la idiotez natural.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión