Diplomacia cultural
Es habitual que el poder se erija en mecenas de artistas para exhibirlos como pantalla para blanquear una masacre, lavar la cara a una dictadura o lucir superioridad
ANA ZAFRA
Domingo, 25 de mayo 2025, 23:29
Cayo Mecenas fue un político que, en el siglo I antes de Cristo, se dedicó a fomentar las artes con tal interés que su nombre ... acabó siendo sinónimo de aquel que impulsa las actividades artísticas, en principio, desinteresadamente.
Y digo «en principio» porque la RAE define «interés» tanto como «inclinación del ánimo a algo» –es decir «el arte por el arte», que decía Oscar Wilde– como «provecho, utilidad o ganancia» que, al parecer, era lo que pretendía Cayo apoyando a poetas y artistas para que, ensalzando al futuro césar, impulsasen su carrera política. Resumiendo, hacer la pelota al poder.
Estos días pensaba yo que cada vez es más habitual lo contrario, es decir que sea el poder el que haga la pelota al arte, erigiéndose en mecenas de artistas para exhibirlos como pantalla ya sea para blanquear una masacre, lavar la cara a una dictadura o, simplemente, lucir superioridad.
Como muestra, haré un breve inciso sobre el tema de ese festival en el que un país genocida elige una víctima del terrorismo, la manda a un certamen, que mayormente patrocina, y casi consigue que gane disparando votos con un botón similar al usado para perpetrar sus acciones bélicas, porque, salvando las distancias, trajo a mi memoria el 'curioso' caso del arte abstracto en la España del franquismo.
Resulta que en aquella España en blanco y negro, que a principio de los 50 aún andaba recuperándose del hambre y la devastación gobernada por un régimen que ensalzaba los valores más tradicionales y rancios de una españolidad casi cateta, aparecen autores que practican el arte abstracto, como Saura o Canogar, cuyo vanguardismo rompedor parecía venir muy bien para maquillar la realidad social y política de nuestra dictadura. La autarquía patria que antaño proclamaba las bondades de la antimodernidad, empezaba a necesitar un lavado de cara al exterior. Fue entonces cuando un joven Manuel Fraga impulsó, en 1953, un Congreso Internacional de Arte Abstracto que ofreciese una imagen de –aparente– libre creatividad al mismo nivel que el resto de esos países cuya cultura desdeñábamos, pero que empezábamos a necesitar.
Resulta increíble que mientras en nuestras pantallas aún se proyectaba 'Raza', fuera se ensalzasen los valores de una vanguardia basada en la abstracción, pero surgida en medio de un realismo social duro y deprimente.
Bien es verdad que el «expresionismo abstracto» de, pongamos, Antonio Saura, transmite una sensación de deconstrucción y violencia similar a cualquier imagen tomada en aquella España gris a medio reparar, poblada de chabolas. Sin embargo, esa proyección exterior de un país vanguardista resultaba sangrante al escarbar en los altos índices de analfabetismo patrio. Y esa supuesta libertad creativa era una burla cruel en una sociedad reprimida y acallada.
En venganza, no me resisto a reproducir un chiste de entonces: Franco, ante un cuadro abstracto, exclama algo que su acompañante reproduce como «¡Qué colores, qué gestos!». Aunque dicen las malas lenguas que sus palabras exactas fueron «¿Qué cojo… es esto?».
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