El sistema
Parece claro que a más neoliberalismo, menos democracia. El sistema no permite que ambos puedan convivir
Alonso Guerrero
Sábado, 28 de junio 2025, 10:30
Es evidente que vivimos una época caracterizada por el creciente avance de la arbitrariedad. Las naciones ya no conocen a sus gobernantes, o han perdido ... la fe en ellos. Las democracias se vuelven autocráticas, porque los electores carecen del poder de controlar a los que eligen. Hemos perdido la capacidad de confrontar opiniones, como se hacía en las antiguas asambleas. Ahora se rechaza y se comulga, a menudo sin saber por qué, pero no se debate. Estoy convencido de que cualquier persona honesta, con algo de sabiduría, podría arreglar este mundo hecho para gente como Trump, Putin y Netanyahu, pero esa persona jamás llegaría a la política. También la economía podría ser más razonable, pero hasta en países civilizados, como Palestina, el hambre se utiliza para matar niños. El equilibrio es la única forma de paz a la que la democracia puede aspirar. Sin embargo, parece claro que a más neoliberalismo, menos democracia. El sistema no permite que ambos puedan convivir, igual que no permitió, en el siglo XIX, el sufragio femenino, o la renuncia al colonialismo. La democracia es, por tanto, una barraca de espejos en la que nunca vemos la verdad. De ello resulta que los políticos no son más que herramientas de quienes imponen el tipo de sociedad que todos debemos sufrir.
Desde Platón, las utopías son deseos que jamás han llegado a conformar la política. Deseos de justicia, por supuesto. El sistema que inauguró el mundo moderno, el capitalismo, ha sido el tirano que más máscaras se ha puesto a lo largo de la historia. Y sigue poniéndoselas. Ya no podemos refundarlo –como apuntó el presidente Sarkozy cuando estalló la burbuja inmobiliaria, en 2008–, pero tampoco controlarlo. Los poderosos están ganando, con una estrategia a la que cada vez más claramente se le ven los hilos: ganan no con la fuerza, simplemente el sistema les da ventaja. Ucrania y Gaza nos han mostrado para qué sirve el derecho internacional, y también cuál es la gran obra de la modernidad: el silencio, este monstruoso silencio que justifica la muerte de tanta gente desarmada. El pez grande se come al chico. El racionalismo, gracias al cual, según Kant, el hombre llegaba a la mayoría de edad, aún no nos ha sacado de la selva. Ni nos sacará.
Uno de los más claros síntomas de que el poder ha matado a la opinión pública es que las democracias están cada vez más vacías. Y la educación. Y la justicia. La clase media, que ha mantenido con vida la necesidad de poseer una visión del mundo y luchar por ella, vive como en una granja de pollos. La explotan y la esquilman a impuestos, mientras en el mundo crece el número de millonarios. ¿Podríamos hacer algo, como mayoría, contra esto? Las mayorías ya no tienen voz. El capitalismo está por encima del ser humano. Todos somos ahora aquel negrito del África tropical. Pertenecemos a un sistema sumamente contradictorio: Europa tiene que aumentar su gasto en defensa para enriquecer a las compañías armamentísticas estadounidenses, es decir, va a ser cómplice de lo ocurrido en Gaza. Alguien propondrá a Trump para Nobel de la Paz. No existen muchas salidas, porque nadie va a volver a leerse 'La república'. Así que hagamos todos a América 'great agai'n. Es lo mejor, cualquier otro camino sería una insufrible toma de conciencia.
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