Perrerías
El león y la columna ·
Las Ordenanzas Municipales de 1892 ya prohibían que los perros de presa anduvieran sueltosAlberto González
Cronista oficial de Badajoz
Viernes, 3 de mayo 2024, 23:01
Badajoz está plagado de perros. Cada vez hay más. Según las estadísticas, en nuestros días ya hay más perros que niños. En cualquier trayecto se ... encuentra uno con dos docenas.
Ahora se comenta mucho, pero la proliferación perruna no es de este tiempo. Desde antiguo las crónicas mencionan su gran número. No como animales de compañía cuidados por sus dueños, sino campando por libre. Ni como los únicos animales incontrolados, pues junto a ellos, las referencias mencionan cómo proliferaban en las calles cerdos, vacas, mulas, burros, ovejas, gallinas, pavos, patos y otros animales, que las cubrían de excremento y suciedad; entorpecían el paso, atufaban el ambiente, provocaban enfermedades y ocasionaban molestias. Algunas crónicas estremecedoras refieren que los cerdos y perros se comían en la calle a los niños abandonados.
Hasta mitad del siglo pasado, los perros callejeros eran plaga, abundando sobre todo en el entorno de las plazas Alta y Chica, matadero junto a Castelar, vertederos y otros lugares propicios en que hallar un hueso. El patético espectáculo de los laceros municipales tratando de capturarlos para después sacrificarlos; su apareamiento en plena calle; o las peleas sangrientas –a veces mortales– por un despojo, aún es recordado por los más veteranos.
Patentizando el problema que los perros callejeros representaban en ese tiempo para la vida vecinal, las Ordenanzas Municipales de 1892 dedican a la cuestión un apartado específico dentro del título dedicado a los servicios sanitarios y de seguridad ciudadana.
Para evitar su peligro se prohibía en absoluto que anduvieran sueltos por las calles los perros alanos, mastines y todos los de presa, cuyo número solía ser muy elevado. Quienes los tuvieran en el interior de la población -otros se destinaban a guardar fincas y casas de campo- estaban obligados a mantenerlos atados con una cadena dentro de su domicilio, y al salir, una persona los acompañaría para evitar que causaran daños.
Las demás clases de perros debían ir con bozal -no se impone correa- siendo conducidos a los depósitos -perreras infames- los que fueran sin él, cuyos dueños podrán reclamarlos en 48 horas, bajo multa de 5 pesetas por la infracción. Tanto los de dueño conocido como los callejeros eran en general de raza innominada; esto es, no cruzados para lograr ejemplares de mimo y compañía, papel que entonces ocupaban los gatos y los periquitos.
Los dueños de perros peligrosos que ignoraban las medidas de seguridad eran multados con 10 pesetas, además de afrontar los daños que ocasionaran los animales.
Transcurridas 48 horas sin que un perro capturado por incumplir las normas de control fuera reclamado por su dueño, el animal era vendido si se encontraba comprador, «haciendo desaparecer a los que no se reclamen».
Sobre la recogida de excrementos nada dicen las ordenanzas. Pues, habituados a los de las mulas y demás ganado mayor que cubría las calles, ese detalle carecía entonces de importancia.
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