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La ventana indiscreta

CONFINADOS ·

Lunes, 4 de mayo 2020

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«Parece de película». No sé cuántas veces he escuchado o pronunciado esa frase durante el confinamiento. La verdad es que mis días han tomado forma de fotogramas. Afortunadamente no pertenecen a la trama de 'Contagio', que narra una pandemia con origen en China y que ha sido de las más visionadas durante la cuarentena. Más bien, me siento protagonista de 'La ventana indiscreta' al mirar hacia los 24 pisos del edificio de enfrente, visibles desde mi balcón cerrado. Los primeros días me preocupaba el señor mayor justo en la mitad del bloque, solo como yo pero con más años. Desde hace unas semanas, está ya acompañado por sus hijas, quizás, o por voluntarias. Las dos versiones me ilusionan. Me planteo juntar al vecino de la fila de abajo con la vecina de la de arriba. Ambos hacen ejercicio, uno a primera hora y otra a última. O me pregunto de dónde ha sacado la máscara de caballo otra víctima de mi voyerismo inocente. Se la pone para participar en videoconferencias. Espero que para alegrar a una sobrina o sobrino o a los hijos de algún amigo, que, a fin de cuentas, también son sobrinos.

Quien me conoce sabe que soy casero. No me preocupa vivir solo ni quedarme en casa. De hecho, como bromeaba al principio del encierro, podía ser de las personas más preparadas. Siempre que tenga lectura y series. Pero también quienes me conocen, no han dudado en llamarme para aliviarme una soledad impuesta, distinta a la escogida. El sonido del móvil me arranca una sonrisa, aun cuando detrás no haya una máscara de caballo. A diario hablo con mi familia o amigos. No importa si antes nos veíamos a menudo o había pasado mucho tiempo. A distancia nos recordamos y planificamos antiguas y nuevas normalidades. Gracias a ellos y a mis vecinos, me he dado cuenta de la gran diferencia entre estar solo y sentirse solo.

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