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Trump y el malestar en la cultura

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 8 de noviembre 2020, 09:58

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Las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos han dejado patente que la victoria de Donald Trump en 2016 no fue fruto de una enajenación mental transitoria o un arrebato de buena parte del electorado estadounidense. Cuatro años después, pese a su 'ubuesco' ejercicio del poder, o precisamente por ello, ha cosechado seis millones más de sufragios y es el candidato republicano más votado de la historia. Aunque eso no le ha bastado para ser reelegido, se siente con fuerzas sobradas para enrocarse en el trono agitando, sin pruebas, el espantajo del fraude electoral. Trump no sabe perder, es un bilardista de la política capaz de lo que sea para ganar, incluido embarrar el terreno de juego. Le importa una higa si empuja a su país a las puertas de la guerra civil. O él o el caos.

Mas «el caos es un orden por descifrar», como reza la cita, sacada del 'Libro de los contrarios', que abre 'El hombre duplicado' de José Saramago. Quizás Biden, en el que algunos ven, o más bien desean ver, un nuevo Franklin Delano Roosevelt, traiga ese nuevo orden que exorcice el 'doppelgänger', el doble maligno, de la nación norteamericana y devuelva a esta el alma que vendió al Diablo. Pero el propósito de Biden se presenta titánico, ya que su país está partido en dos mitades antagónicas y agónicas que parecen vivir en universos paralelos.

Trump se ha encargado a conciencia de ahondar esa polarización, porque en el divide y vencerás reside el secreto de su éxito. Antes 'showman' que político y artero en el manejo de la psicopolítica, ha sabido catalizar y canalizar en su provecho el malestar creciente sobre todo de los WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant, acrónimo en inglés de «blanco, anglosajón y protestante») en y con lo que Sigmund Freud llamó la 'cultura', término que se puede asimilar a 'civilización' o 'sistema'. En 'El malestar en la cultura', publicado en 1930, en un tiempo tan convulso como el actual de auge de la extrema derecha y crisis económica, Freud defiende la existencia de un antagonismo irreconciliable entre las pulsiones sexuales y agresivas de los individuos y la cultura, pues esta, al reprimir la satisfacción de esas pulsiones para mantener la cohesión y la paz en la sociedad, recorta la libertad de las personas y les provoca sentimientos de frustración y culpa que pueden acabar en neurosis o peor, psicosis.

La Gran Recesión que estalló en 2008 aumentó ese malestar y sentimiento de culpa, porque desde el sistema se nos bombardeó con el mantra de que vivimos por encima de nuestras posibilidades. El remedio de curandero de Trump fue exonerar al pueblo de toda culpa y señalar al sistema, sus élites (de las que él es miembro desde la cuna aunque vaya de 'outsider') y los extranjeros –en definitiva, los otros– como los culpables de los males del país, desviando contra ellos las pulsiones agresivas y destructivas de los ciudadanos cabreados y desencantados hasta arrastrar a EE UU al borde de un ataque de nervios.

Sin embargo, la reacción del sistema ha vigorizado a Trump: demonizándolo lo ha convertido en un mártir a ojos de sus incondicionales, que pueden argüir: «Ladran, luego cabalgamos». Además, la alternativa ofrecida al aún presidente lo carga de argumentos, pues es más de lo mismo, un Biden tanto o más del 'establishment' que Hillary Clinton. Por ende, no hay que dar por muerto al magnate. Con el caudal de apoyos que conserva y la arrogante resiliencia que lo caracteriza, no es descartable que intente reconquistar la Casa Blanca en 2024.

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