Un tiempo para callar
Cuacos de Yuste está lejos de la Valencia de Alcántara natal de Gabriel Moreno, pero el profesor de Constitucional lo ha escogido por su tranquilidad y carácter europeísta
Sábado, 5 de agosto 2023, 08:51
El Monasterio de San Jerónimo de Yuste está en el término de Cuacos de Yuste. Llegar es sencillo. Está a dos kilómetros de Cuacos por ... la EX-391 y a Cuacos es muy fácil llegar por la EX-203, la conocida carretera de La Vera
El británico Patrick Leigh Fermor es, para muchos, un escritor de culto gracias al relato de sus peripecias vitales y de sus viajes. En una de sus mejores obras, 'Un tiempo para callar', nos describe su paso por monasterios europeos de clausura y silencio, trasladándonos a un mundo de celdas, sencillez, respeto, reflexión y sosiego, es decir, todo lo opuesto a la realidad líquida, narcisista y competitiva de hoy.
Fermor encuentra en esos cenobios, en la calidez de los monjes ortodoxos griegos o benedictinos franceses, la paz perdida de un continente exhausto de guerras, rapidez y ruido. Porque la propia vida de Paddy, como cariñosamente se le conoce, había sufrido en su cuerpo y alma las vicisitudes de la Europa errante del siglo XX: espía, soldado y miembro de las fuerzas de élite británicas, se hizo pasar durante más de dos años por pastor griego y llegó a liderar el único secuestro de un general alemán en toda la contienda mundial. Al terminar la guerra con honores, cansado de aquella máquina de destrucción y violencia que solo aparentemente veía dejar atrás, recorrió varias abadías solitarias y aprendió el verdadero significado de la frase del Eclesiastés: «Hay un tiempo para todo y un tiempo para cada cosa bajo el cielo... un tiempo para callar y un tiempo para hablar».
Él ya había hablado demasiado, y hablaría aún más en sus posteriores libros. Ahora, simplemente, quería callar, observar y ver el mundo. Y eligió la clausura de los monasterios, la tradición milenaria de un cristianismo eremita y retirado, más cercano a los monjes de Qumrán que al mensaje evangélico de compromiso, cercanía y activa compasión. Terminado su periplo conventual, Paddy se instaló junto a su mujer en el Peloponeso, en su amada Grecia, para seguir disfrutando del Mediterráneo, del recuerdo de la vieja Europa y de la tranquilidad de su palabra escrita.
Si Paddy hubiera conocido Extremadura, si hubiera estado un tiempo en nuestras tierras de Cáceres y Badajoz, ¿dónde habría encontrado aquel paraíso que atesorara siglos de silencio y civilización? No tengo duda de que el británico se habría quedado prendado, enamorado, del Monasterio de Yuste. Enclavado en el corazón de La Vera, el viajero se acerca a él desde una empinada carretera rodeada de robles y verdor, de unas sombras centroeuropeas que nadie pretende encontrar en el oeste español. En la cima, una tapia cubierta de musgo y yedra te separa del monasterio. Una tímida campana llama a la oración y a misa, el sonido que escuchó en 1556 el emperador Carlos V para retirarse, como Leigh Fermor, de aquella Europa de gritos, odios y guerras. Guiados por el reclamo centenario atravesamos la puerta y nos encontramos con un espacio único repleto de sombras, colores y matices. Los dos claustros, el gótico y el renacentista, la esbelta y sencilla iglesia, las estancias del emperador, los parterres y las fuentes. La imagen viva de mi rincón favorito de Extremadura es la de la fachada del monasterio desde el jardín y el estanque, esa fachada simple, austera, que tiene por ornatos las flores y la yedra (¡los lirios del campo!). Crecen alrededor de ella y trepan por sus muros, por sus cornisas y balcones, abrazando la naturaleza misma el cuarto en el que muriera el hombre más poderoso del mundo. Paddy abriría los ojos, observaría con recato el deambular de los monjes jerónimos y ahora de los polacos de San Pablo eremita. Hábitos blancos con cinturones negros y rosarios de quince misterios, ojos azules y cabellos rubios para habitar un remanso de paz en Extremadura y Europa.
A Paddy y al visitante actual también le impresionaría que la tranquilidad del Monasterio sea compatible con la actividad, sigilosa pero constante, de la Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, dirigida por el incansable Juan Carlos Moreno e instalada en el propio cenobio. No había ni hay mejor lugar para que la institución que nos une como extremeños al resto de Europa y a la América hispana proyecte su labor europeísta, su agenda cultural y su trabajo de puente entre continentes, culturas y siglos.
Porque la Fundación se sitúa entre la historia, la memoria y el presente para ayudar a construir un futuro de mayor entendimiento, comprensión de la difícil realidad que nos rodea y preservación de lo mejor que nos ha legado nuestra civilización europea.
De aquí la facilidad con la que se imbrica en la vida del Monasterio y de sus silenciosos atrios, porque los pocos que conservan hoy aquella Europa tan amada por Leigh Fermor son esos monjes recogidos y serenos. Carlos V, Paddy, los paulinos y los miembros de la Fundación son algunos de los agraciados que pueden llegar a entender y a practicar aquella frase bíblica de que hay un tiempo para todo.
Y el tiempo para callar y escuchar, para mí, donde mejor se encuentra es en el rincón verato, extremeño y europeo del Real Monasterio de San Jerónimo de Yuste. Sigamos cuidándolo.
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