
Jorge Márquez
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Jorge Márquez
Su nombre está asociado al mundo del teatro. Como autor, como director, como crítico y también por haber estado al frente del Festival de Teatro ... Clásico de Mérida entre 2000 y 2005. Pero Jorge Márquez (Sevilla, 1958) también se entrega a la novela. Con 'La amistad aplazada' (De la luna libros) ya son seis incursiones en este género narrativo, el cual aborda sin prisa y afán meticuloso, «casi obsesión», hasta que todo le cuadra. Este año ha rematado 318 páginas repartidas con maestría en un puzzle de 44 capítulos en el que ficciona la vida de David Buyón, hijo de millonarios, y se recrea con una suerte de personajes satélite en el que sobresale Vladimiro Peña, un advenedizo que tira de la trama. Esta comienza con una avioneta estrellada en una finca de Toledo y cuatro muertos.
La obra la presentó Alonso Guerrero el jueves pasado en la Fundación CB. La foto de la portada, con su cara partida en dos, es un diseño para toda la colección, no implica ningún mensaje ni mucho menos sugiere destellos autobiográficos en el interior.
–¿Con qué actitud afronta cada novela alguien tan vinculado al mundo del teatro?
–Lo expliqué en 1996 cuando escribí un producto híbrido que es 'Sucio amanece', que tiene por un lado la historia contada en narrativa y por otro la misma historia contada en teatro. Aquello fue un paso intermedio y luego escribí en 1997 la novela 'El claro de los trece perros' (premio Ciudad de Salamanca). Mi actitud es la de un vago porque soy lento escribiendo, pero también la de un neurótico perfeccionista que duda mucho, soy muy inseguro. Yo esta novela la empecé en 2009 con tres parones en los que me decía que no estaba funcionando. Uno ya no tiene la prisa por publicar como cuando era joven, pero había que hacerlo ya porque llevaba quince años con ella. No soy disciplinado escribiendo, aunque sé que no todo depende de la inspiración y hay que trabajar. Y aunque a veces me han dicho que desperdicio las acotaciones de mis obras de teatro porque literariamente son muy buenas eso a mí me da igual, yo lo que disfruto es del proceso de escribir.
–¿Ha sentido que hay personajes secundarios que dan para novelas aparte?
–No. A mí me gusta la literatura por el placer de desarrollar personajes, darles vida, pero no recreándome de manera innecesaria. Es verdad que son personajes con vida literaria, pero no necesariamente con vida argumental.
–En cada página de 'La amistad aplazada' siempre está pasando algo, como en las novelas de Marsé. Y de hecho el protagonista, Vladimiro, recuerda al Pijoaparte del escritor catalán, ese personaje inculto y orgulloso que se busca la vida entre una clase alta que lo desprecia, ¿cómo llegó a dibujar a Vladimiro?
–Vladimiro encarna el mal maniqueo, es un malo muy enrevesado, es un psicópata de libro, es muy narcisista, es un analfabeto emocional y le importa muy poco todo el mundo. Él es el origen de la novela y se llama Vladimiro porque es un vampiro.
–Sale Salamanca como no-lugar, pero da a entender que usa esa capital de provincia con alguna intención.
–Conozco Salamanca y es para mí una ciudad ideal porque está muy condensada, a nivel cultural y también de movida. En Salamanca tiene las raíces la familia paterna del protagonista. Por otro lado, todo empieza en el centro geográfico de la península ibérica, en esas coordenadas es donde se produce el accidente de avión del inicio, pero en la provincia de Toledo. A mí esos juegos me gustan.
Jorge Márquez
Escritor
–Algunos universos, como la época hippy 'flower power' o el del abuelo Rodrigo que vive en el pasado sin electricidad, ¿eran ambientes que estaba deseando introducir en una trama?
–Son universos retrógados y elijo exagerar. Me tomo licencias poéticas porque siempre me ha gustado utilizar el lenguaje arcaico y también jugar con lo que representa lo antiguo en el peor sentido de la palabra. También hay cierto romanticismo para expresar que no necesariamente antes vivíamos peor.
–También se recrea con ensoñaciones, como cuando aparece un caballero andante en el Bronx que salva a una joven de dos negros.
–Toda la novela tiene el sustrato de la leyenda artúrica, incluso la periodista encantadora y malvada, la cual va muy bien al protagonista-antagonista que es David, que es el tonto culto y bondadoso en una sociedad como la actual en la que se dice que uno, de bueno que es, es tonto, mientras que por el contrario la maldad está muy definida y cada vez la aplaudimos más.
–Y salda cuentas con la telebasura cuando relata cómo venden su vida en un plató.
–Sí, incluso al crear a las dos parejas, la del millonario y la del torero con la modelo, de lo cual hay referencias de sobra. La telebasura es un elemento deformador y recuerdo una frase que pronuncié en una conferencia: 'Si Marx hubiera conocido la televisión nunca hubiera dicho que la religión es el opio del pueblo'. Es realmente un problema, igual que las redes sociales usadas de forma tan nefasta reduciendo los niveles de exigencia del público al mínimo imprescindible, lo cual me parece que es una fuga de esta sociedad.
–Además de humor y símbolos hay muchos juegos con el lector que recuerdan su espacio semanal en HOY, 'En pocas palabras', donde nada termina siendo lo que parece. ¿Considera esa columna un entrenamiento?
– Efectivamente. A veces no apetece por pereza pero luego me digo que gracias a ella sigo escribiendo. Yo huyo de la columna de opinión y hacer una con pocas palabras me sirve de ejercicio. Ya decía mi admirado Ricardo Sanabria que una novela no hace falta que tenga mil páginas, bastan trescientas, o Juan Margallo cuando afirmaba que a toda obra de teatro le sobra un cuarto de hora y cuando se lo quitas le sigue sobrando. Y yo estoy de acuerdo con eso.
–¿Con qué anda ahora?
–Me entretengo mucho escribiendo 'En pocas palabras' en el HOY y estoy también con otra novela que no tiene nada que ver con esta porque es más reflexiva. Además, sufrí un parón hace poco más de un año porque me hackearon el ordenador cuando tenía más de cien páginas escritas. Me lo tomé con humor y dije que lo hackeó Cervantes porque era una mierda (ríe). Meses después se me pasó el disgusto y volví a empezar.
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