La poesía como algo inevitable
Extremadura en femenino ·
Lucía Masa Pastor| Poeta y maestra de educación primariaCÉSAR MUÑOZ
Lunes, 10 de octubre 2022, 07:13
En este septiembre crepuscular, la poeta Lucía Masa Pastor (Don Benito, 2000) camina por el Paseo de Cánovas. Es uno de los últimos atardeceres del verano y Cáceres vuelve a estar viva, las plazas llenas de estudiantes y peatones reinsertados en la cotidianeidad. Sobre el bullicio lejano de tráfico y bolsas de la compra, el susurro de su voz casi en secreto hablando de la vida y los poetas.
Lucía Masa es autora de dos poemarios, 'Asistolia' (2018) y 'Metamorfosis' (2022). Dice que el primero es «de cuando se le paró el corazón» y el segundo, «del renacer». En ellos habla de siluetas que se detienen en la distancia, calles que queman, espejos y salones en silencio. Esta mujer de nuestro tiempo trabaja de camarera y este curso termina su carrera universitaria de maestra de primaria, pero la poesía la habitaba desde bastante antes.
Se percibe cómo vive y cómo siente tirando de un hilo que parte de sus 15 años, cuando escribía por la mañana en el transporte escolar, como cuenta en su poema '6 de octubre': «La luna me persigue a través del cristal del autobús todo el camino/pienso en ti/empieza a sonar C Tangana/no lo escucho apenas, antes está tu voz». ¿Cómo era ese momento? «Seguramente por la mañana, a la hora de ir al instituto. Sería todavía de noche, en una de estas madrugadas de invierno que duran hasta las 9 o así. Aunque estaba algo dormida, era consciente de lo que decía. Hay veces que pasa al revés: antes de dormirme del todo, ya empiezo a soñar y se me ocurre algo. No sé cómo, consigo despertarme, lo apunto y dejo algo de lo que tirar al día siguiente, para acordarme del sentimiento que tengo».
«Cuando llegué a Cáceres desde Castilblanco tardé en adaptarme. Salí de mi zona de confort»
Los de la Secundaria fueron años tranquilos en Herrera del Duque, adonde iba desde Castilblanco, junto a todos los estudiantes de Valdecaballeros, Fuenlabrada, Helechosa, Villarta y Peloche. En total, siete pueblos. «Hice muchos amigos allí», dice, «todavía sigo hablando con algunos». Fue una época de muchas lecturas: '¡Buenos días, princesa!' de Blue Jeans, 'El funeral de Lolita' de Luna Miguel, que le llevó a 'Lolita' de Nabokov... «Luego descubrí a Lorca».
Cuando vivía en Castilblanco conseguía los libros en Herrera. «Me gusta comprar libros, tanto que casi no me da tiempo a leerlos todos». El origen de los suyos es también el de su aventura. Empezó a escribir con 16 años, de casualidad, siguiendo el rastro de compañeros y amigos que participaban en un concurso de poemas cortos. Ella envió uno, «romántico pero trágico», que quedó finalista. En la entrega de premios en Madrid oyó a una chica preguntar cómo se publicaba un libro y se quedó con la copla. Cuando creyó que los versos de 'Asistolia' estaban preparados, los dejó volar, como diría Celaya, y salieron publicados en una editorial.
Adaptarme
Poco después, a los 18 o 19 años, se fue a vivir a Cáceres. «Cuando llegué aquí tardé en adaptarme. Ya no estás en tu zona de confort. No puedes llamar por teléfono a tu amiga que vive a cinco pasos de ti y decirle 'vamos a salir'. Tú sales por la ciudad, y hasta que te lo conoces dices '¿qué es esto?' También tiene la parte buena de que, si no sé qué hacer, salgo andando a ver qué me encuentro, a ver qué conozco nuevo. Sigo haciéndolo ahora y todavía descubro cosas, cuatro años después. En la vida también soy así, y a veces me sale bien. Mira lo de los libros: era desconocido y me arriesgué».
La historia y la obra de Lucía Masa son música de cercanía, por eso prefiere las medianas a las grandes ciudades. «A mí me gusta lo familiar, ir por la calle y conocer las caras. A ratos echo mucho de menos Castilblanco. Me acuerdo de mis padres, del agua de la fuente de mi pueblo y de ir por la calle y saludar a mi gente. Por aquí pasas... y ya está. No dices adiós. En Madrid, por ejemplo, te enamoras cada dos por tres. Y eso es malo, porque no vuelves a ver a esa persona, es un amor fugaz. De todo lo que hay en el mundo, lo que más me gusta es el amor. Cada vez que me vuelvo a enamorar me parece que ya es amor, o sea, que todo lo demás no ha sido, o que sí ha sido pero no tan intenso. Creo que el amor mueve el mundo, y que, en el fondo, queremos seguir creyendo en él».
'Metamorfosis', su segundo poemario, que ha salido este año, es una pieza puramente artesanal. «Hablé con los de la imprenta, trabajé y me lo pagué. Lo maquetó Laura Belmonte y es una movida, es en lo que más se diferencia de una editorial. No tengo agente literario ni técnica de mercado. Soy yo, y mi madre y mi tío, que me los venden. Lo que escribo llega a las redes sociales, donde lo comparten y agradecen. Si publicase mañana, volvería a hacer lo mismo. Y está escrito para que en algún momento de mi futuro, al echar la vista atrás, lo lea y me acuerde de lo que yo sentía. Intento no pensar que entrego mi intimidad a los lectores, porque sé que cuando alguien lee algo tuyo, le estás enseñando cómo eres, lo que te duele y lo que no».
Su hora favorita es por la noche. «La vivo sola, y es cuando nacen más poemas. Escribo cuando estoy mal, porque necesito expresarme. No soy pornográfica. Es mucho más bonito el amor que no está idealizado: mirar a una persona y sentir que quieres quedarte con ella. Y si llueve, mucho mejor. No soy de las que salen a la lluvia, pero me gusta ver y oír llover. Mira, esos tópicos sí. Dentro de mí llueve muchas veces. Y hay ruido de maletas. Podría escribir sobre eso. Las maletas llaman al otoño y al verano. Ahora se acaba el verano y dentro de mí brotan las hojas, no se caen. Noto que regresa la rutina en toda la gente joven que hay, en el barullo que se oye en el centro comercial. En los niños en las puertas de los colegios y los padres, que aparcan en doble fila y no puedes pasar. Y en invierno vienen a casa a vernos los amigos. Yo he sido feliz en Cáceres, sigo siendo feliz, no quiero irme».