Juan 'el Bola' ya tiene calle
Un cacereño con pintina. Por primera vez aparece en el callejero un cómico budista
El Bola no es obispo, pero ya tiene calle. A quienes lean este artículo y no sean de Cáceres, les parecerá una tontería. «Y a ... mí qué me importa si ni sé quién es ese señor ni me interesa saber cómo se llaman las calles de Cáceres», dirán y tendrán parte de razón, pero es que la historia de este personaje, que acaba de ser inmortalizado en el callejero cacereño, es universal, permite extraer conclusiones y deducir que tenía razón Octavio Paz cuando hablaba de que la mejor manera de llegar a lo universal es a través de lo local. En realidad, Paz nunca dijo exactamente eso, pero sí algo muy parecido. Y el Bola debió de acogerse al pensamiento del escritor mejicano porque a base de anécdotas locales nos ha enseñado cómo trascender hasta el punto de que colocar en una calle una simple placa con su nombre se ha convertido en un acto reivindicativo de la realidad común como valor frente a la realidad solemne como discurso dominante.
Vaya por delante que estamos ante un personaje muy español, un pícaro inquieto que se ha buscado la vida con más oficios y ahínco que Lazarillo de Tormes. Juan Manuel Domínguez Sierra, alias 'el Bola', ha sido y es actor, cocinero, cabaretero, vegetariano, seguidor del Dalai Lama, cartero punki en Villanueva de la Vera, pinchadiscos en un pub de La Madrila, opositor a funcionario, aspirante a la alcaldía de Cáceres y ordenanza en una biblioteca.
En su momento, era tan tansgresor y tan molesto para el cacereñismo fetén, ese que llama calzonas a los pantalones cortos, pero no se las pone si no está a 300 kilómetros de Cáceres... Llegó a incordiar tanto con su coraje para ser libre viviendo, amando y diciendo que se corrió el rumor de que lo habían expulsado de Cáceres. Pues ya ven cómo han cambiado las cosas: no lo han echado, se fue él cuando quiso y ahora se queda con nosotros para siempre en forma de placa en el callejero, al menos hasta que esta capital de provincia vuelva a ser una ciudad de buenas costumbres y se repare esta locura de dedicar calles a cómicos, cabareteros y vegetarianos.
El Bola ya tiene calle a pesar de que en 2015 renunció a Cáceres y se marchó al exilio gastronómico, se perdió por la Sierra de Gata para recluirse en Hoyos y, como maître de un restaurante inimitable, escapó de la locura de una capital de la gastronomía española cuyos habitantes dedicaban su ocio a escribir críticas positivas sobre sus chefs amigos en Tripadvisor y a hundir a sus chefs enemigos.
El Bola pasó de tal frenesí y se convirtió en el primer refugiado gastronómico de la historia. Un refugiado vegetariano a conciencia, vegetariano desde niño, cuando su madre le daba el puré de bebé y si llevaba pollo o ternera, lo vomitaba. En un país de católicos carnívoros, El Bola se hizo budista y su madre no lo entendía: «Juan Manuel, hijo, con lo buen cristiano que eras tú de niño, ¿cómo puedes decir que eres devoto de un dios tan raro que se llama Shiva?».
En su etapa vital de alejamiento del ruido urbano y acercamiento a la naturaleza, el Bola respira los vientos de la Sierra de la Utopía, esa Sierra de Gata donde, según sus palabras, «la gente te acepta como a uno más. Lo que no les gusta es que les mientas ni que vayas de listo. Tú diles cómo eres y ellos te aceptarán y les da lo mismo si crees en Cristo, en Buda o en nada».
En aquel tiempo en que se decía que lo habían echado de Cáceres, las señoras agarraban fuertemente sus bolsos cuando se cruzaban con él por la acera. La pinta, la maldita pintina que en Cáceres tanto da y tanto quita. Ahora, ya ven, el Bola tiene una calle y es la primera que se le dedica a un cacereño con pintina. Todo un símbolo.
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