José Antonio Luceño: «Mi padre vivía como pensaba»
Médico cacereño. El hijo del profesor Antonio Luceño nos cuenta cómo era su progenitor
Antonio Luceño fue un profesor cacereño nacido en 1926. Era el menor de once hermanos y se quedó huérfano con diez años. Ayudaba a su madre en el colmado familiar de Camino Llano. Allí mismo estudiaba Bachillerato. Luego estudió Filosofía y Letras, Psicología y Pedagogía, siendo el primer psicólogo de la provincia de Cáceres. Pertenecía a una saga, los Luceño, que llegó a Cáceres en el siglo XVI. Se casó con Agustina Mardones y tuvieron tres hijos: José Antonio, Agustín y Miguel Ángel. Con el mayor, José Antonio Luceño Mardones (Cáceres, 1960), médico recientemente jubilado, charlamos para conocer más sobre su padre, cuya labor y amor a la ciudad acaba de reconocer el Ayuntamiento de Cáceres dedicándole la avenida Antonio Luceño.
–¿Antonio Luceño profesor?
–En los años 50 empezó dando clase en el Paideuterion y en el Licenciados Reunidos. Luego consiguió plaza en la Escuela de Magisterio, donde llegó a ser catedrático, y también sacó cátedra en el Instituto El Brocense, donde fue mi profesor. Impartía Filosofía y explicaba a Kierkegaard y a Nietzsche, lo que resultaba raro en aquel tiempo. Al llegar las incompatibilidades, tuvo que escoger y se centró en Magisterio. Su preocupación por la infancia lo llevó a formar parte del equipo que luchó por crear el centro PROA de educación a discapacitados, donde fue director y psicólogo voluntario. También fue psicólogo del Tribunal Tutelar de Menores. En Magisterio, formando equipo con María Antonia Fuertes, fue director y secretario y al nacer la Universidad de Extremadura, fue el primer jefe de departamento de su especialidad, acabando de profesor emérito junto a su compadre Daniel Serrano. Fundó la tuna de Magisterio y, al retirarse, le hicieron un homenaje en la universidad y fue nombrado hijo adoptivo de Cáceres.
–¿Antonio Luceño y la sociedad civil?
–Era muy cacereño. Estaba muy implicado en las tradiciones de la ciudad. Admiraba la parte antigua, que estaba sin proteger ni reconstruir hasta que llegó a la alcaldía Díaz de Bustamante. Se implicaba en los temas, tenía una gran base humanista. Era muy bondadoso, muy buena persona y tenía una máxima: Cáceres no era un núcleo industrial y su futuro estaba en la historia, la cultura y el casco antiguo, uno de los mejor conservados de Europa y que había que reformar y proteger. También tuvo muy claro que había que luchar por la universidad en Cáceres, no solo en Badajoz, y viajó varias veces a Madrid, pagándoselo de su bolsillo, para insistir en en el Ministerio de Educación.
–Un visionario.
–Sabía, hace 50 años, que el futuro de Cáceres estaba en lo artístico, en lo intelectual y en las nuevas tecnologías, que no llegó a ver, pero sí a adivinar.
–¿Sus ideas?
–Mi padre era profundamente religioso desde el punto de vista de la razón, no de la emoción. Dio clase voluntariamente de Psicología en el Seminario Diocesano. Mi padre transmitía paz, vivía como pensaba y creía, con una importante base moral y ética.
–¿Sus libros?
–Escribió relatos sobre Cáceres, basándose en las tradiciones locales. Publicó tres libros: 'Cáceres, el susurro de las piedras', 'La casa solitaria de los pilares y otros relatos' y 'La cueva de la becerra y otros relatos'.
–¿Usted no escribe?
–Mi padre me hablaba de historia, de arte, de filosofía y eso influye. Escribo artículos, pequeños ensayos. Acabo de terminar uno sobre la vejez de Cicerón y tengo otro bastante trabajado sobre Príamo, el padre de Héctor. Estoy estudiando el grado de Humanidades en la Universidad de La Rioja. Pero esta entrevista no va sobre mí, sino sobre mi padre.