«He ido a Francia 350 veces a llevar o traer emigrantes de Extremadura»
La emigración en Extremadura ·
«Tardaba 35 horas en ir de Extremadura a París», recuerda Andrés Rivero, que durante una década se ganó la vida como el taxista de los emigrantes«De niño –recuerda Andrés Rivero Sánchez (82 años)– yo trabajaba en el campo con mis hermanos y mi padre, que era arrendatario de fincas ... para ganado. Yo me pasaba el día arando detrás de las mulas, y cada vez que veía pasar un coche por la carretera nueva, pensaba '¿Algún día podré yo llevar uno?'». La vida le regaló una mili en la sección de Automovilismo en el cuartel madrileño de Canillejas, rodeado de coches, una casualidad que acabó por condicionar la vida de Rivero, al que casi todos en su pueblo, Campillo de Deleitosa, recuerdan por sus años como taxista para los emigrantes.
«He ido de Campillo a París unas 350 veces», cuenta el hombre mientras se fuma un puro en el patio de su casa. «La mayoría emigró en los años sesenta –rememora–. Nos quedamos en Campillo 15 ó 20 trabajadores: ganaderos, albañiles, el panadero y poco más. Toda la juventud se fue. A Francia muchos, pero también a Madrid, a San Sebastián y a Vitoria».
«Conducía un Alfa Romeo de nueve plazas, que no pasaba de 80 por hora, y a cada viaje le ganaba 5.000 pesetas (30 euros)»
Entre ellos sus dos hermanos, que se marcharon con 17 y 18 años. Uno murió y el otro sigue allí. Él se fue a la mili –entonces se hacía con 22 años– y tras licenciarse, empezó como taxista en un Alfa Romeo 2, una furgoneta de nueve plazas que su padre compró por 250.000 pesetas (1.500 euros).
19 años le duró ese coche a Andrés Rivero. «Le haría unos dos millones de kilómetros. En verano iba a Francia cada cuatro días. Tardaba 35 horas. De Campillo a Orleans, donde estaban la mayoría, eran 1.400 kilómetros. Y cien más a París, donde yo iba dejando a cada uno en su casa, que no veas lo que es eso... La velocidad máxima que alcanzaba eran 80 kilómetros por hora, y tenía que repostar cada 350 kilómetros. Y así estuve diez años. Los tres primeros, sin calefacción. ¡Por esos Pirineos! Los pasajeros con el abrigo puesto, y el que iba de copiloto se pasaba el viaje limpiando la luna, que se empañaba todo el rato con la respiración de los nueve que íbamos. Y en verano, todo el viaje con las ventanillas bajadas».
1.200 pesetas cobraba a cada pasajero. «9.600 pesetas eran si llevaba el taxi completo, y me quedaban de ganancia unas 5.000. Hasta que empezaron los problemas con la policía francesa. Me paraban, porque hacer esos viajes de vuelta es ilegal. Eran divisas francesas que se venían a España. Me busqué la vida, alquilé un taxi francés y hacía el cambio de pasajeros y equipaje a mi coche en San Juan de Luz, a 11 kilómetros de la frontera, y en Irún, en las traseras de un bar donde solía para a comer y cenar. Como los estraperlistas... Y encima llevaba la baca llena de bultos. Porque la mayoría de la gente vivía en barracas de madera y como les daba miedo dejar sus cosas y que se las robaran o se quemara la barraca, pues cargaban con casi todo lo que tenían. Luego, la Gendarmería amplió los controles y acabé haciendo el cambio a 80 kilómetros de España, en un pueblo llamado Castés. Al final, el taxi francés se llevaba la mitad de la ganancia. Y, la gente empezó a comprarse coches, así que lo dejé».
«Si quieres seguir viviendo, déjalo»
Por eso y por recomendación médica. «En esos viajes tan largos, no dormía más que alguna cabezada cuando paraba. Y ya en el destino, cinco o seis horas en casa de un amigo del pueblo que vivía en París, o en Orleans en la casa donde mis hermanos estaban a pensión. Llegué a pesar 55 kilos. Se me rompió una úlcera y estuve fastidiado. El médico me dijo 'Si quieres seguir viviendo, tienes que dejar esos viajes por Europa', porque también he ido mucho a Alemania, Holanda, Bélgica y Suiza».
Andrés Rivero le hizo caso. Siguió unos años con el taxi, haciendo viajes más cortos. Y luego se compró un camión, un Avia 4000, y se dedicó a trasladar trabajadores a las repoblaciones que se hacían por la zona. Y luego a transportar material de construcción. Y más tarde ganado. Hasta que se jubiló.
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