José Trejo
Tras culminar con éxito una travesía por el Ártico canadiense de 39 días, el pacense relata la agonía de los últimos días sin agua ni comida y los temporales que han afrontado
Ni un ruido, ni una raya en el aire y por supuesto ni rastro humano. Tan solo el jadeo de sus cuerpos avanzando por la ... nieve arrastrando cien kilos cada uno. Y así durante 39 días. Esta es la descripción que hace a HOY el pacense José Trejo nada más culminar el desafío Mar de Hielo 2025, el cual ha estado planeando durante más de un año y que llegó a su fin el martes de esta semana. Tanto él como sus compañeros en esta aventura por el Ártico canadiense, el murciano Francisco Mira y el gallego Sechu López, tenían previsto aterrizar este sábado en Madrid.
Atrás han dejado un paisaje hostil y deshabitado que Trejo, de 54 años, describe «como si fuera la luna». De lo primero que habló en conversación telefónica desde Ottawa (Canadá) fue de «un esfuerzo sobrehumano» con el que han rebasado sus límites como exploradores. La Sociedad Geográfica Española ya los ha felicitado a través de las redes sociales.
«Aquí te mueres en cuestión de minutos. Estás desde el primer día como en un paredón de fusilamiento constante. Si a alguno le viene un dolor de muelas o se tuerce un tobillo nos quedamos los tres porque aquí no hay nada y así nos lo advirtieron las autoridades. Ni los inuits podrían haber llegado hasta nosotros porque en un lugar así un avión puede aterrizar donde puede, no donde queramos nosotros», describió a este diario.
La expedición ha consistido en enlazar caminando sobre esquíes las localidades inuit Resolute y Gjoa Haven, más al norte, por la llamada Ruta Número 4 que pasa sobre el Estrecho de Barrow. Este enlaza los océanos Pacífico y Atlántico, una ruta muy codiciada hace siglos por los comerciantes y que aún hoy se considera épico afrontar. Por la parte extremeña, han estado financiados principalmente por la Diputación de Badajoz y la Fundación CB.
Arrancaron el 5 de abril. Salvo los 137 kilómetros que inevitablemente tuvieron que sortear en avión al estar derretido el Estrecho de Barrow, los expedicionarios han progresado sin más medios que su musculatura y determinación a lo largo de 613 kilómetros tirando cada uno de una pulka (trineo) donde portaban víveres, combustible y una tienda de campaña. Cada vez que la montaban debían instalar también un mecanismo de seguridad perimetral para ser advertidos de la presencia de osos polares, lo cual finalmente no ha sucedido. Por si acaso, llevaban con ellos un fusil.
Además de la «tensión mental extrema» que dice Trejo han soportado nada más les dejó el avión al otro lado del Estrecho, el gran desafío ha sido el frío, el viento y la orientación, que en ocasiones les ha jugado malas pasadas.
«Las temperaturas han sido de menos 28 grados, no muy bajas, pero el viento era horrible y la sensación térmica ha llegado a ser de menos 34 grados. Nada más comenzar, desprotegí mi cara un minuto y me la quemé por debajo del ojo derecho. Aquí el frío es como un soplete».
Un meteorólogo gallego de aliado
Como podían comunicarse vía satélite, uno de sus grandes aliados ha sido un meteorólogo, Juan Taboada, de Meteo Galicia. «Nos ha ayudado muchísimo –agradecía el extremeño–, ya que nos reportaba el estado del hielo, su rugosidad o densidad por si podía haber grietas y ese parte tan pormenorizado nos ha ayudado a orientarnos, ya que también nos decía en cada momento la dirección del viento, y con los catavientos que llevábamos en los bastones sabíamos qué rumbo estábamos siguiendo, ya que no se veía el sol, prácticamente no se veía nada».
«Ha habido tensión porque en cinco minutos estás muerto, era como estar constantemente en un paredón de fusilamiento»
José Trejo
Este meteorólogo también los prevenía de temporales, una posibilidad que tenían muy presente y que se ha hecho realidad varias veces. De hecho, la primera vez fue bastante desmoralizante. «El primer temporal llegó a los tres días de que nos dejara el avión y de repente nos vimos racionando comida y combustible y sin poder avanzar». De media progresaban unos 20 kilómetros al día, una distancia que fueron incrementando a medida que avanzaban las jornadas.
Después de aquella primera tormenta han soportado dos más. «Uno de los temporales nos dejó dos días y medio literalmente enterrados en nieve, pasábamos 17 horas seguidas metidos en el saco para no quemar combustible y alimentándonos con un puñado de frutos secos y una barrita energética. Solo salíamos para hacer nuestras necesidades y cuando te alejabas cinco metros ya no veías dónde estaba nada. Estuvimos casi un día paleando para desmontar».
El día 4 de mayo fue especial porque consiguieron hollar el polo norte magnético que descubrió el oficial de la marina británica James Clark Ross en 183. Este era un hito que querían anotarse en su peripecia hacia la civilización. Pero todavía les quedaban muchas penalidades por delante y las fuerzas empezaban a escasear un mes después de lo que ya empezaba a ser un infierno de color blanco.
La agonía del final
Otro de los factores que estresó a los aventureros polares españoles fue saber que a Gjoa Haven tenían que llegar antes del 13 de mayo. Debían coger el vuelo que los devolviera a Ottawa (Canadá), y con los días perdidos al haber quedado bloqueados por el temporal y algunos errores en la navegación que provocó que hicieran kilómetros de más, al final hubieron de redoblar el esfuerzo y prácticamente no dormir las últimas jornadas. «El último tramo no fue ya cuestión de músculo sino de cabeza, Teníamos que llegar sí o sí el día 13, y aunque lo logramos acabamos destrozados».
El primer día que se reencontraron con la civilización fue a principios de esta semana cuando al fin divisaron la torre del aeropuerto de Gjoa Haven. Para entonces su situación era agónica.
«Aquello fue un alivio, ya al menos sabíamos que había humanos cerca, pero luego ocurrió algo frustrante porque por una equivocación mía cuando estábamos a dos kilómetros al final terminamos haciendo siete kilómetros de más cuando llevábamos 47 kilómetros sin comida ni agua», recuerda José Trejo aún con la voz afectada.
Aunque exhaustos, estaban a punto de enlazar los poblados inuit de Resolute y Gjoa Haven, asentamiento en la isla del Rey Guillermo fundado por el mítico explorador noruego Roald Amundsen en su primera travesía por el paso del Noroeste a bordo del Gjoa, barco del cual el asentamiento toma su nombre. El primero tiene poco más de 200 habitantes, y el segundo en torno a 1.300, la mayoría de la etnia inuit. En ambos casos son regidos por 'administradores', y fue la administradora de Gjoa Haven quien los atendió ante la incomparecencia de la persona que debía aguardarlos. Ella les dio de cenar después de 39 días comiendo comida iofilizada. Aquel primer menú improvisado ya en el mundo civilizado fue un arroz cocido, unas zanahorias hervidas y unos filetes de pescado, una dieta más de hospital que de celebración , pero que a los tres titanes del ártico canadiense les supo a gloria.
En las horas siguientes ya todo solo podía mejorar. Mientras Mónica, desde España, les tramitaba la documentación necesaria, volaron a Ottawa donde de nuevo fueron acogidos en la Embajada de España que los despidió mes y medio antes. Lo siguiente fue un viaje con escala en París y reencontrarse, mucho más delgados, cada uno con los suyos, lo cual ocurrió ayer sábado en otra jornada, la última de esta peripecia y posiblemente la más emocionante.
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