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Menos Franco y más Constitución

Menos Franco y más Constitución

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 4 de noviembre 2018, 18:45

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¡Quién nos iba a decir que cuarenta años después de ser aprobada la Constitución los españoles íbamos a estar a vueltas con la tumba de Franco! Ni el escritor de política ficción más inclinado al delirio podía imaginar que una de las polémicas más envenenadas iba a ser –¡en 2018!– dónde enterrar al dictador después de desenterrarlo del Valle de los Caídos. Pero así estamos en España, viviendo un episodio de regreso al pasado a cuenta de los huesos del victorioso generalísimo.

Vaya por delante que yo coincido con la opinión del escritor Arturo Pérez Reverte. A mí Franco dejó de preocuparme cuando se murió. Con más razón cuando, por fortuna, lo que le sucedió no fue el franquismo sin Franco que querían sus partidarios sino una democracia. Por eso creo que la 'operación Valle de los Caídos', puesta en marcha nada más llegar Pedro Sánchez a la Moncloa, es, sobre todo, una operación de imagen. Un precipitado gesto para la galería, como muchos de los que ha hecho este gobierno, que se enreda y amenaza con convertirse en un auténtico embrollo. Pedro Sánchez quería lucirse, pero a la postre el asunto le está dando más dolores de cabeza de los que imaginaba.

Ahí tenemos a la familia Franco enrocada con la Almudena y echándole un pulso al Gobierno de España. ¿Se puede ser más torpe? Resulta hasta obsceno ver cómo los herederos del dictador ponen en aprietos al Gobierno al exigir que su abuelo se entierre en La Almudena, un sitio principal y céntrico, y no en un lugar privado y discreto, como quiere el Ejecutivo. La pregunta obvia es si antes de meterse en estos fregados el Gobierno no debía haber pactado la exhumación y el destino de los restos con la familia.

Claro, que entonces se hubiera perdido el golpe propagandístico que buscaba Pedro Sánchez, el de ser el presidente más antifranquista de la democracia al promover lo que no se ha atrevido a hacer ninguno de sus predecesores: sacar a Franco del Valle de los Caídos. El efecto conseguido es el opuesto: la exhumación, que se prometió para el verano, se alarga ahora hasta 'antes de Navidad', y está por ver que se cierre ahí.

El colmo sería que el asunto acabara en los tribunales porque no son capaces de ponerse de acuerdo sobre dónde enterrar de una vez por todas los restos del dictador. Es indudable que la cuestión tiene su peso simbólico, y que es bueno que se resuelva cuanto antes, pero los gobernantes no deberían dedicarle ni un minuto de la energía que se precisa para atender los verdaderos problemas de los españoles.

No deja de ser paradójico que muchos de los que le ponen más entusiasmo a esta 'resurrección' de Franco ni conocieron al dictador ni sufrieron el franquismo. Parece como si quisieran experimentar qué se siente luchando contra una dictadura; jugar a antifranquistas como el que juega a matar malvados en la Playstation. Lo patético de ese deseo de vivir emociones políticas fuertes es que el dictador y su régimen llevan 43 años muertos. El antifranquismo que practican estos neoantifranquistas solo puede ser de salón.

A Franco lo enterraron, y bien enterrado esté, quienes más sufrieron las consecuencias de la guerra y la posguerra. Generaciones que recuerdan cómo malvivieron durante la dictadura. Mi padre, que fue de los que la padecieron, contaba que en plena posguerra, falangistas y militares atronaban las calles desfilando triunfantes al grito de ¡Franco, Franco, Franco!. El objetivo, como el de todo vencedor, estaba a medias entre amedrentar y enardecer a una ciudadanía que, en su mayoría, dependía de los suministros de la cartilla de racionamiento y sufría penalidades sin cuento. Y como el pueblo español siempre ha tenido sentido del humor, muchos repetían por lo bajo un chiste facilón, pero certero: 'Menos Franco, y más pan blanco'. Pues eso, menos Franco y más Constitución, más empleo y más progreso.

Desentierren a Franco y entiérrenlo de una vez por todas donde convengan, y a otra cosa. Que en España hay mucho trabajo pendiente.

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