Voz extremeña para los médicos de Madrid

La vocación se le despertó compartiendo sofá con su padre los viernes por la tarde. Con apenas diez años les deslumbró Mash.

La serie mostraba el día a día en un hospital de campaña durante la guerra de Corea. Francisca García-Moreno Nisa es hija de un agricultor y de una ama de casa de Almendralejo. La primera de su familia paterna en llegar a la universidad.

Alan Alda fue su referente médico más cercano de niña. Se sacó el BUP y el COU en el Carolina Coronado con la mente puesta en Medicina. En cuanto pisó la facultad de la Universidad de Alcalá, supo que quería ser cirujana. Hizo la tesis y completó la residencia en Ramón y Cajal en cirugía general y digestiva.

Hoy ejerce en el Príncipe de Asturias de Alcalá, lidera varios equipos de investigación y forma a jóvenes cirujanos en la universidad en la que estudió.

Alguna vez les pone en clase capítulos de Mash. Por sus manos han pasado más de 3.500 pacientes. «Soy una fan absoluta de mi trabajo. Cada día me gusta más».

Lo dice un par de horas después de haber operado a un enfermo de cáncer de estómago que no podía comer. En diez o doce días, pronostica, podrá cenar con su familia.

Quirófano, docencia o investigación. Agenda compleja. Varios frentes abiertos. Llega porque concibe su trabajo como un sacerdocio. Se quita los guantes y abre el ordenador. Sábados sin guardias corrigiendo trabajos de los alumnos de sexto de Medicina y domingo cerrando artículos científicos.

Ahora lidera una candidatura para presidir el Colegio de Médicos de Madrid. Aspira a representar a más de cuarenta mil compañeros y gestionar un organismo con 12 millones de euros de presupuesto. «Aunque yo soy la candidata, en realidad se trata de un grupo de gente, cada uno con una responsabilidad, que se asocia porque cree conveniente una nueva corriente».

Da el paso porque lleva mucha mili encima. Experiencia clínica en hospitales, en representación de la Sociedad Española de Cirugía y con estudios especializados en derecho y gestión sanitaria. «Se necesita una figura que conozca la profesión médica de forma transversal y que no haya solo una vertiente política», considera.

En su hoja de servicio no consta Extremadura. Mérida fue el primer hospital en el que dejó el currículum cuando terminó la residencia en el Ramón y Cajal, pero le llamaron del Príncipe Felipe y su carrera se centró en Madrid.

Por eso tanta ilusión cuando hace dos años Alberto Pérez, el presidente de la Sociedad Extremeña de Cirugía, la llamó para una ponencia en un congreso que organizó en Plasencia. Fue su primera y única intervención como cirujana en Extremadura.

No viene todo lo que le gustaría. Convive con el cargo de conciencia por las ausencias ante su familia de Almendralejo. «Quizás algún día, cuando me jubile, me mude allí».

Contagia entusiasmo a sus estudiantes. «La satisfacción personal de poder mejorar la vida de la gente no tiene precio, se lo repito continuamente». También el afán por seguir aprendiendo siempre. Pone de ejemplo al doctor Carda, el catedrático de cirugía del Ramón y Cajal con el que se formó. «Hasta el día antes de jubilarse quería saber más».

En la facultad, cuenta, es fácil motivar. Los chicos que empiezan llegan enamorados de la carrera. Los desencantos vienen después. Las incertidumbres tras la residencia. Diez años de formación para toparse con contratos temporales.

La crisis sanitaria por la covid ha servido para reforzar la percepción social de la profesión. «No somos una élite de gente forrada, algunos residentes no pueden pagar la hipoteca y la guardería de los niños».

Como veterana trata de evitar el desencanto de los que vienen detrás. Sin esconder que se enfrentan a una vida dura. Con mucha carga de pacientes y con noches en vela por la responsabilidad. Pero cargada de satisfacciones. «Ninguna profesión te da lo que te da la nuestra».

Poco a poco, vaticina, las mujeres tendrán el protagonismo que merecen en la medicina. Hay muchas más chicas que chicos en las facultades. Pronto también habrá más cirujanas que cirujanos. Ellas forman parte de la generación bisagra. La última que lo tuvo más difícil que sus compañeros varones. «Yo nunca he percibido una situación de discriminación, pero mi marido, que me acompaña desde el principio porque nos conocimos en prácticas de anatomía de primero de carrera, dice que de haber sido hombre hubiera llegado mucho más lejos».

Prefiere no darle la razón. Se queda con haber llegado donde se imaginó cuando veía Mash con su padre. De convertirse en médico, de ejercer como cirujana general y digestiva. Y de tener por fin el carné de socia de la Sociedad Micológica Extremeña.