Un país que nunca se acaba
Dime algo caliente... BadajozMemes contra el ardor. «!Qué calor!», se convierte estos días en trending topic de ascensor
Me fío más de los hombres del campo que de las aplicaciones. Un pariente de Ceclavín me avisó días atrás de que iba a hacer ... mucho calor. Se basaba para el pronóstico en cómo movía su mula las orejas. Hay otros signos que avisan de los cambios meteorológicos: las hormigas voladoras, el crujir de los muebles, el picor de las cicatrices, el olor de los desagües y hasta si se lavan la cara los gatos, que es señal de que va a llover. Aunque ahora, de lluvia, nada y de calor, todo.
Ya está aquí la primera ola infernal y los hombres y las mujeres del tiempo llevan tantos días avisando de ella que parece más bien la historia de una catástrofe anunciada. Antes, venían las olas y las soportábamos sin mucho agobio. Ahora, no. Ahora las sufrimos con antelación por orden del Telediario. La semana pasada, se hablaba del tiempo, como siempre, y al saludarnos por la calle, había dos tipos de personas: quienes se congratulaban de la bonanza y quienes replicaban atemorizando: «Espera, espera a que llegue el martes que viene, ya verás lo que es bueno». Así que en vez de disfrutar de máximas de 30, nos acongojaba la inminencia de las máximas de 40. Y así no se puede vivir.
Así que llegó el martes y después el miércoles y aquí estamos, con 40 a la sombra y el: «¡Qué calor!» convertido en 'trending topic' de ascensor. Como a partir de los 38 grados, sufrimos mutaciones, nos puede pasar como a aquel funcionario sudoroso que se aturulló en el elevador del edificio Múltiples de Cáceres, sede de delegaciones y consejerías, y exclamó aturdido: «Estoy muy caliente». El ascensor iba lleno y aguantamos la risa como pudimos, pero una compañera del caluroso replicó: «No me extraña, fulanito» y estalló la carcajada.
A partir de 30 grados, un asturiano abre la ventana mientras que un extremeño baja el toldo, cierra la ventana, baja la persiana y echa la cortina
Del calor hay que reírse y echar mano de chistes malos como ese meme que presenta a una pareja en postura ardiente a la hora de la siesta, ella le ruega a él que le diga algo caliente y el amante le susurra al oído: «Badajoz». Hay otra versión nocturna en la que el amante opta por Cáceres, que ya se sabe que es la ciudad con las noches más tórridas por aquello de que no tenemos río, sino un humilde arroyuelo que refresca poco.
El calor nos permite distinguir a un septentrional de un meridional. Así, la diferencia entre un extremeño y un asturiano es que, cuando la temperatura ambiente sube de 30 grados, el asturiano abre la ventana mientras que el extremeño baja el toldo, cierra la ventana, baja la persiana y echa la cortina. Otra diferencia es que, para los del norte, el aire acondicionado es un lujo, mientras que en el sur es un electrodoméstico tan necesario como la lavadora.
El calor permite hacer calas sociogeográficas en las gradas del Teatro Romano de Mérida. Escuchando a los vecinos de asiento mientras empieza la función, te sorprendes cuando dos matrimonios vascos argumentan que Mérida es una ciudad muy aburrida a las cuatro de la tarde, que no se ve un alma por la calle. Te callas por no ser impertinente, ¿pero cómo vamos a salir a la calle con 40 grados, almas de cántaro?
En Extremadura, el instinto de supervivencia nos ha enseñado trucos para sobrellevar estas olas de fuego de cada verano: el botijo, la siesta, la penumbra, no salir entre las 12 y las 21… Lo que no soportamos es la llamada del 'cuñao' a las seis de la tarde para preguntarnos si hace calor. El tío no se interesa por nosotros el resto del año y tiene que llamar a la hora punta del termómetro para cerciorarse de que estamos sudando mientras él bebe café con hielo al fresco en el chiringuito La Bamba de Isla Canela. Esta última frase no tiene ni una sola coma. Lo siento, estoy como el del ascensor.
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