El despacho del pollito Pío
Escribir rodeado de okupas. Tres señoras han convertido mi estudio en una casita de juguetes
En 2008 me mudé de piso. Un buen día me comunicaron que se vendía uno enfrente de mi suegra, puerta con puerta, y antes de ... que pusiera alguna pega, me anunciaron que lo íbamos a comprar. Aunque en casa saben que soy de buen conformar, debió de parecerles una situación un tanto abusiva y, para convencerme de que era lo mejor, mi mujer y mi suegra me anunciaron que iban a tirar un tabique, no ellas, sino los albañiles, para unir dos habitaciones y prepararme un despacho amplio y luminoso, con dos ventanales, vistas a la Montaña de Cáceres y a la sierra de Montánchez, una mesa para el ordenador, otra para preparar trabajos, mi sillón finlandés para leer junto a la ventana y unas estanterías magníficas para guardar mis libros.
El caso es que nos mudamos puerta con puerta con mi suegra, tomé posesión de mi habitación de lectura y escritura, a la que siempre he llamado despacho, aunque no despache con nadie, y todo fue armonía y equilibrio: mi suegra encantada con su hija enfrente y yo feliz con mi súper habitación exclusiva. ¿Exclusiva?
A los pocos meses de llegar al nuevo edificio, mi suegra, que tiene la llave de casa, apareció en la puerta de mi despacho con una lupa en la mano y el HOY en la otra. «Vengo a leer el periódico», anunció y sin esperar mi aquiescencia o, cuando menos, un 'vale' resignado, okupó mi sillón finlandés y pasó la tarde entretenida con la lupa y el HOY. Yo creía que aquello había sido una excepción, un capricho, una ocurrencia. Pero no, de eso nada. Era el principio de un hábito, de una costumbre que pronto se convirtió en cotidiana. Al tiempo, mi mujer, con el pretexto de hacer compañía a su madre, okupó mi mesa de trabajo: primero con un libro, actualmente con ordenador, archivadores, carpetas, portalápices, libros y cajitas.
Solo una vez, hace un par de años, esbocé una protesta, pero callé en cuanto me soltaron un razonamiento sin posibilidad de réplica: «¿Qué quieres, que eche a mi madre? Además, con ella sentada a tu lado has escrito cuatro novelas, un libro de viajes y los artículos diarios. No entiendo qué problema hay». Pues no, ningún problema. Hace ya 15 años de la primera okupación y bueno, qué quieren que les diga, me engañaron, me resigné y me he autoconvencido de que no pasa nada por que donde iba a estar yo solo, un misántropo perdido, ahora estemos tres. ¿Tres?
Ahí está el problema. Que ya no somos tres. Ahora somos cuatro y esto ya no es mi despacho exclusivo, amplio, tranquilo y unipersonal, sino el camarote de los hermanos Marx. Desde que mi nieta Minerva ha aprendido a andar, ha anunciado con determinación que también ella quiere ser inquilina de mi despacho. Mi situación actual es calamitosa: me vine a un piso frente a mi suegra para gozar de una habitación de trabajo en exclusiva y resulta que la comparto con tres mujeres: esposa, suegra y nieta.
Aunque lo peor es que el estudio se ha convertido en una casita de juguetes. Antes, a pesar de las okupas, no había cambios en el mobiliario. Pero desde que se ha incorporado Minerva, estoy desorientado. Mientras escribo, veo una mesita roja y bajita, un sillón que es un perrito con la lengua fuera, dos sillitas que parecen sacadas del cuento de Blancanieves, globos, juegos, libros de cuentos con sonidos estridentes, la casita del pollito Pío, al que tengo que dar besitos cada vez que mi nieta lo saca a pasear… A pesar de todo, ya ven, aquí está mi artículo diario, antes de Navidades saco un libro, estoy escribiendo una novela… Yo creo que ya no soy capaz de escribir sin mi mujer, sin mi suegra, sin mi nieta y sin el pollito Pío.
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