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Cementerio de Montánchez. HOY

Cementerios: historias y emociones

UNA VIDA PROPIA ·

Marisa García

Badajoz

Sábado, 31 de octubre 2020, 09:09

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Este año los cementerios van a estar más solitarios que nunca para la festividad de Todos los Santos. La pandemia también les afecta.

La visita a los camposantos me reconforta, por eso suelo acudir a los de los lugares a los que viajo. Silencio y serenidad. El sosiego de sus callejuelas y el halo de misterio que los rodea me hacen estar en paz. Cuando leo las inscripciones de las tumbas no puedo evitar pensar en lo que dejaron atrás los que ahora moran en ellas. Su historia. «Estarás siempre vivo en la memoria de tu esposa, hijas y nietos. Te recordaremos siempre sonriendo y serás para nosotros un ejemplo de lucha, entereza y honestidad». Algo tan escueto que resume una vida entera. Es la dedicatoria de la lápida tras la que descansa mi padre, que pasará su primer 1 de noviembre en el camposanto. La he visitado muchas veces y siempre es doloroso, me emociona, pero a la vez me consuela porque aunque siempre está conmigo, allí lo siento más cerca.

De otros cementerios admiro su belleza, como el de Montánchez. Enclavado en la ladera del castillo de origen árabe con excepcionales vistas, tiene un aire romántico que invita a echar un vistazo a los epitafios de sus nichos, que se remontan a 1810. Me llamó también la atención la inscripción que hay a la entrada del camposanto: «Templo de la verdad es el que admiras. No desoigas la voz que te advierte. Que todo es ilusión menos la muerte. Mansión es esta de silencio y calma que solo al hombre pecador aterra. Aquí vuelven los cuerpos a la tierra y a la nueva vida se despierta el alma».

Algunos hacen que nos relajemos, como el luminoso, recogido y coqueto cementerio británico de Elvas, en Portugal, que recuerda a los soldados británicos que cayeron en 1811 en la Batalla de La Albuera. Situado en lo alto –desde allí se divisa una espléndida panorámica de la ciudad–, parece más un jardín para el esparcimiento que un camposanto. Alberga solo cinco sepulturas en el suelo protegidas por una verja, y las encaladas paredes nos ofrecen varios memoriales de los miles de militares que cayeron durante los sitios de Badajoz.

En otros su encanto reside en su sencillez, como el cementerio alemán de Cuacos de Yuste. Rodeados de olivos reposan los restos de 180 soldados fallecidos en España durante la I y la II Guerra Mundial. Un horizonte de sencillas cruces alineadas con sus nombres y rango militar. Todas iguales porque la muerte a todos iguala.

Y de los cementerios cercanos a los más lejanos. Recuerdo que en 1993 fui siguiendo por curiosidad las flechas marcadas con tiza que me guiaron por el laberíntico cementerio Père Lachaise de París a la modesta tumba de Jim Morrison, encima de la que algún 'colega' había dejado un porro, una cerveza y unas gafas de sol.

También se me quedó grabada la visita a la enorme necrópolis Cristóbal Colón de La Habana, que alberga más de un millón de muertos. Es como una ecléctica ciudad de los difuntos en la que destacan sus preciosas esculturas, y de la que recuerdo sobre todo la historia de Amelia Goyri 'La Milagrosa', que el guía (sí, hay cementerios en los que se puede hacer una visita guiada) nos contó. Amelia era una joven que falleció estando embarazada, los médicos creyeron que el bebé estaba también muerto y la enterraron. Cuando años después abrieron la bóveda para enterrar en ella al padre de su marido, encontraron el cuerpo de Amelia intacto sosteniendo en brazos a su hijo. Desde entonces mucha gente, sobre todo mujeres, acude allí a hacer peticiones a Amelia, como muestran las placas de mármol de agradecimiento que rodean su tumba y las flores que siempre la adornan.

He recorrido muchos, y va a ser una suerte que me sienta a gusto en los cementerios, porque voy a pasar mucho tiempo en uno de ellos...

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