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Manolo Ortiz es extremeño y, probablemente, el camarero más simpático de Mallorca. No es un título oficial y además es muy subjetivo, pero ... en la era de Internet las reseñas de los clientes permiten aproximarse a quien merece una distinción así. «Nos atendió Manolo, excelente servicio. Considero que en hostelería ya no quedan camareros como los que tiene este mesón», por Belén Jaleo hace un mes; o «el camarero Manolo Ortiz nos atendió como si fuéramos su familia», por Fernando Álvarez hace cinco días; o «Manolo, nuestro camarero de diez. Un crack», por Mariano Castro hace dos años. Son solo una muestra de la huella que va dejando en los clientes de Can Pedro, un mesón clásico del barrio de Génova, en Palma de Mallorca, que aparece en todas las guías turísticas.
Esta semana, la prensa local le ha dedicado un reportaje titulado 'Manolo Ortiz, el camarero más mediático de Mallorca', y añade: «A solo unos meses para su jubilación, es el más veterano de mesón Can Pedro, acumula cientos de reseñas favorables en las redes sociales y es toda una institución entre clientes y compañeros».
Cuando el extremeño recibió la llamada del Diario HOY confirmó su simpatía nada más descolgar: «No sabéis la ilusión que me hace que me llaméis», fueron sus primeras palabras. Nacido en Valverde de Llerena en 1959, Manolo Ortiz Martín es el hijo de Antolín y Carmen, y nieto de 'El Rana', que tenía un bar en el pueblo. Emigró en 1975, aunque no recaló en las Islas Baleares hasta 1981.
«Me fui del pueblo aunque allí tenía trabajo en el bar y la tienda de ultramarinos de mi familia, pero no había vida en un pueblo tan pequeño (1.600 habitantes en 1970 y 566 hoy). Yo quería volar, siempre fui un aventurero, así que acabé en Benidorm trabajando en un hotel. Luego hice la 'mili' y aunque volví un par de años al pueblo, al final cogí un avión y me planté en Mallorca. Era la segunda vez que volaba y me gustó mucho la experiencia», rememora Manolo mientras se escucha de fondo a sus dos nietas mellizas, Alma y Sofía, de cinco años y razón por la que desde que nacieron él no ha regresado a Valverde de Llerena. «Ellas son mi ilusión, en el barrio me llaman el superabuelo».
Volviendo a la conversación mientras las pequeñas le dan una tregua, Manolo explica que se quedó en Mallorca porque allí conoció «al amor de su vida», aunque ahora que es viudo lo retienen las dos mellizas de su hija, con las que pasa sus horas libres.
Su trabajo lo tiene en Can Pedro, donde se jubilará a sus 65 años después de 32 años de servicio. Tras pasar por otros establecimientos de la isla desde 1981, allí empezó a trabajar un 11 de marzo de 1993 cuando vieron cómo se desenvolvía con la bandeja y los clientes.
Desde entonces, ha rechazado las ofertas que le han hecho porque con los dueños de Can Pedro, Pedro y Ana, siempre se ha sentido muy cómodo y bien tratado, hasta el punto de que le aceptaron un cambio de horario para que pudiera llevar a sus nietas al colegio.
En cuatro décadas de profesión ha visto muchos cambios. «La isla ha crecido un cien por cien, cuando yo vine era todo más tranquilo, aunque ya había muchos hoteles y restaurantes. Ahora hay muchos alemanes e inmigración. Esto es como una provincia alemana, así que yo al final he terminado aprendiendo alemán para defenderme en mi trabajo, en el que también hablo algo de inglés».
No pasa por alto que cuando él empezó todo se hacía con libreta que todavía emplea para apuntar cómo quiere la carne cada cliente, aunque hoy día los camareros manejan un dispositivo en un trabajo tan intenso, ya que Can Pedro –dice– no es un local cualquiera sino un clásico de la isla. «Es un mesón con una carta muy variada cuyo plato estrella son los caracoles en salsa o el frito mallorquín, que es una asadura de hígado de cordero. Cuando está lleno son más de 500 personas, y en verano 700 cuando abrimos las terrazas».
En total –prosigue– trabajan veinte camareros en sala, y aunque él no es el único que recibe buenas reseñas, su trayectoria durante tantos años lo han convertido en un personaje muy querido. «Yo antes ni sabía qué era eso de las reseñas, las empecé a mirar hace poco y veo que los clientes me aprecian porque recibo buenos comentarios. Algunos son de toda la vida y otros están de paso, pero yo solo hago mi trabajo como sé. Me gusta ser muy educado y que el cliente pueda sentirse como en casa y darle un trato familiar», declara con humildad quien suele acordarse de cada comensal y el sitio donde se sentaron la última vez aunque pasen años.
En cuanto se jubile tras el verano piensa volver a Valverde de Llerena, «no sé si antes con las fiestas del Cristo del Rosario, que son en marzo», dice a HOY. Allí ya no le queda casa pues vendieron la que llegó a ser una pensión de 16 habitaciones con los negocios familiares en el bajo, por eso suele alojarse en la casa de su tío. «Los amigos me conocen como Manolo el Rana por mi abuelo, y los tengo muy buenos, como Juan Parra, José Llanos, de Guadalcanal, o Andrés Gómez, que además de amigo es el alcalde. Tengo ganas de verlos».
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