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El chef extremeño que ha estado en Casas Ibáñez cocinando tras la DANA

Guti Moreno, de Miajadas, ha pasado cinco días de voluntariado con la asociación World Central Kitchen en jornadas de más de 16 horas en las que elaboraban 2.000 raciones diarias

Viernes, 15 de noviembre 2024, 13:48

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Cinco días de trabajo incansable, con jornadas maratonianas entre fogones y, además, buen carácter. Lo que en cualquier otro momento parecería demoledor, puede cambiar en apenas segundos, igual que lo hace la vida misma. Sobre todo, después de una tragedia como la DANA de Valencia en la que todas las manos son pocas para ayudar.

Bien lo sabe Guti Moreno, cocinero originario de Miajadas que actualmente trabaja como jefe de cocina en el complejo Finca la Desa y su restaurante gastronómico: Tupío. «Lo que me motivó a ir y permanecer en Casas Ibáñez del 6 al 10 de noviembre fue, sin duda, la educación que recibí de mis padres», comenta. Durante la pandemia ya había participado como voluntario, llevando medicinas y alimentos, además de cocinando. Esa experiencia le dejó una huella que reforzaron los recuerdos de su madre, quien dedicaba sus vacaciones a hacer voluntariados en El Salvador. «Ver lo que eso suponía tanto para ella como para las personas a las que ayudaba despertó mi lado solidario. Es un enriquecimiento tanto social como personal necesario y bonito».

«Siempre he querido hacer un voluntariado fuera de España, pero por mi profesión, nunca había podido», confiesa. Sin embargo, en esta ocasión «tuve la suerte de tener unos jefes que apoyaron mi decisión, aunque significara cerrar un restaurante gastronómico recién abierto para ayudar sin ánimo de lucro».

Además, menciona la inspiración que le brindó el grupo Cañitas Maite, quienes, pese a estar a más de 100 kilómetros de las zonas afectadas, pusieron sus cocinas a disposición de la organización World Central Kitchen. El objetivo era producir más de 2.000 raciones diarias de comida para los damnificados. «Cada día trabajábamos para lograrlo», remarca. En su opinión, «esta asociación es una de las más puras que existe. Su fundador, José Andrés, es uno de mis referentes, tanto a nivel personal como profesional», con lo cual Guti no dudó ni un segundo. En Valencia, otro cocinero extremeño (Quique Dacosta) ha colaborado a su vez también con esta misma entidad.

Aunque el proceso de integrarse al voluntariado no fue sencillo al principio, su perseverancia dio frutos. «Me dijeron que no necesitaban más cocineros, estaban saturados. Sin embargo, encontré a través de redes la oportunidad a través de un contacto en común con Cañitas Maite, y me recibieron con los brazos abiertos y la mejor de las sonrisas. Todo se cerró con tres mensajes», cuenta.

Sobre la experiencia vivida, la describe como «increíble». Tras un trayecto de 600 kilómetros, lo primero que hizo fue descargar productos donados por proveedores y ponerse a cocinar. «Ahí es cuando te das cuenta de que eres necesario, y mucho», señala. La imagen de colaboración entre los voluntarios y los habitantes de Casas Ibáñez, le dejó un recuerdo imborrable. «Era emocionante ver a personas de entre 12 y 80 años trabajando juntas, con la energía de un niño en su cumpleaños. Allí no importaba la experiencia, sino las ganas».

Las jornadas eran intensas, comenzando a las siete de la mañana y terminando alrededor de la una de la madrugada, cuando todo quedaba listo para ser transportado. «Al final, se trataba de que cada uno diese lo que pudiera, tanto físicamente como por disponibilidad, ya que había personas que lo hacían en sus tiempos muertos de trabajo, otras iban por la mañana, otras por las tardes... Y después, estábamos los cocineros que, por norma general, echábamos todo el día allí», asevera.

Guti confiesa que lo que más cocinaban eran legumbres, pero en cantidades ingentes. «500 kilos de garbanzos, 500 de alubias... Era una locura, pero me gustó». Comparte la anédcota de que una compañera le dio tres latas grandes de champiñones y cuando llegó, vio que una persona había donado 500 kilos de champiñones frescos. «Claro, las latas servían para poco. En ese momento, no sabía qué hacer con ellas, aunque finalmente también acabaron usándose. Todo era poco», finaliza este cocinero que asegura que ha vivido una experiencia inolvidable. «La gente, por el simple hecho de estar allí ayudando, me trataban como si fuese un hijo para ellos».

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