El oro imposible de Alberto Ginés
Entrena en rocódromos comerciales, era el segundo competidor más joven y llegaba a Tokio con el único objetivo de pasar a la final
PÍO GARCÍA
Viernes, 6 de agosto 2021
Alberto Ginés, en lo más alto del podio, no sabe si reír o llorar. Se le escapan las lágrimas cuando oye el himno, luego se le abre una sonrisa gigantesca, mira a sus compañeros, se pone y se quita la mascarilla... Si alguna vez soñó con todo esto, fue un sueño loco, un sueño privado, de esos tan desmesurados que uno no se atreve a contar. «Mi objetivo era estar en final, y sabíamos que iba ser muy difícil. Esto... Todavía no me lo creo del todo», dice. Sobre su pecho reposa la medalla del primer campeón olímpico en la historia de la escalada, un muchacho de Cáceres de 18 años, fan de Extremoduro, que entrena donde puede y que ayer derrotó en una final electrizante a los grandes nombres de su deporte: el checo Adam Oldra, los hermanos franceses Mawem, el austriaco Jacob Schubert...
Aun sin público, los voluntarios, la megafonía, los juegos de luces y la música daban color ayer al Parque Urbano de Aomi en una noche tropical. Sobre el escenario, tres paredes, una para cada prueba de la final: la velocidad, el 'boulder', la dificultad. En los Juegos Olímpicos no existen campeones individuales de cada competición, sino una clasificación combinada en la que se multiplican los puestos que los participantes obtienen en cada una de las pruebas. Es un sistema que prima mucho al ganador de cada una de las disciplinas y que mantiene la emoción hasta el final. Alberto Ginés supo que esta podía ser su noche cuando, inesperadamente, ganó la competición de velocidad.
«Si alguien me lo llega a decir...»
«Si alguien me llega a decir hace un año que iba a ser campeón gracias a la velocidad le hubiese dicho que ni de coña»
«Si alguien me llega a decir hace un año que iba a ser campeón olímpico gracias a la velocidad, le hubiese dicho que ni de coña», exclama. En esta prueba, dos escaladores trepan a toda pastilla por una pared de 15 metros, casi como un edificio de tres pisos.
Empezó a entrenarla en serio cuando supo que iba a estar en los Juegos Olímpicos y le fue cogiendo el tranquillo. «Cada vez disfruto más haciéndola y eso hace que mejoren mis tiempos», advierte. Ayer tuvo, además, esa pizca de suerte sin la cual el éxito es imposible: su primer rival, Colin Duffy, fue descalificado por mala salida y su último adversario, el japonés Tomoa Narasaki, resbaló al comenzar su escalada. Pero Alberto voló para cubrir el recorrido vertical en 6.42 segundos.
Su victoria le colocaba en una posición privilegiada para optar al podio, pero restaban dos pruebas: la que peor se le da y la que mejor hace. El momento crítico de la final llegó en la segunda parte, en el 'boulder', un juego de estrategia en el que el escalador debe decidir qué camino coger para llegar sin cuerdas a un objetivo. Alberto falló los tres intentos y quedó postergado a la cuarta plaza, fuera de las medallas. «En ese momento empecé a hacer cuentas y a pensar cuánto necesitaba..., pero me di cuenta de que eso podía ser perjudicial y me olvidé de todo. Hablé con mi entrenador y dijimos: vamos a intentar hacerlo bien y si sale mal, mala suerte».
Se acordó de...
La competición se cerró con la escalada de dificultad, su prueba favorita y en la que ha conseguido mayores éxitos. Los deportistas deben llegar lo más alto posible trepando por una pared de 15 metros con saledizos y obstáculos. Su actuación (al final fue cuarto) le garantizaba al menos una medalla, pero el color fue definiéndose a medida que ascendían los demás finalistas. Y solo cuando el último participante, Jacob Schubert, consiguió llegar arriba del todo, arruinando las expectativas de Adam Oltra, Alberto Ginés se convirtió en campeón olímpico.
Cuando vio que el marcador «ya no se movía» y que sus rivales comenzaban a felicitarle, se dio cuenta de que había conseguido lo imposible: ganar una medalla de oro en su debut en los Juegos y en el estreno de su deporte en el programa olímpico. Se acordó de sus familiares, de su entrenador y de cuando se marchó solo de Cáceres a Barcelona, con 15 años, para entrenar en el Centro de Alto Rendimiento y las pasó canutas porque es un chaval introvertido y allá se vio profundamente solo.
Se acordó de todas las veces que ha tenido que entrenarse en rocódromos comerciales, esperando que hubiera menos clientes y compartiendo pared con gente que solo quería pasar un buen rato. «Espero que esto sirva para que la escalada sea más conocida en España y, sobre todo, para que haya instalaciones apropiadas», pide desde el podio.
Alberto Ginés ha conseguido la medalla más sorprendente de todas las cosechadas la delegación española. Lo celebró ayer saltándose la dieta. No le hubiera disgustado cantar en un karaoke japonés una de Extremoduro, si la tuvieran. Asegura que se hubiera pedido 'La vereda de la puerta de atrás»', una canción que dice: «Si mi vida fuera una escalera/ me la he pasado entera/ buscando el siguiente escalón». A los 18 años, Alberto ha subido de un salto el último escalón; ese que miles de deportistas buscan con desesperación y angustia toda la vida.