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Gustavo Villafañe, en el pabellón Nuria Cabanillas de Badajoz, donde entrena el Mideba. :: casimiro moreno
Gustavo, el hombre milagro del Mideba

Gustavo, el hombre milagro del Mideba

El nuevo fichaje del mercado invernal promete espectáculo en un equipo que incorpora cuatro piezas para ganar competitividad

MARCO A. RODRÍGUEZ

Viernes, 27 de enero 2017, 07:59

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Seguir durante una década a un club como el Mideba hace que tus oídos escuchen historias dignas de contar. Que tus ojos vean cómo esas historias sobrepasan el mero significado deportivo. Son un buen número en este club de baloncesto en silla de ruedas y todas plausibles. Pero pocas como la del argentino Gustavo Villafañe, el nuevo midebista aterrizado en España este miércoles que viene para ayudar a que este equipo renazca en una temporada en la que las cosas no marchan precisamente sobre ruedas. No es imposible lograrlo y él sabe mejor que nadie eso de hacer realidad los imposibles. Sus especiales características físicas como triamputado prometen espectáculo en el pabellón Nuria Cabanillas ya que no le eximen de calidad.

SUS DATOS

  • uNombre. Gustavo Villafañe.

  • uLugar y fecha de nacimiento. Buenos Aires, 17-12-1982.

  • uProcedencia. Viene del CILSA Santa Fe, en Argentina y pertenece a la selección nacional albiceleste desde el año 2009. Regresa a España tras un primer paso por el Joventut.

  • u¿Qué le ocurrió? Con nueve años, un tren le amputó las dos piernas y el brazo izquierdo.

  • uPosición y puntuación. Alero, aunque puede ayudar en el juego interior e incluso como escolta. Al tener una puntuación de '1' y calidad, es un jugador muy valorable.

  • uPadre de gemelos. Gustavo saca tiempo cuando puede para cambiar pañales ya que tiene gemelos, otro «gran reto», como dice.

Nacido en Buenos Aires en 1982, con apenas nueve años corría un nublado día de regreso a casa. No quería que su madre le riñera porque se le hacía tarde. Era costumbre por entonces que la gente saltara a los trenes cuando comenzaban la marcha y lo intentó, pero todavía era muy pequeño y no fue capaz de introducir todo el cuerpo, por lo que fue arrollado por los últimos tres vagones, destrozándole el cuerpo y la existencia. Aquella máquina que nunca olvidará le amputó las dos piernas y el brazo izquierdo. Como su vida es una sucesión de milagros, no se desangró pese a que la ambulancia tardó en llegar más de lo deseable. Tampoco se desmayó y dice que vio todo lo que le ocurría, hasta que en el hospital fue anestesiado, como recuerda. «Después, una vez en el hospital, ya me quedé dormido en el quirófano. No tengo ni idea de cómo pude sobrevivir al accidente. Los médicos fueron los que me salvaron la vida. No sería mi día todavía», se congratula.

Aprender otra vez

Gustavo tuvo que aprender a hacer con una mano lo que antes hacía con las dos y además sin piernas. Fue casi como si naciera otra vez. Su fuerza mental es digna de admiración. Aunque han pasado cerca de 25 años, rememora con absoluta normalidad lo que para otros sería un mundo. Como si le quitara crudeza al relato. Tuvo que dejar el colegio y todo el cuarto grado dar clases con una profesora particular en casa por miedo a que a sus compañeros les resultara traumático verle en ese estado, pero él prefiere quedarse con lo bueno, su-braya que duró sólo un año y que regresó a la escuela siendo muy bien acogido. «Quizá, como eran tan pequeño, no me dí cuenta de lo que me había ocurrido. Me lo tomé más por el lado de aprender las cosas otra vez. Era difícil, es cierto, pero no creas que me vine tan abajo porque soy un poco obsesivo con las cosas. Si algo no me sale, lo vuelvo a hacer hasta que me salga. Y si tampoco me sale, busco la forma de que me salga. Básicamente, ésa es mi forma de vivir», argumenta Gustavo.

Tras el trágico suceso, le aguardaba una dura rehabilitación. Justo al lado de donde iba se levantó el Centro de Recreación y Deportes de Belgrano -algo así como un poblado de Buenos Aires- donde comenzó a hacer natación. Unas pocas brazadas después tropezó con su gran pasión, la del baloncesto. Un virus inoculado involuntariamente por el jugador Fabián Castilla, con quien después coincidiría en el Joventut de Badalona. Se pasaba el día, según reconoce, admirando cómo se desenvolvía sobre la silla de ruedas aquel fantástico paisano y desde entonces no cesó en su empeño de convertirse en baloncestista pese a que su hándicap era mayor al tener un solo brazo para mover el caballo de batalla. «Me impresionaba cómo se movía y me inspiró. Quería ser como él».

Su vida es un continuo reto. Hasta lo más básico que el resto de mortales no llega a apreciar. «Es cierto que mi vida es un constante reto. Y lo sigue siendo todo el tiempo. Desde que me levanto». Se casó y tuvo gemelos. «Otro reto más», sonríe con humor. «Aprendí a cambiar pañales. Lo hago sólo a veces porque se encarga mi mujer. Doy gracias de que esté conmigo porque es una maravilla». A ella la conoció porque llevaba a su hermana discapacitada al club donde jugaba.

Procedente del argentino CILSA Santa Fe, Villafañe se incorpora al Mideba en este mercado de invierno junto a otro internacional albiceleste, Joel Gabas, además de los extremeños Piñero y Eusebio. Cuatro refuerzos con los que el técnico Jorge Borba y el propio club entienden que se mejorará de cara a la segunda vuelta. «Mi recibimiento ha sido bastante bueno. Me fueron a recoger a la estación de autobuses y todo va bien. A alguno ya lo conocía por Facebook. Puedo aportar altura, lanzamiento y también espectáculo. Es verdad que llamo mucho la atención, pero te digo que yo no pienso en eso y me concentro en jugar más que en lo otro. En otros equipos me ha pasado que los compañeros me dicen que cómo puedo hacerlo y supongo que aquí también pasará», apunta el porteño.

El baloncesto le ha dado mucho y quiere estar vinculado siempre a él. Se considera un profesional pese a no ganar «demasiada plata», como dice. Le encanta este deporte. «Pero si veo más partidos que películas», asegura. Por eso quiere ser entrenador cuando se retire de las canchas y se prepara concienzudamente para ello. Y si no le sale, lo volverá a hacer hasta que le salga.

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