Una de las de antes
Novela breve Fulgen Valares nos ofrece una historia envolvente que en seguida nos engancha por su bien trazado recorrido y, sobre todo, por la amenidad
Enrique García Fuentes
Viernes, 30 de mayo 2025, 23:20
No me digan que no suena atrayente eso del «país en calma»; casi una utopía en los tiempos que corren. Enseguida comprobaremos que no, claro. ... Sólo hay que entrar en esta novela póstuma del malogrado Fulgen Valares (San Sebastián, pero enseguida afincado en Miajadas y trabajando toda su vida en nuestra región) para comprobarlo. Y antes y mientras caigo en la cuenta de que el paso inapelable de los días pronto nos lleva a olvidarnos de aquellos que dolorosamente nos han ido dejando mucho más pronto de lo que hubiera sido aceptado por cualquiera. Nombres prematuramente ausentes de nuestras letras que se van agolpando en nuestro corazón porque muchos de ellos (por encima de excelentes escritores) fueron amigos de muchos de nosotros, de casi todos: Ángel Campos, Dulce Chacón, Juan Copete, Julián Rodríguez, Carlos Reyman… Ya estaba casi a punto de olvidársenos Fulgen Valares, más que notable dramaturgo y novelista, que mucho podría haber dicho todavía, cuando este afortunado rescate de la ERE nos vuelve a recordar el estupendo escritor que fue.
Cuadernos del país en calma
Fulgen Valares
Editorial: Editora Regional de Extremadura.
165 páginas.
12 euros
Y lo bueno es que no lo hace con el típico manuscrito traspapelado, atesorado con devoción por la familia que ahora lo entrega para la pervivencia; antes al contrario: me parece que estamos ante una novela breve, pero enjundiosa, un texto sólido que nos llega en un alto grado de lozanía, casi perfectamente redondeado, y nos invita, ya desde el título a penetrar en sus recovecos. Dentro hay, para gozo de muchos, una novela que nos retrotrae al tiempo feliz en que solamente las aventuras –sin entrar tampoco en excesivas disquisiciones de ningún tipo– llenaban de hondo calado los textos y nos llevaban de su mano por una serie de derroteros que nos resistíamos a abandonar. Aunque breve es una novela que, si bien maneja los tópicos a los que ya estamos acostumbrados (el del manuscrito encontrado, las omisiones y enmendaduras en el mismo) lo hace para desarrollar una historia envolvente que en seguida nos engancha por su bien trazado recorrido y, sobre todo, por la amenidad y el alcance temático de los que hace gala. Una novela de aventuras como las de antes, podríamos afirmar. Para quien firma es de alguna manera lamentable (ya me lo han sufrido en más de una ocasión) que se haya perdido el gusto por narrar meramente una historia en la que se cumplieran a rajatabla una serie de tópicos con los que todos estábamos de acuerdo y precisamente por eso, nos permitíamos el relajo de dejarnos llevar por una historia que mantenía nuestra atención de principio a fin, conducidos por la pericia de quien narraba y sin pararnos excesivamente a cotejar lo contado con la realidad, la Historia y (no digamos ya) lo políticamente correcto.
Se recuperan aquí unos cuadernos escritos por alguien que, sin embargo, comienza taxativamente diciendo (pese a que se nos indique que faltan hojas previas) «yo no soy escritor». Pronto conocemos que se trata del legado de alguien que huye y, como suele suceder cuando se usa de este tópico, en seguida iremos descubriendo al recorrer sus páginas, el alcance de la peripecia. Importa más, para que nos entendamos, lo que se va a contar que la manera de efectuarlo, precaución que nos pone sobre aviso de la necesidad de que los hechos narrados lleguen a conocerse cuanto antes porque el peligro que rodea a quien los narra es inminente. Advertidos del asunto, no queda sino entrar a saco en esta historia de revoluciones, utopías y creaciones de sociedades futuras que debieran llevar casi de manera obligatoria el marchamo de la felicidad. Pero como lectores acostumbrados ya intuimos que estos bienintencionados experimentos terminan siempre de manera catastrófica.
Que lo aquí referido pueda remitirnos a ejemplos parangonables con la actualidad tal vez sea lo de menos. Siempre es preferible dejarse mecer por ese devenir que, desde el inesperado punto de partida de tratar de reconstruir una sociedad que ha perdido la noción de futuro en todos los niveles imaginables, ahora trate de ser reconducida. Tan magno esfuerzo (nos tememos) quizá se vea abocado al fracaso, pero para ello está lo que minuciosa y pormenorizadamente se nos relata: los intentos, los pasos necesarios, las dificultades que asoman y tratan de vencerse para llevar a cabo tan titánico esfuerzo. Lo de menos es ser conscientes de que nos sepamos ni la cronología ni la ubicación de los episodios aquí contados: se menciona un «Archipiélago» alejado, se viaja desde y hacia un «Continente» que jamás se explicita, se alude a una sociedad en la que no existe electricidad, ni móviles ni ordenadores –menciones incontestables a nuestra contemporaneidad, por tanto– que, sin embargo sigue anclada en unos e ideas de mucho antes del Siglo de las Luces, por poner una datación, pero poco más. Todo esto lo deduciremos de lo que cuenta alguien que contribuye en primera línea a ese proceso de modernización y ahora se ve abocado a huir porque no está conforme o no ha podido prever el alcance del cambio que se propusieron llevar a cabo en su momento tras haber entregado a cambio los mejores años de su vida. Y necesita dejar constancia de ello porque, como se dice en un momento de la obra, «Para eso escriben los que escriben, ¿no? (…) Para que les entiendan los que pueden entenderlos, si no, simplemente, hablarían con el que tuvieran más cerca».
Ahora, como lectores, recuperemos con esta novela esa sensación de meterse en una peripecia que nos absorbe desde el primer momento porque regresamos al mágico territorio de las historias sin porqué donde solo la magia de una narración vibrante nos mantenía enganchados de principio a fin- Eso transmite –y no es poco– este recuperado texto del gran escritor que ya era Fulgen Valares. Disfrutemos con su recuerdo.
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