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Enrique García Fuentes
Sábado, 21 de septiembre 2024, 15:19
Para la crítica especializada Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) viene a ser un poco el Charles Bukowski en lengua castellana, en ese afán que ... tenemos por la literatura comparada. Pero no le falta razón al aserto porque la ya dilatada carrera del cubano, compuesta por más de una docena de títulos entre los que tenemos novelas y, sobre todo, regocijantes colecciones de relatos, muestra siempre la fuerza incontenible, basada muchas veces en los vicios y las necesidades más elementales del hombre, que caracteriza al siempre polémico y provocador autor norteamericano. Gutiérrez se centra siempre en su Cuba, la sensual, lujuriosa y al límite –en todos los sentidos– Cuba, desde los años cincuenta hasta nuestros días. Como han hecho desde siempre tantos escritores (y no sé por qué ahora se me viene Modiano a la cabeza) Pedro Juan Gutiérrez se mueve casi permanentemente en el mismo sitio en su memoria, y nos lo expele mediante el relato pormenorizado, y casi siempre inundado de sexo y de alcohol y de formidables e indestructibles ganas de vivir en medio (casi por culpa, deberíamos señalar) de las circunstancias a medio camino entre la sordidez y el humor imprescindible para poder sobrellevarlas de una Cuba que pasó de la opresión más o menos regocijante de la dictadura de Batista en los años cincuenta a la dictadura simpática que luego ya no lo fue tanto del castrismo los años posteriores.
Todo eso que puede rastrearse en la obra anterior del autor cubano vuelve a aparecer ahora –si bien con unas ponderadas descripciones en las que el tema del sexo y la pareja aparece visto más con melancolía, porque se trata sobre todo de recuerdos, que con el trepidante ritmo que hasta ahora había impuesto en sus narraciones– en esta última falsa colección de relatos titulada Mecánica popular. Y si digo falsa debo explicarlo porque, en realidad, a pesar de dividirse el libro en casi una veintena de cuentos, en el fondo estamos ante una novela no tan deshilachada como podría parecer, a la que dotan de unidad, en primer lugar, un personaje central, un tal Carlitos –aparente trasunto del propio autor– que aparece y protagoniza prácticamente todas las narraciones y en seguida una serie de miembros de su familia que asoman episódicamente (Nereyda, su madre, pero también su padre y algunos tíos) y toda una corte de distintas mujeres con las que el personaje principal mantiene una serie de relaciones, siempre tibias y siempre alejadas completamente, en lo que a él se refiere, del compromiso. A lo largo de estos relatos vamos viendo crecer a nuestro personaje principal, pero sin que haya una cronología exacta en el devenir del tiempo; saltamos desde episodios de su mocedad a otros de juventud y casi madurez (servicio militar, profesión establecida, deseos de cambiar de la misma) sin que esto sea óbice para volver a episodios de la adolescencia del muchacho y así conferirnos que se trata de una vida tachonada de esos encuentros sexuales más o menos duraderos con mujeres que pasan por su vida sin que él tenga especial interés en retenerlas y terminan transmitiéndonos la idea de un personaje que pretende pasar por la vida solo intentando disfrutar, como se dice casi al final del libro: «Él no lo sabía, pero algo sórdido comenzaba a anidar y a fortalecerse dentro de él. Como un pequeño monstruo que no necesitaba amor, o no quería amor. Solo pedía alcohol y sexo. Él solo quería divertirse un poco y desconectar, olvidar todo por un rato». Quizá esa sea la conclusión a la que llega después de una vida, si no llena de privaciones, desde luego con pocas posibilidades de conseguir lo que se quisiese. Eso sí, no le abandona nunca esa felicidad mínima que parece ser, en la literatura de Pedro Juan Gutiérrez, la característica más común de los cubanos de estos últimos setenta años, casi los mismos que tiene el autor, que se convierte al final en un perfecto analista de lo que ha ocurrido en la isla en todos este tiempo.
En sus páginas, muchas veces llenas de sudor, no ya por el calor inherente de Cuba sino por los esforzados trabajos que han de realizar a veces (como ejemplo ese relato 'El fin del mundo' en el que la familia se dedica a remover inmensas superficies de cieno dado el plan previsto –luego fallido– de convertir pantanos en arrozales) y, sobre todo, por la manera de tratar de sobrevivir en condiciones que se van haciendo cada vez más extremas con el transcurso del tiempo. No hay en ningún momento, eso sí, mención directamente crítica acerca del gobierno y del estado de cosas en que la acción avanza o retrocede (ya he dicho que no hay una cronología estricta en la disposición de los relatos) pero sí es evidente que los pobres son pobres y los ricos son ricos y que la dignidad aparente y los cambios y mejoras que intentó traer el castrismo no se consolidaron como debían haber hecho. Ese es el eterno panorama de fondo que envuelve estos acendrados relatos que nos devuelven el punto de vista optimista pero resignado -o si se quiere al revés, pesimista pero con expectativas guardadas en el fondo del corazón, y esto tiene que ver mucho con el punto de vista masculino o femenino que el autor refiera- y que ha sido la característica de Cuba en los últimos años. Una sensualidad más melancólica esta vez: los años no pasan en balde.
Pedro Juan Gutiérrez. Editorial Anagrama. Barcelona 2024. 176 páginas. 17.90 euros
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