Isabel Allende y la novela de sagas
Epopeya. Una heroína que enlaza con el clan familiar de 'La casa de los espíritus' protagoniza un texto exuberante de géneros narrativos
Iñaki Ezkerra
Viernes, 13 de junio 2025, 23:05
Pese al carácter artificial que tienen todas las etiquetas, sí puede decirse hoy que lo que en García Márquez se llamó 'realismo mágico', y lo ... que Carpentier bautizó como 'lo real maravilloso', eran acuñaciones que sirvieron para identificar unos estilos literarios muy concretos y marcados por una serie de elementos fantásticos y oníricos, deudores del surrealismo, el expresionismo y la literatura del absurdo, así como por una voluntad fundacional que los hacía inconfundibles y genuinos.
Voluntad de la que carecieron algunos epígonos tardíos del boom latinoamericano. En 'La casa de los espíritus', publicada en 1982, el pelo verde de uno de los personajes, Rosa, resultaba un tanto postizo, como el don adivinatorio, el de hablar con los muertos o el de mover objetos sin que mediara el contacto físico que poseía Clara, su hermana, en aquel debut novelesco ya alterado por los reconocibles ingredientes del bestseller.
Isabel Allende ya estaba literariamente en otra cosa: en un producto comercial que conciliaba las rentas del boom con las del kitsch político, el género histórico y el de las sagas familiares. Rosa y Clara eran los primeros personajes apellidados Del Valle, de los que la escritora chilena –aunque nacida en Lima– daría al lector noticia. En aquel texto, Clara del Valle se hacía con del mando narrativo al morir su hermana. Su fecha de nacimiento se situaba en 1899, y ya desde niña se contaba a sí misma su vida en un diario que heredaría su nieta, Alba del Valle, a inicios de los años 50 del pasado siglo y en el que esta se inspiraría para escribir la historia de la familia. El segundo personaje importante de la saga que lucía ese mismo apellido fue Aurora, una fotógrafa profundamente unida a su abuela, Paulina del Valle, la cual, en 'Retrato en sepia', obra publicada en 2000, nos trasladaba hasta el siglo XIX, y cuyo cuadro genealógico la unía a los Sommers, una familia acomodada de la colonia inglesa de Valparaíso que era la que protagonizaba 'Hija de la fortuna' (1999). De este modo, esas tres entregas novelísticas de temas variados e intereses dispersos quedaban, al menos formalmente, integradas en un mismo ciclo narrativo.
Es a ese ciclo al que pertenece 'Mi nombre es Emilia del Valle', la nueva novela de Isabel Allende, cuya protagonista y narradora en primera persona nace en el San Francisco de 1866 de una exmonja irlandesa, Molly Walsh, y un potentado chileno, Gonzalo Andrés del Valle, que no se hace cargo de ella pero le lega su apellido. Pronto sabremos que Molly le dio a su hija un afectuoso padre adoptivo al casarse con Francisco Claro, un maestro de escuela mestizo y de buen corazón, así como que la infancia de Emilia transcurrió en La Misión, un pobre y pintoresco barrio californiano poblado de inmigrantes irlandeses, alemanes, italianos, mexicanos y algunos chilenos.
La novela se abre de manera efectista cuando la niña ha cumplido los siete años y su madre la lleva a una taberna en la que se conserva la cabeza cortada, con los párpados cosidos, de Joaquín Murieta, un personaje poco recomendable que nos remite a la segunda novela del ciclo. Tras esa visión, Molly conduce a su hija hasta la mansión de su verdadero padre, al que no ha conocido, con un propósito similar al que mostró al morir la Dolores Preciado de 'Pedro Páramo' cuando ordenó a su hijo que viajara a Comala para que su padre le diera lo que le debía. La herencia que en justicia le correspondería a Emilia del Valle queda, de este modo, esbozada como un trasunto de un texto exuberante en vicisitudes, en el que Allende no duda en verter ciertos rasgos claramente autobiográficos, entre ellos la irrevocable vocación de escritora y periodista de su heroína.
Es esa vocación la que lleva al personaje a escribir en su adolescencia novelas de aventuras, a trabajar en un periódico local y a aceptar la misión de corresponsal de guerra en la Revolución de 1891, el conflicto armado de ocho meses que vivió Chile cuando el presidente de la República José Manuel Balmaceda cerró el Congreso Nacional y el ejército se dividió entre los partidarios de este último y los del autócrata. A la acción argumental que ha de tener como escenarios el campo de batalla, los hospitales y las cárceles se suma la propia lucha de la protagonista contra los prejuicios sexistas de la época, que le imponían escribir con seudónimo. Y a ese plano de la problemática de la mujer se suman otros como el sentimental, su relación con el periodista Eric Whelan, que toma la palabra en un el epílogo del libro y cierra esta epopeya femenina en technicolor narrativo.
Mi nombre es Emilia del Valle
Isabel Allende. Editorial: Plaza & Janés. 364 páginas. 21,75 euros
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