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Emilio de Justo triunfa en La Maestranza tras cortar dos orejas
Un toro extraordinario de La Quinta, de irreprochables hechuras, benefición a El Cid, en loor de multitud
Barquerito
Jueves, 18 de abril 2024, 22:47
No abundan en el encaste Buendía ni en ninguna de las tres líneas de La Quinta los toros de carril, son incluso rareza, pero saltó ... uno en Sevilla. El primero de una astifina corrida de sobresalientes hechuras -cuarto y quinto fueron espléndidos, espectaculares cromos-, el más liviano de los seis y un dechado de virtudes: el galope de salida -seña inconfundible de la estirpe Buendía-, el modo de descolgar y repetir en cuanto tomó engaño, la forma de encelarse en el caballo de pica, la viveza y el modo de perseguir en banderillas, la codicia, la fijeza y la prontitud en la muleta, y, en fin, el dato privativo de los toros de carril, la manera de abrirse sin soltarse y de moverse casi a compás. Y la guinda: la regularidad y la resistencia en casi medio centenar de embestidas. Cuando el toro rodó de estocada atravesada, se desató la euforia -la misma que había subrayado tantas embestidas- y el palco sacó a la vez dos pañuelos: el blanco para una faena segura, inspirada y bien librada de El Cid y el azul para premiar al toro con la vuelta al ruedo.
El Cid había descubierto las bondades del toro con solo abrirse de capa -verónicas, delantales, media-, lo lidió con certero esmero y se estiró con él tras solo una primera tanda rehilada con la diestra, que fue la mano clamorosa del toro. Del ruido de la faena fue cómplice sin esperar más la banda de música. Por la célebre mano izquierda del torero de Salteras también se avinieron las dos partes, pero no tanto. Dos circulares en redondo muy despaciosos pusieron rúbrica a la faena antes de la igualada.
Ese toro Dorado no fue el único de nota. El tercero, que se dolió y escupió de un primer picotazo y quiso irse sin pelear de dos puyazos providenciales, rompió en la muleta después de haber amago con pararse en banderillas, ajeno a ellas. Toro de doble fondo, vibrante, a más en las repeticiones, traído por Emilio de Justo a la voz, con suaves toques por fuera, ligando por las dos manos aunque por la izquierda les costara más a las dos partes. Con sus momentos de arrebato, la faena llegó y la estocada, volapié canónico, todavía más.
A la primera mitad de corrida le faltó que el segundo, un bello cárdeno lucero, completara un trío de categoría. Toro frío que Daniel Luque gobernó con soberana autoridad y casi matemáticamente. Faena abierta sin prueba ni titubeos, profusa y construida paso a paso. Cuando el toro se puso tardo y se apagó, Luque tuvo que ponerlo todo sin perder la paciencia ni enfadarse. Milagro fuer que terminara enroscándose el toro antes de cuadrarlo. Estuvo la gente exageradamente distante. Tal vez la reacción al exceso del presidente que el viernes pasado abrió a Daniel la Puerta del Príncipe. Con frialdad y desapego parecidos se midió la faena al quinto de corrida, que fue modélica por su aplomo, por la manera de invitar al toro de agónicas embestidas a tomar engaño, a consentirle y a despachar la papeleta sin un solo tirón, sin pegar ni una voz. Hubo cambios de mano brillantes antes de la igualada. El toro había llegado a echarse a mitad de faena. La ciencia de Daniel lo sostuvo en pie en un raro ejercicio de equilibrio. Una estocada y un descabello. Todo lo cual tuvo rácano reconocimiento.
Ficha del festejo
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Ganadería Se lidiaron toros de La Quinta, bien presentados. El primero, número 22, de nombre 'Dorado', de 515 kg, fue premiado con la vuelta al ruedo.
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Toreros El Cid, oreja con petición de la segunda y ovación; Daniel Luque, ovación y ovación; Emilio de Justo, oreja y oreja tras aviso.
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Casi lleno Saludaron en banderillas Iván García, Jesús Arruga, Lipi, Maguilla y Abraham Neiro
El cuarto, que se empleó y humilló con aire de Saltillo en el primer tercio -El Cid lo dejó ir corrido al caballo, como empeñado en tapar al toro-, persiguió de bravo en banderillas y, contra toda previsión, se quedó sin apenas ver en la muleta. Muy encima El Cid, que abusó de los desplantes y de cortar viajes. Pero estaba la gente con él incondicionalmente.
El último toro fue gallo de pelea, de correr riesgos sin cuento con él Emilio de Justo. Mirón, tobillero, punteó, se acostó por las dos manos y fue toro incierto hasta que en pleno fragor de la batalla se decantó el combate del lado de Emilio, que tragó todo lo tragable pero impuso su ley, Y cobró otra estocada extraordinaria.
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