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El diestro Enrique Ponce tras cortar dos orejas a su segundo toro. :: Juan carlos cárdenas
La corrida del pleito

La corrida del pleito

Los garcigrandes de Fallas no justifican las maniobras taurinas de fontanería. Cuatro toros de pobre nota, uno excelente y otro de interés. Con los dos salvados de la quema, Ponce se imita a sí mismo

BARQUERITO

VALENCIA.

Domingo, 18 de marzo 2018, 10:28

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Por torear en Fallas la corrida de Garcigrande hubo entre bambalinas alguna querella. El final del pleito, si es que lo hubo, fue que El Juli, excluido del cartel de Garcigrande, renunció a Valencia. A manos de Ponce vino el puesto de El Juli. Maniobras de fontanería taurina. Sin la presencia habitual y hasta obligada de El Juli, los garcigrandes cambiaron de manos. Nunca habían alternado juntos Ponce, Talavante y Paco Ureña. Esta fue la baza. Tres toros del hierro de Domingo Hernández y otros tres de Garcigrande. Los seis, de un solo dueño y una sola familia, Justo Hernández Escolar.

Los dos hierros, asimilados: Domingo Hernández, fallecido a principios del pasado febrero, anunció en su día que la ganadería de su nombre era por absorción de tan legítima ascendencia Juan Pedro Domecq como la de Garcigrande, formada con una compra de primera mano al propio Juan Pedro Domecq Solís. Antes de la asimilación y de la absorción, y con sus dos variantes -la absorbente y la absorbida-, ya habían entrado los garcigrandes en el Gotha de la bravura. Presencia en todas las ferias mayores, camadas largas, indultos diversos, una regularidad puesta a prueba y renovada durante una década y pico.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Tres toros -1º, 2º y 6º- de Domingo Hernández y tres -3º, 4º y 5º- de Garcigrande (Justo Hernández).

  • uToreros Ponce, vuelta tras un aviso y dos orejas tras un aviso. Talavante, silencio tras un aviso y silencio. Paco Ureña, saludos tras un aviso y una oreja. Notable en brega y banderillas Valentín Luján.

  • uPlaza Valencia, 7ª de Fallas. 10.000 almas, casi lleno. Soleado, templado. Dos horas y media de función.

La corrida del pleito fue muy dispar de hechuras. Más que cualquier otra de la semana de Fallas. Tan dispar que parecieron de encastes diferentes los dos del lote de Ureña: un tercero anovillado, garcigrande, la edad recién tomada, y un sexto, de Domingo, basto con avaricia. El mejor hecho fue el primero de la tarde, de Domingo. De los que avalan sin recelo la teoría de la absorción. Puro juampedro: las hechuras y la condición, el mejor de todos. El más grandón, el quinto, de Garcigrande, que pareció que sí pero fue que no. El cuarto tuvo su picante revoltoso y, dentro de un orden, y pobre de cara, su misterio. El segundo, de Domingo, no hizo más que frenarse, probar y mirar, Solo medias arrancadas. Si no es por la nobleza del primero y el carrete mutante del cuarto, el pleito y la querella no habrían tenido sentido. Cuesta entender que hubiera pelea por esta corrida. O sea, por los seis toros del envío, porque las hechuras de tres de ellos no auguraban nada bueno.

Los dos toros de anzuelo entraron en el mismo lote, el de Ponce. Talavante, desatado y feliz la pasada semana en Castellón con un excelente garcigrande, no tuvo nada que rascar. Ureña apechó con un descabalado, amoruchado e incierto sexto, que lo cogió y tuvo preso en el suelo, y volvió a cogerlo cuando se puso en pie, y lo estuvo buscando con instinto defensivo, porque, más que herir, el toro quiso irse de escena. Con la taleguilla teñida de sangre del toro y el gesto doliente de un eccehomo, Ureña conmovió a la gente con su entrega. Se estuvo mascando una tercera cogida.

Ponce hizo dos faenas larguísimas. La primera, abierta en los medios porque el toro, muy codicioso, se le vino cuando brindaba desde el platillo. Ponce resolvió el apuro con los seis mejores muletazos, improvisados los seis, que iba a firmar en toda la tarde. Tras la apertura, se vino a rayas y casi tablas, donde fue casi todo. No en un mismo terreno, sino en dos, con un intermedio en el tercio. Más fueron los muletazos rehilados que los propiamente ligados. Más suelto el toreo en redondo que al natural con la izquierda. Muy por fuera los falsos de pecho. Con sus pausas, la faena sostuvo el ritmo, que, en los medios, donde merecía el toro, habría sido más intenso. Antes de la igualada, una tanda en cuclillas muy celebrada. Y una estocada desprendida, y un golpe de verduguillo. Un aviso. El palco no atendió una petición mayoritaria de oreja. Los hubo que se subían por las paredes.

Para calmar a la fiera, el mismo palco premió con dos la otra faena, la del cuarto toro, donde, sumado el grano con la paja, Ponce se embarcó en hasta doce tandas -casi la mitad, abiertas con el socorrido molinete- de distinta textura porque el toro, nervioso, inquieto aunque llegó a meter la cara entre las manos, no tuvo el son del primero. Un final de faena con molinetes de rodillas, una chusca versión del cambiado genuflexo -los postres, decía Salvador Pascual-y un delirio como si aquello fuera lo nunca visto. Un aviso antes de la igualada, un pinchazo, una entera buena. Y a otra cosa.

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