Hipatia de Mérida: una tragedia muy llevadera
Soberbia representación de la sabia de Alejandría, asesinada por fanáticos cristianos; Paula Iwasaki está al frente de un consolidado grupo de actores y una escenografía excelsa, bajo la dirección de Pedro A. Penco y el texto de Miguel Murillo
Una deliciosa tragedia. Conmovedora. Creíble. De texto preciso y visualidad despampanante. Teatro para el Teatro Romano de Mérida, sin aditivos que estropeen un montaje ... redondo en su concepción y en su desarrollo. 'Hipatia de Alejandría' (o Hipatia de Mérida porque es un trabajo genuinamente para el Festival) brilla y confirma que se puede y se debe elaborar funciones sobresalientes sin el cegador fogonazo de actores o directores mediáticos. La vida, la historia de Hipatia, una mujer que podría ser de esta época pero que el destino le hizo vivir en el siglo IV después de Cristo, deja huella.
En realidad, con el montaje de Hipatia gestado para el Festival Internacional de Teatro de Mérida, se demuestra que hay veces que, por mucho que uno o unos pongan empeño en fastidiar, es imposible que eso suceda. Esa máxima implica que si cuentas con profesionales que saben utilizar el monumento romano, sabes aprovechar el filón de actores noveles bien trabajados con otros veteranos con tablas y echas mano a dramaturgos como Miguel Murillo para el texto es imposible que el resultado sea malo. Al contrario. Es lo que sucede con 'Hipatia de Alejandría', que se estrenó el miércoles ante unos 1.700 espectadores.
Un montaje sencillamente pasional, muy extremeño por sus creadores y ejecutores y bien llevado a pesar de las dos horas de duración. El protagonismo del coro, habitual en el teatro clásico antiguo y desaprovechado en Mérida en la actualidad porque apenas hay espectáculos que lo usen, conduce una historia de fanatismos, raciocinio, dudas, certidumbre, todo a la vez, bajo el hilo conductor de la obligación de ser tolerantes y reconocer la figura de una mujer tan prestigiosa como escasamente reconocida.
Cualificados
Científica, astrónoma, matemática...sensata que fue asesinada por el odio religioso y por ser mujer. Esto es Hipatia de Alejandría, encarnada por la sevillana Paula Iwasaki, de 31 años y debutante en el Festival emeritense.
Salvo la conocida película 'Ágora' de Alejandro Amenábar, Hipatia no ha sido un personaje muy manoseado, en el buen sentido de la palabra, por el mundo de las letras. Se ve que no ha interesado en exceso. Ya era hora de sacar lustre a su vida, a sus pensamientos, a sus hechos, más ahora cuando los fanáticos y el odio quieren recordar a lo sucedido quince siglos atrás en Alejandría.
"¿Por qué una mujer no puede medir estrellas o buscar los pilares del universo?, ¿Acaso no puedo pensar por ser mujer?", se pregunta la sabia en la obra. Parafraseando esta declaración uno se puede preguntar porqué esa mujer no ha sido objeto de atención ni, posiblemente, valoración en todos los ámbitos.
El extremeño Miguel Murillo, con quince participaciones como dramaturgo en el festival emeritense, pasará como el primero que creó una Hipatia para el Teatro Romano con un texto contundente, directo, emotivo. Murillo tiene ya mucho camino andado y eso se nota para moldear una dramaturgia acorde al escenario y a la cita donde se representa.
El director extremeño Pedro Antonio Penco también ocupará su lugar como responsable de un espectáculo en el que, aparte del juego actoral, saca lustre a la escenografía para proponer un montaje sobresaliente. Hábil con el dinamismo de los actores, certero con la escenografía (culpa de Diego Ramos), riguroso en el peso de la palabra e imágenes que hablan sin hablar. El vestuario de Rafael Garrigós complementa otro atinado elemento.
Trabajo colectivo
El reparto de 'Hipatia de Alejandría' es para no olvidar a pesar de que no aparezcan nombres tan llamativos como los que se suelen traer para buena parte de los espectáculos de cada año. Nombres que pueden llenar asientos pero ni mucho menos garantizan obras espectaculares.
Un elenco en el que nadie desafina, y ese siempre es el primer éxito de cualquier obra de teatro. Y en el que todos los papeles, desde los que más minutos protagonizan hasta los secundarios e incluso los figurantes, ensamblan una propuesta teatral para recordar.
Paula Iwasaki, Daniel Holguín, Alberto Iglesias, Guillermo Serrano, Pepa Pedroche, Rafa Núñez, Juan Carlos Castillejo, José Antonio Lucia, Gema González...y el coro. El magnífico coro de cinco componentes que avanza, reflexiona, susurra, encauza la historia. Un acierto pleno bajo la dirección de otra conocedora de las virtudes del Teatro Romano de Mérida, Cristina Silveira.
Penco y Silveira, saben, por ejemplo, que el escenario permite un dinamismo único con las entradas y salidas de actores y figurantes, algo imposible de ver en la inmensa mayoría de recintos teatrales. Un hecho diferencial de Mérida y su Festival.
Iwasaki, actriz de formación y vocación, supera el reto con creces de encarnar a Hipatia en un escenario de alta exigencia. Aunque arrancó en el estreno de la obra con cierta tibieza su interpretación, tardó poco en engrasar su intensidad, en trasladar su pasión, en motivar al público. En convencer, en una palabra. En hacer con su papel algo extraordinario. "La duda es la mayor de las certezas", suelta en uno de los momentos de su actuación, una reflexión rompedora para los tiempos que corren.
Cuenta Paula Iwasaki/Hipatia con su padre en la historia, Alberto Iglesias (Teón), para poner mesura y templanza en la obra, y, al igual que ocurre con el resto del reparto, para mostrar vitalidad y dramatismo arrebatadores. Con poso, muestra un perfil contundente, en la línea de Rafa Núñez (Cirilo, el patriarca de los cristianos que radicaliza y pervierte el mensaje de Cristo para ganar poder), Guillermo Serrano (Sinesio, el buen cristiano); Daniel Holguín (Orestes); Pepa Pedroche (la esclava Zaira, una Sancho Panza realista en una época convulsa) o Francis Lucas, que hace el papel de loco...más cuerdo que muchos que se las dan de sensatos.
Penco optimiza sus virtudes y minimizar los escasos defectos que pudieran observarse en la representación, con especial atino en el juego maravillosos de luces que hace que las piedras del Teatro Romano hablen a través de distintos tonos de colores.
Lo mismo ocurre con el vestuario, extraordinariamente vistoso y clásico; la escenografía, sencillamente acertada, y el juego interpretativo que desarrolla un coro móvil y siempre eficaz en los momentos de la obra en los que interviene.
Una tragedia en toda regla en la que los muertos se mueren bien -no se crean que eso es fácil de conseguir en una función-, con un singular asesinato final a cámara lenta de la heroína y sabia Hipatia que resulta llamativo. Las imágenes oníricas y las metafóricas de, por ejemplo, columnas del Teatro ardiendo o representando las estrellas del cielo contribuyen a mejorarla.
Con todo estos ingredientes, lo normal del plato cocinado es que el resultado gastronómico sea excelente. Y eso es lo que se consigue, teatralmente hablando, en este caso. Que una comedia haga reír, de verdad, en Mérida tiene mucho mérito pero que una tragedia logre compungir, hacer meditar, aplaudir con el corazón más que con las manos... tampoco es nada sencillo. Y eso lo logra 'Hipatia de Alejandría' o de Mérida, si prefieren.
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