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La Virgen del pueblo cacereño

La Virgen del pueblo cacereño

Plaza Mayor ·

joaquín floriano

Viernes, 3 de mayo 2019, 08:36

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Según reza la antigua oración: «Nuestros padres y mayores pusieron siempre en Ella sus esperanzas y jamás se oyó decir que fueran abandonados. A Ella acudieron en sus necesidades y siempre hallaron el remedio...». Por lo menos, así lo hicieron en 1641, en su primera Bajada para paliar una sequía; en 1651, por la peste; en 1653, otra vez por la sequía; en 1665, nuevamente por la peste; y así hasta en 17 ocasiones en el siglo XVII y en 24 en el siglo XVIII. Y en todas ellas se cuenta, porque así está documentado, que bajando la Virgen de la Montaña por sequía o enfermedad, se paliaba la necesidad, lloviendo o desapareciendo la peste o el contagio. Y por esa confianza depositada, allá por el año de 1688, quisimos ya proclamarla, por primera vez, Patrona de la Ciudad.

Siempre habrá alguien que, ejerciendo de Santo Tomás, piense que eso pasó hace ya muchos años. Es cierto. Pero es tanto el amor que siente por nosotros la Virgen de la Montaña y tanto el que nos demuestra que, hasta para ellos, también tiene respuesta. Y así, recordarán ustedes lo sucedido en la década de los 80, en la que se bajó a la Santísima Virgen en rogativa por la sequía: el último día del triduo, coincidiendo con la subida, empezó a llover ininterrumpidamente durante dos días; o lo sucedido en 1993, otro año de necesidad, en el que después de solicitar la mediación de nuestra Patrona, estuvo lloviendo prácticamente durante todo el Novenario, batiendo records de recogida por metro cuadrado; o en el cercano año de 2012, el año de Su estancia en Santo Domingo, cuando hubo que cambiar los expedientes de solicitudes de ayuda por sequía, por expedientes de ayuda por lluvias caídas. Esta es la Virgen de la Montaña, la Virgen del pueblo cacereño, la Virgen de la confianza: la que Ella nos da y, también, la que Ella nos pide.

Hoy, en el comienzo de su Besamanto, depositemos allí con un beso nuestros miedos, nuestras incertidumbres, nuestras turbaciones. Y hagámoslo con confianza, como así lo hicieron nuestros padres y mayores.

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